Es altamente jodido reconocer cómo estamos habituados al juego de hipocresías en la crítica musical e incluso entre los propios aficionados a un género como el pop. Al fin y al cabo, ¿quién no ha dicho alguna vez aquello de «el pop te salvará la vida»? Todos. Esa es la principal cualidad de este género: esa capacidad para conseguir que nuestras emociones sintonicen inmediatamente con la de una masa popular a través del bueno rollo, del baile colectivo y de esa capacidad extraña que tiene el ser humano para dejarse llevar por la ilusión de que todo está bien incluso cuando todo está hecho una mierda.
Pero, entonces, toca preguntar: si el pop nos salvará la vida, ¿por qué somos totalmente incapaces de decir que un disco de pop es «bueno» y recurrimos a gilipolleces como «no es bueno, pero es efectivo» o «no te cambiará la vida, pero sí que te la alegrará»? ¿Por qué este doble rasero? ¿Por qué parece que un disco sólo puede ser «bueno» si te enfrenta a tus bajas pasiones, a tu yo interno más oscuro, a todo un conjunto de cuestiones profundas y existencialistas? Al fin y al cabo, ocurre en todas las artes: el pop vendría a ser lo mismo que la comedia en el cine o que la stand-up comedy en el teatro. Pero, mientras que en el resto de artes mencionadas siempre hay quien reivindica las parcelas maltratadas, en lo que a pop respecta parece que nos la pela y que, simple y llanamente, nos arrellanamos en el sentir de que esto es entretenimiento, que no hay que darle vueltas, que ya está bien.
Aunque, al fin y al cabo, resulta que, a la hora de la verdad, quemamos los discos de pop con mayor intensidad (y a veces longevidad) que los otros, los serios, los «buenos» de verdad. Digo esto porque, al fin y al cabo, «Communion» (Interscope, 2015) se lanzó a mediados de verano y, desde entonces, aunque me he ido enganchando a cosas tan tremendas como las novedades de Joanna Newsom, Julia Holter, Beach House, Oneohtrix Point Never o Tame Impala, resulta que tengo que rendirme ante la evidencia de que lo que más he escuchado es el debut de Years & Years. Bueno, este y el «Every Open Eye» (Glassnote, 2015) de Chvrches. Que, para el caso, no andan tampoco tan lejos.
El nivel de «Communion» de Years & Years no tiene nombre: en el primer tema aprieta el acelerador y ya no lo levanta hasta el último.
La principal diferencia es que los de Lauren Mayberry vienen del indie y que, por lo tanto, se les justifica desde allá. Los de Olly Alexander, sin embargo, nunca han ocultado su intención de petarlo a un nivel masivo, radiable y -evidentemente- popular. Sus primeros singles, todos incluidos en este «Communion«, fueron una ristra pletórica de himnos bien empaquetados y listos para convertirse en el equivalente musical al Xanax o a cualquier otro antidepresivo: esas canciones que te pones cuando tienes un mal día y quieres mejorarlo a través de agentes externos (porque sabes que, desde dentro, no hay nada que hacer). «Take Shelter«, «Desire» y, sobre todo, «King» fueron escalando posiciones no sólo en las listas de ventas, sino también en otras listas mucho más personales, las de todos esos que siempre mantenemos el radar levantado a la búsqueda de ese pop que te puede salvar la vida (aunque no te la cambie).
Cabría esperar, entonces, la típica maniobra de disco de debut: ya tenemos tres hits, ahora le metemos siete canciones de relleno y a vender como si no hubiera un mañana. Lo de «Communion«, sin embargo, no tiene nombre: en el primer tema aprieta el acelerador y ya no lo levanta hasta el último. Las pildorazos de pop pluscuamperfecto se van sucediendo a velocidad de vértigo sin necesidad de aplicar ni variaciones ni complicaciones (eso ya lo pediremos en el segundo disco): «Real«, «Gold«, «Worship«, «Shine«, «Border«… Y, entre medias, las necesarias baladas para ir desengrasando. La voz de Olly Alexander se revela como un director de orquesta fascinante, carismático y poderoso, mientras que la música sabe impulsar las canciones hacia adelante sin necesidad de recurrir a trucos baratos (el EDM que está salvando la vida de las viejas divas pop).
Sí. Lo hemos escuchado mil veces. Y, efectivamente, no nos va a cambiar la vida. Pero, como buenos aficionados al pop que somos, podemos permitirnos ponernos un poco drama queens y afirmar que, a veces, la vida puede con nosotros. Que, a veces, si escucháramos otro chillido más de Joanna Newsom o una paranoia más de Oneohtrix Point Never, moriríamos trágicamente como Marion Cotillard al final de «Batman. Dark Knight Rises«. Es entonces cuando el pop de discos como «Communion» nos salva la vida.