El concierto de Yung Beef en la Sala Apolo de Barcelona demostró que este hombre no ha venido del futuro, sino que más bien no hay nadie como él a la hora de capturar el presente.
No soy una gran seguidora de todo el tema del trap y las nuevas músicas urbanas y eso. Me gustan algunas cosas, otras me parecen una mierda, de la mitad creo que ni me entero. Tampoco había ido nunca a ninguna actuación de nadie del rollo (exceptuando la de PXXR GVNG en el Primavera, que me flipó sobremanera; pero, siendo justamente esa en la que adaptaron todos sus temas a una banda de salsa, pues creo que no cuenta). Así que, ¿qué hacía yo un sábado en la Sala Apolo puntal como un clavo para ver a Yung Beef? Intentar saber por qué me gusta algo que no se parece en nada a lo que normalmente me gusta. En una palabra: curiosidad.
Para dar una idea de la diversidad de público que la cita atrajo, solo diré que en la cola para recoger la chaqueta me topé con el que fuera mi profesor de Introducción a la Teoría de la Literatura (no me atreví a acercarme por miedo a que no se acordara de mí; un saludo tímido desde aquí si me estás leyendo). De hecho, el principal tema de conversación con mis acompañantes mientras la dj Brat Star dejaba el ambiente a punto de ebullición desde dentro de la jaula en medio de la sala (que sería el epicentro de toda la actuación) fue precisamente el público. Qué vestían, por qué estarían allí, etc. Recuerdo que nos dio un poco de risa que la discoteca estuviera abarrotada de peña en chándal, como manda la canción, pero de marcas como La Ti Go o Anti Social Social Club. “Ese es mi estilo, lujo deportivo”, que dirían Les Biscuits Salés.
No sé, te hace preguntarte si el éxito del trap entre los chaveas no se deba quizás a que te permite sentirte como alguien de barrio sin haber pisado nunca uno (cantaban hace ya mucho Pulp: “But still you’ll never get it right / ‘cause when you’re laid in bed at night / watching roaches climb the wall / if you called your dad he could stop it all”). Pero le he estado dando vueltas y, simplificando mucho, creo que no se trata de que nadie pueda permitirse lujos (o cualquier privilegio), sino de que todo el mundo tenga acceso a una vida privilegiada. Aunque creo que es tan cierto esto como el hecho de que, hasta el momento, los que llevan ropita cara parece que siguen siendo los mismos de siempre.
Bueno, volviendo al concierto. Iba justo a escaparme al lavabo cuando veo que toda la masa de cabecitas que tenía enfrente se abalanza hacia la jaula plantada en medio de la Apolo desde la que estaba pinchando Brat Star. Bieeeeen, por fin, que llevábamos igual una hora esperando. Pero la chavala sigue pinchando. Y la gente sigue volviéndose loca ante los barrotes. Como mido medio metro y no veía nada, tuve que investigar en las stories de Instagram para descubrir qué estaba pasando (lol): yup, en algún momento, Yung Beef entró en la jaula a supongo que bailar. Estuvimos así un buen rato (aka Brat Star pinchando, la gente haciendo bola ante los barrotes, yo enterándome de nada) hasta que, ta-daaaaaá, la música se apaga y ahí aparece, en el techo de la jaula, tan bidimensional como nos tiene acostumbrados: el Seco.
También le acompaña un rubio oxigenado que más tarde descubrí que era Hakim, productor de La Vendición Records. «Hay mucha luz, hermano, apaga esto«. La Apolo se sume en la más absoluta oscuridad, y empieza el espectáculo. La base de «Intro» del «A.D.R.O.M.I.C.F.M.S. 4» arranca a todo trap-o (perdón por el juego de palabras), a un volumen que ya no bajaría en la hora y pico que duró el todo, tan fuerte y estridente que no sé si había sistema de sonido en el mundo capaz de aguantarlo, pero lo que sí sé es que el sistema de sonido de la Sala Apolo ni de broma lo hizo.
Parafraseando a mi acompañante, Yung Beef es como ese colega en un after que cambia la canción cada 50 segundos porque se aburre del tema que él mismo ha puesto. Así, desde el interior de la jaula, Brat Star iba enchufando canción tras canción (sí, no enchufaba la base: la canción entera, voces incluidas, puro playback como todos esperábamos que fuera) a las órdenes de Yung Beef. Ahora 20 segundos de «Beef Boy«, ahora unos minutos de «Rosalía«, otro de «Dinero de la Ola«, el estribillo de «Nike Tiburón» de Los Alemanes, unas coreadísimas «Daniela Bregoli» y «Shootin x Provation«, dos frases de «Me Perdí en Madrid» y, en el minuto que tardé en ir y volver del lavabo, a saber cuántas sonaron.
Personalmente, y aunque me faltara «Ready Pa Morir», me quedé contentísima con la selección de temas: Yung Beef dejó de lado la vertiente más chulesca, esa de drogas y ratxets y soy el mejor, y se fundió en su lado más romántico y visceral, con «Rosas Azules» a la cabeza. Para hacer honor a la verdad, también debo decir que, casi al final, en los últimos tres temas, desconecté del concierto y ya no fui capaz de volver a entrar. Supongo que porque eran canciones que no conocía y esta era una actuación enfocada a hacerte sentir parte integrante de ella. Así que, si no sabes lo que está sonando, estás automáticamente fuera. Retomaron «Me Perdí en Madrid» donde la habían dejado media hora antes, luces y fin de la ilusión.
Un inciso sobre la famosa jaula. Somos animales visuales, y la puesta en escena era maravillosa. Una absoluta oscuridad, rota solo por unos focos colocados al final de la sala (que en una disposición normal sería el principio, el escenario real) que dibujaban poco más que siluetas. Personas subiendo y bajando constantemente del techo de la jaula y, a los pies de esta, una masa entera de gente bailando y chillando. Todo estaba dispuesto para sentirse parte viva de lo que estaba pasando ahí dentro. Alguien, muchas horas después, me dijo algo rollo “la jaula te hace pensar quién es el animal, el que está dentro o los que estamos fuera”. Yo no lo llevaría tan allá: creo que es más bien una elección estética que una lección de antropología, pero el mero hecho de que dé paso a estas lecturas ya me parece interesantísimo de por sí. También pensé en lo aburrido que debe ser lo que suelo ver en directo para que esto, en realidad bastante sencillo, haya sido uno de los conciertos más especiales que he visto.
Y una de las cosas que más me interesan de Yung Beef es cómo juega entre lo auténtico y lo falso. Por un lado, tenemos el cénit de lo “falso”, el playback. Por otro lado, lo “auténtico”, lo visceral de las letras, de su actitud y, por contradictorio que suene, de la puesta en escena. Tradicionalmente hemos pensado la música al revés: no importa que el disco sea todo ficción, que me cuentes milongas e historias, pero en el directo exigimos autenticidad, que los instrumentos se estén tocando realmente y en ese momento en el escenario (no por nada a los conciertos también se les llama “música en vivo”). Y entonces va Yung Beef y pone estos conceptos patas arriba. Porque lo que da valor a la música no son las horas de trabajo que hay detrás, sino la música por sí misma.
Una última observación a modo de cierre. A estas alturas, creo que está fuera de toda discusión que Yung Beef es un artista de pies a cabeza. Pero con lo que no estoy de acuerdo es con que se diga que es un artista adelantado a su tiempo, etc. Creo que justamente es un artista de este tiempo, un artista plenamente actual. Y que la incomprensión que puede suscitar viene motivada porque los demás seguimos por detrás. Es mucho más fácil predecir el futuro -ya que puede ser cualquier cosa- que lo que Yung Beef realmente hace: ser capaz de definir un instante, vivir en él y a la velocidad a la que cambia (y, si algo ha caracterizado siempre a PXXR GVNG y toda la pesca, es cambiar a la velocidad a la que cambia el presente: aquí se explica muy bien).
Decía al principio que fui al concierto para intentar saber por qué me gusta algo que no se parece en nada a lo que realmente me gusta. Pero, después de haber soltado toda esta chapa, creo que se trata de una premisa falsa. Me gusta hacerme preguntas. Y si algo hizo Yung Beef el pasado sábado es: 1) Hacer que me lo pasara pipa; y 2) Llevarme a plantearme un buen par de cosas. Sobre lo que pasó post-concierto creo que, con decir que he necesitado dos días para recuperarme y por fin sentarme a escribir esto, ya os podréis hacer a una idea. [FOTOS: VICE]