Andamos sobrados de divas… Y lo cierto es que las necesitamos como el comer. Vale, estamos exagerando, pero sí que siempre viene bien seguirlas en mayor o menor medida para airear todas sus proezas y alegrar un poco los tiempos grises que nos han tocado vivir. El número de reinas y aspirantes a serlo crece cada año que pasa, abriéndose un amplio abanico en el que caben figurines (y figuronas) de cualquier pelaje y condición. Quedémonos sólo con algunos de los ejemplos más recientes que asomaron su cara en FPM: Adele, chica que arrasa allá por donde va gracias a su vozarrón; Lykke Li, muestra de cómo una casi adolescente se transforma en una mujer de armas tomar; y Oh Land (Nanna Oland Fabricious), sinónimo de semidiosa que hace bien todo aquello que se propone. Faltaría meter en el saco a alguna fémina que representase a nuestro país, cual festival de Eurovisión: permítannos la licencia de nombrar como candidata a La Bien Querida… ¿Por qué no?
No hay duda de que esta es una lista ecléctica, pero se echa de menos alguna cara bonita (o no) del electro-pop hedonista que remita a tiempos pretéritos de maquillaje hortera, peinados rarunos, ropa estrafalaria y contoneos entre bolas de colores chillones y tubos de luz fluorescente. Ahora mismo, Julie Budet, más conocida como Yelle, sería la imagen perfecta de ese sonido y una digna miembra (gracias por el palabro, doña Bibiana Aído) de esa cohorte de mujeres fantásticas que, cuando se lo proponen, sacan al mundo de la ciénaga en la que está hundido. Ese espacio en el que se lleva moviendo la francesa desde hace cuatro años (cuando se vistió de largo con “Pop-Up”; Caroline, 2007) se encuentra huérfano de cabezas visibles y distinguidas que abonen adecuadamente un terreno actualmente tan yermo. No hace tanto que ocurría lo contrario, pero princesas desaparecidas como La Roux (quizá siga buscando en el diccionario el significado de la palabra androginia), Ladyhawke (debe de estar dando de comer a los canguros en las antípodas), Uffie (perdió por el camino todas las buenas maneras que apuntaba) o Peaches (distraída en perfilar el vasto felpudo de su entrepierna) pasaron a ocupar ese rincón sombrío de la memoria que es el olvido, circunstancia inherente a la capacidad fagocitadora del pop del siglo XXI (sobre todo el de la vertiente femenina que se ramifica en múltiples sub-estilos).
Sin embargo, Yelle (la ex-musa del tecktonik) encaró la tarea de evitar ese peligro con inteligencia, clase y saber estar. Consciente de que abrir la bocaza más de la cuenta, pintarrajearse como una mamarracha poligonera o enfundarse en vestidos cárnicos sólo le proporcionaría cinco minutos de gloria en el blog de su amigo Perez Hilton o en las “Crispy News” de la MTV, decidió ir directa al meollo de la cuestión: la música. De ahí que “Safari Disco Club” (V2, 2011), segunda referencia de la francesa, sea un álbum que no se anda por las ramas y va al grano del dance-pop con canciones que, efectivamente, están destinadas al baile puro y duro. Eso sí, interpretadas con más o menos elegancia, sofisticación y sensualidad, lo que provoca que se puedan llegar a tomar como piezas del engranaje que agita cierta cultura nocturna que, a veces, se reserva el derecho de admisión. Tienen mucho que ver que se llegue a esa conclusión los eternos compañeros de Yelle, GrandMarnier y Tepr (a la sazón productores de este trabajo), que recubren con sonidos sintéticos de orígenes diversos textos entre superficiales y ligeros que tratan desde asuntos sexuales hasta situaciones asociadas al síndrome de Peter Pan.
Así, la titular “Safari Disco Club” -con destellos pseudo-africanistas (haciendo honor a su denominación) entrelazados con unos beats electro algodonados- y “Que Veux-Tu” -irresistible incitación al meneo- funcionan como la mejor invitación de entrada a este club especial en el que tanto se enseñan escotes sugerentes y se deja que caiga una gotita de cocktail por la comisura de los labios como se practica la danza del robot. Yelle, que se las sabe todas, no tuvo mejor idea que unir ambos cortes en el singular videoclip que pueden ver más abajo para reforzar el envoltorio visual de “Safari Disco Club”, consiguiendo un resultado más que positivo. A partir de aquí, la señorita Budet y sus dos compinches mantienen alto el listón fiestero con animosos cortes de dance-pop ochentero saltarín (“C’est Pas Une Vie”, “Le Grand Saut”) y bases 4×4 recomendables para que las dancefloor más pijas rompan a sudar (“Comme Un Enfant”, “La Musique” -single de anticipo y que, en comparación con el nuevo material, parece de lo más flojo del lote- o “J’ai Bu”), a la vez que recuperan el aire tribal del inicio del álbum con la percusión de “Unillusion”.
Con este bagaje, el próximo paso de Yelle sería el de sentarse en el trono de vocalista multiuso que a día de hoy pertenece a la ubicua Dragonette pero, a diferencia de la canadiense, la francesa maneja un registro más rico que le permite acercarse a, atención, Robyn: “Mon Pays” y, sobre todo, “S’eteint Le Soleil” (enorme broche final del LP) la postulan como una de las posibles elegidas a continuar la estela de la sueca, aparte de que entre las trayectorias de ambas se están produciendo curiosos paralelismos… ¿Cuándo cruzarán sus caminos? Seguramente, cuando Yelle quiera darse cuenta de que tiene derecho a ver a la mayoría de esas tiparracas que van de divas por la vida por encima del hombro sin que su impecable peinado pierda su forma.