Es oficial: con su álbum blanco, Weezer han salido del bache creativo en el que se encontraban y han recuperado la buena salud de sus mejores discos.
Según la curiosa teoría de los colores aplicada a los discos homónimos de Weezer, cada vez que la banda recurrió a lo largo de su carrera a esta estrategia surgía la sensación de que estaba a punto de entregar un buen trabajo. La historia empezó de manera inmejorable en 1994 con el iniciador de la saga (a la sazón, su debut): el álbum azul, que contenía el imbatible clásico “Buddy Holly”, perfecto para quitarse de encima la desolación del grunge nirvanero y adentrarse en el universo power-pop de California esquivando las esquirlas punk de Green Day.
Más adelante, en 2001, el álbum verde aumentaba la colección de gemas sonoras con la mítica “Island In The Sun”, “Don’t Let Go” o “Hash Pipe”. Sin embargo, el alumbramiento en 2008 del álbum rojo demostró que esta particular fórmula presentaba fisuras, a pesar de que contenía otro single redondo como “Pork And Beans”. De hecho, los LPs intermedios de Weezer hasta aquella fecha reflejaban de idéntico modo el irregular avance de Rivers Cuomo y compañía desde el sobresaliente “Pinkerton” (Geffen, 1996) hasta el flojo “Make Believe” (Geffen, 2005). Lógicamente, como cualquier otro grupo, Weezer no eran infalibles, aunque tampoco habían perdido el mojo power-pop.
Hecho que ratificaron entrados en la segunda década del siglo XXI en otra etapa zigzagueante que llega hasta hoy y que incluye, cumpliendo con el obligatorio intervalo de siete años (unos meses arriba, unos meses abajo), un nuevo álbum homónimo coloreado: el blanco, oficialmente denominado “Weezer (White Album)” (Crush / WEA, 2016), cuyo beatleliano subtítulo nada tiene que ver con las intenciones discursivas y estilísticas de la banda, a la cual tampoco se le dio por elaborar un doble álbum con el que pasar a la posteridad, sino un “disco playero”, como ha afirmado el propio Rivers Cuomo.
Este leitmotiv tan californiano se inspira en los elementos típicos: sol, arena, música, personajes extravagantes y chicas, que Cuomo regurgita desde una perspectiva terrenal para destapar recuerdos y destripar todas sus neuras y tribulaciones de adulto en tiempos modernos sin abandonar su espíritu adolescente -de un modo similar al de su amiga Bethany Cosentino con Best Coast, salvando las distancias de género y edad-. Esta idea de partida se traslada a “Weezer (White Album)” con efectividad y energía: su tríptico audiovisual de presentación, “King Of The World”–“L.A. Girlz”–“California Kids”, ponía sobre la mesa las cartas argumentales del disco y, además, constataba que no era ningún farol el ánimo de Weezer de recuperar su fulgor de los 90.
La intervención en la producción de Jake Sinclair podía haber hecho derrapar ese empeño llevando a Weezer a ser una parodia de sí mismos o de bandas de target juvenil que han pasado por sus manos, como Panic! At The Disco o Fall Out Boy. De acuerdo, algo de eso hay: por ejemplo, en la mentada “California Kids”, que se acerca peligrosamente al sonido de sintonías de series estilo “O.C.” aupada por el derroche eléctrico y la voz de mozalbete de Rivers Cuomo; o en los medios tiempos galvanizados “Wind In Our Sail” y la oda a Tinder “Thank God For Girls”.
Pero la sangre no llega al océano Pacífico, ya que Weezer se revuelven hábilmente para reciclar el pasado ajeno -el de The Beach Boys en “(Girl We Got A) Good Thing”-, y el propio –“Do You Wanna Get High?” remite a la época dorada de los californianos (de hecho, rememora el flirteo de Cuomo con las drogas en aquel momento)-, facturar melodías vigorizadas y vigorizantes (“Summer Elaine And Drunk Dori”) y practicar ejercicios semi-acústicos como mandan los cánones del power-pop, empezando con suavidad y acabando en todo lo alto entre poderosos riffs guitarreros (“Endless Bummer”).
Como se suele decir en estos casos que involucran a grupos veteranos que pretenden reverdecer laureles, pudo haber sido peor. Aunque Weezer esquivan tal tópico y consiguen que “Weezer (White Album)” los resitúe en una inesperada posición idónea tanto para satisfacer a sus fans más fieles (incluso a los más exigentes) como para ganar nuevos adeptos a su causa power-pop. Sí, su teoría de los colores ha vuelto a funcionar (casi) tan bien como antaño. [Más información en la web de Weezer]
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