Por fin se celebró el festival Xacobeo 10, como diría buena parte de los 25.000 espectadores que llenaron hasta la bandera el auditorio del Monte do Gozo de la capital gallega. La frase desprende, por un lado, la satisfacción de ese mismo público por haber colmado sus expectativas con respecto al cartel del certamen después de semanas de espera y esfuerzos rocambolescos por conseguir una entrada; y, por otro, el alivio por la diligencia de la organización para no verse desbordada por las exigencias de la ocasión, teniendo en cuanta determinados malos precedentes. Sin embargo, horas antes de la apertura del recinto, el ambiente seguía revuelto tras la polémica suscitada por el anuncio de la nómina de artistas principales realizado en dos fases: primero, Muse, lo que provocó que las diferentes taquillas se quedasen sin tickets en menos que canta un gallo; y, después, Pet Shop Boys, con el papel vendido y sin que los seguidores del dúo londinense tuviesen la posibilidad de asistir a su actuación. A ello se añadió posteriormente, y sobre el terreno, una larga lista de quejas acerca de los precios de las bebidas y la comida, los servicios de transporte y la configuración de la propia programación del día. Pero esos temas no se debatirán aquí, y dejaremos que se traten en foros más adecuados. La cuestión es que, visto lo visto, y hablando de lo que ocurrió estrictamente sobre y ante el escenario, la considerada cita musical más importante incluida en los fastos del Año Santo 2010 se podría subtitular con eso de “se sabía lo que iba a pasar”. Algo que no hay que ver como negativo, sino como que, sencillamente, el guión previsto se fue cumpliendo casi a rajatabla, con pequeñas excepciones que se desgranarán más adelante.
Para empezar, al estar todavía en pleno verano, no era difícil imaginar que la temperatura sería elevada, de tal modo que la subida al lugar del festival resultó calurosa y sofocante. Al igual que en el momento en que actuaba el primer grupo del día, The Right Ons, sobre el que además cayeron algunas gotas de lluvia de un cielo encapotado que presagiaba tormenta. Eso buscaban justamente los galaico-madrileños al basar su repertorio en el rock & soul-funk de su segundo disco, “Look Inside, Now!” (2Fer / PIAS Spain, 2009): “That’s NY”, “Thanks”, “Frontline” o “The Right Son” desprendieron sudor y ritmo, pero la actitud ligeramente exagerada y la pose demasiado rocker de su cantante, Álvaro Guzmán, restaban a veces protagonismo a sus canciones. Eso ayudó a que la facción femenina centrase sus miradas en los movimientos del front man y se escuchasen lindezas del tipo “es como Miguel Ángel Silvestre (el actor) con una guitarra en la mano”. Seguro que muchas agradecieron el gesto final de Guzmán de lanzarse al medio del gentío tras mostrar una bandera de Galicia. Fue lo más celebrado de su show (por encima de su interpretación) pero, dada la especial composición de la audiencia y su principal obsesión (ver a Muse), no tenían nada fácil cumplir con el trámite.
Una situación idéntica a la del siguiente en pasar por la pasarela: Jónsi. La otra mitad de Sigur Rós había aterrizado en Santiago de Compostela con su debut en solitario bajo el brazo (“Go”; XL, 2010) y el reto de llamar la atención de aquellos que, o no tenían ni idea de quién era o directamente le darían la espalda durante su concierto. Pero el hombre, ataviado con una extraña indumentaria que podría estar sacada de cualquier personaje de fábula nórdica, dejó a los asistentes con la boca abierta y patas arriba con su pop barroco, sensible y épico, y su poderosa voz (atención a los agudos sostenidos que ofreció en ciertos pasajes de sus canciones). Aunque, al principio, su arranque pausado sirvió como excusa para que los irrespetuosos de turno criticaran al islandés y, de paso, impidieran al resto escucharlo con atención. Pero en cuanto atacó sus temas más dinámicos la cosa cambió. Pocos músicos logran hacer crecer sus composiciones como demostró Jónsi (escoltado por una banda joven y hábil) en la sublime “Tornado”, la eufórica “Around Us” y “Boy Lilikoi”; y con los incrédulos metidos en el bolsillo, “Animal Arithmetic” y, sobre todo, “Go Do”, sonaron como caídas del cielo, ya despejado. Mención aparte merece el broche final, en el que Jónsi apareció vestido con un conjunto de plumas (al más puro estilo Empire Of The Sun) y entró en un particular trance chamánico para llevar al límite y convertir en toda una explosión sónica “Grow Till Tall”. Así acabó el islandés, en todo lo alto, y cambiando de parecer a los que primero preguntaban de dónde coño había salido y luego afirmaban que tenían que ir corriendo a conseguir su disco.
Ante lo vivido, y con la noche ya presente, la palabra que mejor definía el momento era apoteosis. También porque las miles de almas que se habían acercado a Compostela única y exclusivamente con la intención de presenciar el espectáculo de Muse notaban que su hora H estaba próxima. Los nervios se desataron cuando se iluminaron los paneles hexagonales que colgaban del escenario y sonó el primer acorde de “New Born”. El rock mesiánico había vuelto, y todos los clichés que definen a la banda británica se reprodujeron en el Monte do Gozo: desmesura, mensajes grandilocuentes, delirios megalómanos… El propio Matt Bellamy se encargaba de que la teatralización de su propuesta no decayese gracias a sus solos de guitarra (deudores tanto del heavy metal como de Queen) arrimado a su amplificador tuneado marca Dickinson, sus arengas a las masas y sus rodillas clavadas sobre las tablas. Al mismo tiempo, el hecho de no contar con el nivel de producción habitual en sus giras provocó que sufrieran algún que otro problema de sonido y que varios temas adolecieran de falta de fuerza en su traslación al directo, caso de “Undisclosed Desires». Con todo, el tracklist resultó poderoso y enérgico, y picó de toda la discografía del grupo, lo que enardeció los ánimos de sus seguidores: de su último trabajo (“The Resistance”; Warner, 2009), cayeron también “Uprising” y “United States Of Eurasia (+ Collateral Damage)”; y de los demás álbumes, canciones consideradas ya clásicas del género como “Plug In Baby”, “Time Is Running Out”, “Stockholm Syndrome”, “Supermassive Black Hole” o “Starlight”. Para el breve bis dejaron “Hysteria” y la muy solicitada “Knights Of Cydonia”. Después de hora y media (para muchos, corta) de éxtasis colectivo, y de que Bellamy se despidiese destrozando la batería de Dominic Howard, daba la sensación de que el público tenía de nuevo los pies en la tierra. Los mismos miembros que usaron aquellos que abandonaron el recinto olvidándose de que todavía quedaba por presenciar la otra de las actuaciones principales.
Efectivamente, el foso del auditorio se había descongestionado, aunque realmente no se había producido la tan cacareada y temida estampida general: hubiese sido doloroso ver algo semejante antes de la salida de los legendarios Pet Shop Boys, más sabiendo que la cita compostelana se confirmó con la gira “Pandemonium” ya finiquitada (habría que conocer hasta dónde llegaron los esfuerzos de la organización y la promotora, incluidos los económicos, para lograr tal hazaña). Con un frío creciente y un retraso de media hora sobre el horario estipulado, teóricamente era el turno de los aficionados más maduritos allí congregados para saldar su deuda con los londinenses. Tonterías, y de las grandes: toda clase de público se quedó para certificar que Neil Tennant y Chris Lowe continúan en estado de gracia, y daba igual que hubiese visto mil veces el DVD oficial del citado tour o que hubiese asistido a los conciertos celebrados en Madrid y Barcelona el verano pasado o a su brillante show en el Primavera Sound de este año. Los chicos de la tienda de mascotas tiraron de elegancia y experiencia para manejar un gran espectáculo audiovisual y conectar con la audiencia, aunque esta respondiese con una pizca de pasividad. Una vez que la intro (“More Than A Dream”) dio paso a “Heart” se pudo contemplar toda una sucesión de detalles, estampas y canciones que ya pertenecen al imaginario musical de varias generaciones. Había opiniones para todos los gustos, y las más expertas en la materia aseguraban que el repertorio de la reciente gira de Pet Shop Boys no era tan redondo como el de otras ocasiones. Eso no evitó que el desfile de éxitos fuese memorable: “What Have I Done To Deserve This?» (y su homenaje a Dusty Springfield), “Go West”, “Always On My Mind”, “Left To My Own Devices”, “Suburbia”, “It’s A Sin”… Tampoco faltaron los temas enlazados (“Two Divided By Zero”-“Why Don’t We Live Together?”-“New York City Boy”) y los medleys (“Se A Vida É”-“Discoteca”-“Domino Dancing”-“Viva La Vida”) tan del gusto del dúo. Todo ello enmarcado en una puesta en escena sencilla, original y divertida, construida a base de cajas de cartón blancas (sobre las que se reflejaban múltiples proyecciones) y reforzada por las coreografías de tres bailarinas y un bailarín, que lograron sacar a Chris Lowe de su trinchera para danzar (es un decir) con ellos. Por su parte, Tennant iba cambiando su vestuario en función de cada tramo de la actuación hasta rematar la faena de la mejor manera posible: con dos clásicos no solo de los británicos, sino también de la historia del pop: “Being Boring” y “West End Girls”. Por cierto, puede que se estén preguntando si el dúo se olvidó de su último álbum, “Yes” (Caroline, 2009), verdadera excusa de su gira: para nada, pero recurrieron a la vía fácil y despacharon dos de sus temas (“Love Etc.” y “Did You See Me Coming?”) al comienzo, para después dejar claro que, aunque hayan sido ninguneados en determinadas fases de su larga trayectoria y hayan pasado por épocas de flaqueza creativa, su legado está a la altura de los más grandes.
En ese punto de la noche (pasaban de las tres de la madrugada) sí que el Monte do Gozo se convirtió en un auténtico páramo, decorado desalentador con el que se topó Pascal Arbez (Vitalic). El francés (esta vez como dj) era el encargado de poner el punto y final a la jornada, y no sólo tuvo que lidiar con el ambiente gélido, sino también con el hecho de que lo arrinconaran a un lado del escenario cual estatua de sal. Dada la importancia de su figura dentro de la electrónica francesa (y mundial) se merecía mejor consideración y mayor atención, aunque a aquellas horas ya era difícil… Por eso decidió recurrir a una sesión de hard-electro trotón y duro como una roca, lleno de subidones y graves percutores que debían de sentirse en el mismo centro de Santiago, ideal para los que aguantaron hasta el último minuto con la intención de prolongar la juerga más allá del amanecer.
Y hablando de dj’s, dejaremos como meras anécdotas la participación de los que se supone tenían que animar los huecos entre la salida de cada grupo. El coruñés Poti reprodujo los típicos sonidos de cualquier discoteca indie (Maxïmo Park, MGMT, The Ting Tings, etc.), pero mezclados con desgana (se intuía que no existía una mínima preparación previa) y poca pericia técnica. Quién sabe, puede que esté acostumbrado a pinchar ante más de 20.000 personas todos los días… Y lo del también gallego Caradeniño Dj fue de traca: empezó bien, con sus remixes de nombres tan dispares como Rage Against The Machine, Nirvana o Phoenix, pero a medida que transcurría el tiempo, él y el colega que lo acompañaba transformaron su set en una fiesta más para ellos mismos que para el respetable, que veía entre comentarios y risas lo pasados de rosca que iban los dos. En ambos casos, oportunidades tiradas a la basura.
Así que, ni más ni menos, sucedió lo que tenía que suceder: la algarabía y las protestas del público, el terremoto de Muse y la perfección de Pet Shop Boys. Y se cumplieron las excepciones que confirmaron la regla: la actuación, a la postre sorprendente, de Jónsi, y la ausencia de grandes problemas en cuanto al desarrollo normal de las más de diez horas de duración del festival Xacobeo 10. Ahora, que cada uno ponga la nota que considere oportuna al evento, y emita sus conclusiones: habrá tantas como las miles de cabezas que abarrotaron el Monte do Gozo.