La Bella Varsovia reúne en «Yo Quiero Bailar» tres libros de poemas de Alberto Acerete. Tres ejercicios magníficos, tres invitaciones imprescindibles al baile y a la vida, tres saltos infinitos sin miedo al borde del precipicio.
COREOGRAFÍAS PARA EL AMOR, EL HAMBRE Y LA VIDA. En 1935, el investigador Konrad Lorenz descubrió que, al observar varias crías de aves en el momento en el que abandonaban el nido tras la incubación, identificaban al primer ser en movimiento que vieran como su madre. Este fenómeno, conocido como impronta, describe una forma de aprendizaje en la que un animal muy joven fija su atención en el primer objeto que ve, escucha o toca y el movimiento que, a continuación, hace tras ese objeto; en la naturaleza, ese objeto normalmente es uno de los padres.
«Yo Quiero Bailar«, de Alberto Acerete, es un manual exquisito de los diferentes tipos de comportamiento que ha adquirido el poeta a través de las diferentes etapas de su vida. He aquí el hambre del padre. He aquí el dolor de la familia. He aquí la herencia de la vergüenza, del frío, de las costumbres. Alberto escribe el contagio, la vida en los domingos, el luto después del amor, los ejercicios imposibles siempre al borde del abismo, a la puerta del baile.
Es difícil asumir que eres resultado no sólo de factores genéticos, de celebraciones y eucaristías, de tradiciones familiares. Es difícil reconocer que ese que te vigila desde el espejo es el resultado de decisiones y acontecimientos que vienen de golpe. Es difícil admitir «yo que confundo tanto amor romántico y cobijo…». Dar el portazo y dar la bienvenida, porque uno lo decide, al frío, al luto, a la soledad. Olvidar la impronta, la primera figura que te meció, que te quiso y que también te hizo daño. Sobrevivir a modo de coreografías, tomando el baile, que es la vida, como una catequesis, como un manual de lectura obligatoria para no confundir más el amor con el hambre.
El amante sin boca, las palabras sin manos, los trenes donde transcurre la vida, los brazos que ya no esperan, una genealogía sentimental brutal que nació sin instrucciones de uso, sin una geografía concreta que indicara el lugar exacto donde había que esconderse para salvarse.
Porque, como escribió Pessoa, el poeta es un fingidor. Y, a veces, pienso que la palabra poeta para muchos es demasiado grande. Alberto Acerete la lleva tatuada en cada palabra que escribe, en cada poema que nos regala. Porque, para vivir y para escribir, hay que caerse, hay que equivocarse. Y como escribe en uno de los últimos poemas del libro, «no existe la práctica. La única opción se da en el vuelo«.
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VIDA
Te niegas el contacto y sin embargo
lees y narras
tus pulmones y te arropas:
motivas que el mundo exista.
Dejas sonar el teléfono. Permaneces tumbado. Rechazas
la incompetencia libre, pero eres siervo de ti mismo. Aun
consciente
de tu maleabilidad, abandonas el colchón
por alimento. Cuando terminas de saciarte
y decides atender la llamada, alguien acusa
tu manipulación del idioma. Si no hablas más claro
no es porque desconozcas el código; es un
paralelismo reconstructor de tu sistema. Por eso cuelgas
la sociedad y asumes
que incluso el daño es una capitulación ajena
sobre tu noción de la vida.
Vuelves a la cama y a los libros. No sabes de qué,
pero te desdices. Es imprescindible
aceptar el amor como nos viene dado, por lo que la tarde,
prevenido el mundo,
milita innecesariamente. Agachas la cabeza.
Entonces te cubres los ojos. Bebes café. Y asumes
que eres
porque así
te habían decidido.