Yo no soy adicto y, sin embargo, la lectura de «Yo, Adicto» de Javier Giner ha sido un espejo con muchas revelaciones y enseñanzas.
La literatura puede (y suele) ser un espejo tanto para quien escribe como para quien lee. Para quien escribe, la literatura puede ser como un espejo de los probadores del H&M (es decir: un espejo que te devuelve tu propia imagen pero ligeramente estilizada, porque me niego a pensar que exista algún escritor impermeable a la tentación de la cosmética en mayor o menor medida) o como un espejo deformante valle-inclaniano (o lo que es lo mismo: deformar tu propia realidad para alcanzar el verdadero naturalismo). Para quien lee, la literatura puede ser un espejo en el que verse reflejado, en el que toparse con verdades incómodas e incluso en el que encontrar explicaciones para su propia existencia.
Para Javier Giner, la literatura no es solo un tipo de espejo, sino todos los espejos posibles. Su «Yo, Adicto» (editado recientemente por Paidós) es un libro que no solo refleja su propia experiencia como adicto al alcohol y a la cocaína, sino que también tiene la voluntad de ser espejo en el que otros se vean reflejados. Como él mismo afirma en cierto momento del manuscrito, muchos fueron los libros que le salvaron la vida durante su estancia en la clínica de intoxicación al ofrecerle enseñanzas directas o ficciones en las que verse representado. Y hay que reconocer que «Yo, Adicto» tiene madera para salvar otras vidas de la misma forma en la que la vida del autor fue salvada.
Pero empecemos por el principio: este libro no es una autobiografía de Javier Giner, ni mucho menos. Es, más bien, la visión biográfica de un momento muy concreto en la vida de su autor. De hecho, el libro se ve comprimido y salvajemente recortado por delante y por detrás… Por delante, un arranque acelerado en un único capítulo en el que Giner plasma la espiral de adicción y autodestrucción en la que se convierte su vida en el ojo del huracán del moderneo madrileño hasta que toca fondo y decide ingresar en una clínica de desintoxicación. Por detrás, un capítulo para explicar qué ocurrió a partir del momento en el que cruzó la puerta de salida de esa misma clínica de desintoxicación.
Dicho de otra forma: «Yo, Adicto» no se permite ser un buitre que planee en círculos indulgentes sobre el morbo de la espiral autodestructiva ni tampoco se preocupa por la vida del ex-adicto. Es lo que es: un retrato hiperrealista de los meses que Giner pasó en una clínica de desintoxicación barcelonesa. Un corte vertical que busca la profundidad de la experiencia y que, por lo tanto, se detiene con deleite en las descripciones de sus compañeros adictos (con un tramo magistral en el que estos son presentados como si fueran estrellas de una revista musical), en la vida cotidiana de la clínica (con sus actividades terapéuticas y, sobre todo, con todo el tiempo libre del mundo para que el adicto haga lo que no quiere hacer: aprender a convivir consigo mismo) y en los profesionales y terapeutas que la guían en su recuperación (con especial cuidado en el vínculo emotivo y desarmante que establece con Anais).
Pero, sobre todo, «Yo, Adicto» es un diario de aprendizaje en el que Javier Giner vuelca todas las enseñanzas y revelaciones que se van desplegando ante sus ojos a partir del momento en el que toma la decisión de priorizarse a sí mismo y a su desintoxicación. Lo interesante es que este proceso es también un espejo dispuesto a brindar incluso a aquellos que no son adictos todo un conjunto de enseñanzas y revelaciones, ya sea sobre esta enfermedad o (¡sorpresa, sorpresa!) sobre el hecho de que, al final del camino, resulta que la vida moderna ha sembrado en todos nosotros la semilla de la adicción. No se escapa nadie.
¿Qué es la adicción?
«La adicción es una enfermedad compulsiva, obsesiva, crónica y progresiva. Puede aparecer en cualquier etapa de la vida y, aunque habrá consumidores casuales o sociales que puedan dejar de usar la droga cuando quieran, el adicto, por el contrario, será aniquilado por la compulsión a consumir. Las alteraciones químicas en el cerebro le impiden su funcionamiento normal. El cerebro necesita la droga para recuperar su equilibrio y para reemplazar sus sustancias químicas naturales. De la misma manera en que se comportaría el organismo cuando tiene sed o hambre al faltarle el agua o el alimento, así se comporta el cerebro del adicto. La parte mental de la enfermedad, que todos los ingresados sufrimos, se equilibra con un sofisticado sistema de autoengaño, negación de la realidad y justificación para volver una y otra vez al consumo«, escribe Giner en «Yo, Adicto«.
Obviamente, este libro no podía eludir la necesidad de retratar la naturaleza clínica de la propia adicción. Y, de esta forma, responde a un doble propósito: el manuscrito puede servir de ayuda para cualquiera que esté intentando comprender los resortes y mecanismos de su propia existencia como adicto… O, en el caso de que no seas adicto, puede ayudarte a entender la realidad que te rodea. Porque la adicción es un estigma social del que, tal y como afirma el autor, no se habla tanto como se debería. Que se intenta esconder debajo de la alfombra del decoro y las buenas maneras. Y ese es el primer gran error.
«Desintoxicarse se ha convertido en una aventura pop«, afirma Javier muy al principio de «Yo, Adicto«. Porque a la sociedad la resulta más fácil entender la adicción como una aventura pop que como lo que verdaderamente es: una problemática con la extensión devastadora de una pandemia. Y eso conduce directamente a otra problemática que Giner retrata cuando le dice a un colega: «No sé cómo explicarles a mis conocidos y amigos por lo que estoy pasando. Que, a ver, no tengo por qué hacerlo, y tardaré, supongo. Pero lo ando pensando. Ellos se drogan, y aún encuentran lo divertido en hacerlo. Ellos están a salvo; yo no. Me imagino contándoselo y sueno profundo y grave, dramático, brasas. Sueno aburrido. Pero ellos no le han visto la cara al dolor como yo. Es decir, hay gente que me la he sacao de encima, pero no quiero tirar por la borda a todo el mundo, ¿sabéis? Es que si solo me puedo relacionar con peña que no se droga… Sóis vosotros, joder«. Y su colega le responde: «Es una movida, tronco. En este país se droga todo quisqui«.
Tal cual. En este país se droga todo quisqui. Y, precisamente por eso, resulta totalmente inconcebible que se sepa tan poco de la adicción. Precisamente por eso, resulta totalmente necesario que existan libros como «Yo, Adicto«.
«Yo, Adicto» para los no adictos
Y más todavía si tenemos en cuenta que un libro como este al final te acaba enfrentando a una realidad escalofriante. Más que probablemente, te encontrarás transitando por diferentes parajes del manuscrito con la sensación de que todo lo que Javier Giner descubre sobre sí mismo es aplicable a tu existencia. Porque, como he dicho un poco más arriba, la semilla de la adicción está plantada en nuestros egos por culpa de una sociedad que, por poner un ejemplo que se menciona en el propio libro, prefiere enmarañarnos con ecuaciones en el instituto antes que enseñarnos a gestionar nuestras propias emociones.
«Yo, Adicto» te obliga a reconocerte en un espejo en el que, de repente, adviertes el peligro del pensamiento bipolar y la polarización de las opiniones que cada vez son más el pan nuestro de cada día: «Funcionas con todo o nada, los polos opuestos. ¿Que me salto la dieta? Me hincho hasta reventar. ¿Que no puedo hacer yoga? No hago nada, me salgo de la clase. ¿Que me llevo una desilusión con alguien? Le saco de mi vida. ¿Ves lo que quiero decir? Eliminas las zonas intermedias. La vida no es blanco y negro, todo o nada. La vida es gris. Eso hace que emocionalmente estés instalado en estas esquinas: vives polarizado. No hay intermedio. No te das permiso. Es o el éxito rotundo o el vergonzoso fracaso. O la responsabilidad tensa o la irresponsabilidad absoluta. O merezco la pena o soy una puta mierda y no valgo nada. Piénsalo«.
Te enfrenta a la posibilidad de que esa entrega a los demás sea una forma de huir de ti mismo: «Otro lugar donde necesito y quiero trabajar el equilibrio. He sido un apersona muy absorbente, tan inclinada a ayudar (¿he querido ayudar o he querido ser necesitado por otros?) que muchas veces esa ayuda me anula a mí, porque pongo a la otra persona y mi responsabilidad hacia ella por encima de mí. Me desvivo no POR los demás, sino EN los demás, dándolo todo«.
Te fuerza a reconocer que, en tu ignorancia emocional, lleves años malinterpretando tu propio modus operandi: «Si tengo ansiedad y además tengo más ansiedad porque tengo ansiedad, la multiplico yo solo. Por eso es tan importante no juzgar las emociones primarias. ¿Estoy triste? Vale, pues estoy triste. No pasa nada. Pero si yo empiezo a comerme el tarro juzgando esa tristeza, entonces yo solo conmigo mismo la convierto en fracaso, en depresión, en desaliento, la hago crecer, ¿entendéis? (…) Casi todo el problema viene de cómo cocinamos las emociones primarias y cómo las juzgamos cuando aparecen. Y aquí lo que queremos no es eliminar las emociones primarias, porque esas no van a desaparecer; lo que pretendemos es impedir que se amplifiquen de forma negativa y me destruyan«.
Y, sobre todo, te pone en la senda de una existencia más responsable contigo mismo y con el entorno que te rodea: «¿Por qué ser positivo? El primer motivo es la salud física y mental. Con la palabra creas los ambientes en donde habitas y habitan los tuyos. Por no reconocer ese poder, muchos arrojan palabras a diestra y siniestra como fósforos encendidos provocando incendios en el hogar, en el trabajo, entre los amigos«.
Pero, ojo… ¿Crees que todo esto te está hablando directamente a ti? ¿Que este es el libro que necesitas para comprenderte mejor por mucho que no seas (o no te consideres) un adicto? Javier Giner opina lo contrario: «Nunca he querido que estas páginas representen a nadie que no sea yo o que se identifiquen como una guía para salir de la adicción. No lo son. Si existe un problema insostenible, el único consejo que puedo dar es acudir a los profesionales. Leer libros acompaña y sosiega, pero no cura. Ojalá lo hiciera«. Y, así, al opinar lo contrario, al certificar que su ayuda no es de ninguna ayuda, se convierte en el espejo definitivo: aquel que nos devuelve una imagen consciente de sus propias limitaciones. Porque es en el reconocimiento de nuestras propias limitaciones donde nace la humanidad más honesta. [Más información en el Instagram de Javier Giner y en la web de Paidós]