El martes 16 de octubre, cuando Jeff Tweedy y los suyos entraron sigilosamente en el escenario del Palacio Vistalegre y entonaron los primeros acordes de «Ashes of American Flags«, confirmé que definitivamente estaba viviendo el mejor concierto de mi corta existencia. Los de Chicago no dieron tregua alguna: en los primeros veinte minutos un trallazo seguía a otro, sonando entonces «Art of Almost» (una obra maestra incluída en «The Whole Love» -Anti, 2011- su último trabajo hasta la fecha), «I Might» (también de este mismo) y «At Least That’s What You Said«, quizá una de las canciones más flagelantes de lo que llevamos de siglo.
»Es bueno estar solo» nos decían en una «Spiders (kidsmoke)» que sonó extraña quizá porque acortaron la parte instrumental, hecho que importó bastante poco debido a que el público -adultos de 30 en adelante en su mayoría- estaba postrado ante los mejores músicos de rock en mucho tiempo. La experiencia suma muchos enteros en un escenario: Wilco saben muy bien lo que hacen y no titubearon en ningún momento. La banda norteamericana dio un repaso a todos los discos que han editado en esta década, tuvieron ocasiones para lucirse en riffs, especialmente el guitarrista Nels Cline, que brindó momentos de especial éxtasis -«Impossible Germany» es bien recibida siempre-, si bien es cierto que tanto Tweedy como yo esperábamos mejor conexión entre grupo y espectadores. Quiero pensar que era estupefacción: no es muy fácil concienciarse de que uno está presenciando en directo la perfección hecha música, y hacen falta días para digerir que Wilco han sabido capturar la realidad que nos envuelve haciéndonos muy felices y miserables a la vez por la madurez de música y letras.
Jeff Tweedy, empático pero lo justo, lanzó una pregunta retórica: “¿Este sitio es un poco raro, verdad? ¿Los del fondo me escucháis bien?” Y, para comprobarlo, punteó con una de las tantas guitarras que desfilaron por el escenario durante las dos horas y media de concierto. El sonido podría haber sido mejor, pero sabíamos que nos enfrentábamos a uno de los recintos más desagradecidos de la capital. El infinito arsenal de guitarras y bajos iba saliendo de un pequeño camerino posicionado sobre el escenario para posarse ante Jeff, John, Nels y Patt. Un buho de peluche parpadeó inquietantemente durante las dos horas y media de concierto. Los momentos más electrizantes llegaron en la tanda formada por «Heavy Metal Drummer» (que suena eternamente juvenil), la pegadiza «I’m The Man Who Loves You«, «Dawned on Me» (perteneciente a «The Whole Love«) y la célebre «A Shot In The Arm«, entusiasta y mágica, en la que menos personas de las que me imaginaba dimos lo mejor de nosotros mismos.
En los bises, «Via Chicago«, un tema catártico y esquizofrénico que provoca una angustia vital que en ese momento solo puede ser mermada si el público canta a capella «Jesus, etc.«; “Recuerda recordarme, quieto, en tu pasado, flotando como un colibrí» cantaban en una coreada «Hummingbird«… Aunque también hubo espacio para temas de los Wilco primigenios: «A.M.» (Sire, 1995) fue recordado con «Passenger Side» y la springsteeniana «Box Full of Letters«, mientras que de «Mermaid Avenue» (Elektra, 1998) -el mítico disco en el que pusieron música a la letra de la leyenda del folk Woody Guthrie y que fue grabado con Billy Bragg– solo sonó «Hoodoo Voodoo«, y en los bises. Quien escribe estas líneas hubiera preferido algo como «California Stars» o «Ingrid Bergman«, pero es imposible satisfacer a tanta gente. A la salida nos preguntábamos si en algún momento iba a ser posible una gira de Wilco tocando un álbum en exclusiva, iniciativa que no toman muchos grupos y que sería de agradecer al sexteto. Tan largo es su inventario de canciones que, al final, siempre hay grandes olvidados como «Being There«, y sería un placer inmenso escuchar «Summerteeth» (Warner, 1999) o «Yankee Hotel Foxtrot» (Nonesuch, 2002) de corrido.
[FOTOS: Marcos Domínguez]