Va una confesión: a mi, el pop de dormitorio me gusta más que a un tonto un lápiz. De ahí que Wise Blood me tuviera muy pillado desde muy al principio. Su sobresaliente primera obra, el EP “These Wings” (Dovecot, 2011), compuesto por piezas efímeras recargadas de buenas ideas, se erigía como una renovadísima puesta al día del pop retrofuturista finisecular cuyo paradigma podría representar el Beck del quinquenio 1994-1998. Así, su “Darlin’ You’re Sweet” es seguramente aún hoy una de las más brillantes joyas de pop inquieto en lo que va de década. Las bases humeantes (“I’m Losing My Mind”), los coros masculinos distorsionados (“Loud Mouths”), el college-rock marciano (“Nosferatu”) o el nu-soul desquiciado de sábanas revueltas (“Penthouse Suites”) conformaban uno de esos debuts que hacen albergar las mejores esperanzas en su continuación. De ahí que, siendo como es un buen disco, “ID” (Dovecot, 2013) acaba defraudando un pelín o, si más no, no llega a colmar todas las expectativas.
En realidad, “ID” sigue parcialmente los postulados de “These Wings”. El nuevo trabajo de Wise Blood reincide en el objetivo final de descolocar al oyente a través de un sonido orientado a la danza de revoluciones menguantes, pero Chris Laufman ha abandonado en parte esa renovación soul de baja fidelidad que tan buenos resultados había dado en su debut. Aquí, Wise Blood traza sus líneas maestras a través de un ambiente más bien confesional y callejero (oigan la notable “Spider Web”) y, finalmente, “ID” parece construirse a partir de la reordenación al azar de las páginas arrancadas del diario personal del propio autor.
La maravillosa fuga de ideas que conformaba su primer disco aquí parece presentar globalmente una menor pegada, una inspiración en ligero retroceso. Y, aun así, encontramos un puñado de buenas canciones con los que alegrarnos el verano y a las que es difícil ponerles pegas. Por ejemplo “Alarm”, la apertura de “ID”, resiste cualquier amago de menosprecio con su seductora instrumentación y el falsete forzado y arisco que utiliza Laufman para atacar el delicioso estribillo. “Universe Is Blessed” aúna locura y sensibilidad melódica en uno de los temas más gozosos del álbum. “Target” podría ser una revisión mainstream del imaginario de Panda Bear o Avey Tare; de hecho, resulta casi como si Moby produjera a Animal Collective. Y, aunque esperamos con toda nuestra alma que esa conjunción nunca llegue a producirse por lo antinatural de dicha unión, “Target” suena brillante y maravillosamente detox. Ya que estamos, por cierto, no hace falta mencionar que “Consumed”, cerrando el álbum, nunca hubiera existido tal y como la conocemos de no haber visto la luz antes “Merriweather Post Pavilion” (Domino, 2009).
Es, por ejemplo, en “AM” o “AMC Loews Waterfront 22” donde adolece de forma más patente la aparente desgana o falta de inspiración de Wise Blood; ambas se muestran composiciones menores que suenan incluso un poco cómicas, casi paródicas. “Rat” y “Routine Reality” definen mejor lo que es “ID”: Dos temas en permanente balanceo entre todas las virtudes que amasa este disco y los pasos en falso que puntualmente da. La aparente diferencia es que, mientras “Rat” es una composición que va de más a menos con las progresivas escuchas, “Routine Reality” es definitivamente un grower. Ambas, en realidad, inciden en el legado de unos Bran Van 3000 o similares pasados por el tamiz de la psicodelia más amable.
Chris Laufman parece efectivamente dispuesto a seguir desbaratando su concepción de la música pop de nuestro tiempo a partir de amasarla con ingredientes pretéritos ya conocidos (rap radio-friendly, psych en dosis para todos los públicos, sampladelia) pero en los que la mezcla final no nos sabe tan bien como esperábamos. Sin embargo, el oyente bienintencionado sabrá minimizar los tropiezos de este luminoso y disfrutable “ID” y darle caña brava en, oh, the summer nights.