¿Tú también te estás preguntando por qué de repente todo el mundo vuelve a hablar de Weezer? ¿Vuelven a molar? Te lo revelamos en este artículo especial…
El encumbramiento casi mitológico proyectado en la actualidad sobre una banda como Weezer me parece uno de los grandes misterios en la historia reciente de la humanidad. Y no porque lo crea inmerecido, sino porque realmente me sorprende que un grupo que lleva (puntualizo: llevaba) tantísimos años sin sacar un buen disco pueda haberse establecido como una de las bandas más reivindicadas en pleno 2016, a la par que más deseadas de ver en directo.
Quizás esto último, lo relativamente poco que se prodiga Weezer en directo (especialmente en Europa, donde en los últimos diez años apenas han tocado en 6 o 7 ocasiones, prácticamente todas en Inglaterra), es lo que les ha granjeado esa aura heroica y legendaria. Quizás, claro, también influye el hecho de en su día grabaron dos de los discos más importantes de la década de los 90.
Echando la vista atrás, y con la perspectiva que da el tiempo, puede que el certificado de defunción del grunge lo empezó a firmar en mayo de 1994 el debut de Weezer. Desde luego, el target potencial de un disco como “Weezer” (Geffen, 1994) es similar al que apenas un par de años antes había comprado de forma masiva “Ten”, “Nevermind” o “Dirt”. Sí, la angustia post-adolescente está en el debut de la banda de Rivers Cuomo tan presente -aunque mostrada de forma distinta- como en los discos mencionados de Pearl Jam, Nirvana o Alice in Chains. Sin embargo, el componente depresivo y enrabietado que en mayor o menor medida encontramos en dichos álbumes se veía transformado aquí en un cinismo casi humorístico: Weezer le cantan a las pequeñas grandes miserias de la vida después del instituto, y ellos parecen ser los primeros que se ríen de sí mismos y de esas, como digo, pequeñas miserias.
OK, es cierto que Rivers Cuomo adolece aparentemente de los rasgos autodestructivos y de los problemas que arrastraban consigo Kurt Cobain o Layne Staley, pero si la rabia y la angustia del grunge estaba proyectada hacia uno mismo y luego hacia los demás, en los primeros Weezer dicha rabia se convertía en una mirada en cierto modo sarcástica, tan llena de melancolía como de humor, hacia la cotidianeidad que circundaba a Cuomo, alejada del existencialismo: relaciones sentimentales, individualidad, aspiraciones románticas, sensación de pertenencia…
Igualmente, en oposición a la tendencia final del grunge, donde existía un llamativo gusto por una poderosa imaginería muy deudora de su tiempo, como ocurría en el artwork de “In Utero” de Nirvana o el de “Superunknown” de Soundgarden, Weezer optaban por una respuesta por la vía opuesta. El minimalismo casi feísta, prácticamente calcado al “Crazy Rhythms” de The Feelies, de la portada de “Weezer” parece una declaración de intenciones a modo de anticipo al sonido del disco: melodías infalibles con guitarras distorsionadas, juegos vocales sencillos pero preciosos y una producción atemporal, casi algo añeja, de Ric Ocasek (The Cars).
“Weezer” hubiera podido ser uno de esos raros discos con diez canciones y diez singles potenciales. Fueron finalmente tres los singles extraídos de ese disco: “Undone – The Sweater Song”, “Buddy Holly” y “Say It Ain’t So”, pero la apertura con “My Name Is Jonas”, la entrañable “In The Garage” (con homenaje a Peter Criss y a Ace Frehley, las caras menos reconocidas de Kiss), la esperanzada “Holiday” o incluso el extenso cierre con “Only In Dreams”, tan deudora de Pixies con un precioso riff de bajo muy presente en los casi ocho minutos que dura la canción, bien podrían haber tenido su espacio como piezas comercialmente reconocidas de forma individual. Por encima de todas, la perfecta y extremadamente melancólica “The World Has Turned And Left Me Here” representa el epítome del sonido de la banda en el equilibro dulce-amargo, con una guitarra acústica sonando por encima de una maraña de distorsión o la voz afectada de Rivers Cuomo siendo replicada por unos coros en falsete.
De la continuación de “Weezer” podríamos escribir un dossier solo para ella. Qué digo un dossier: una enciclopedia por fascículos. En mi humilde opinión, “Pinkerton” (Geffen, 1996) ha acabado convirtiéndose en uno de los discos de rock más importantes de la década de los 90, a la altura de “Rid Of Me” de P.J. Harvey, “OK Computer” de Radiohead o “Nevermind” de Nirvana. Durísimamente autoconfesional hasta límites difíciles de tolerar, “Pinkerton”, un disco que en su día resultó un relativo fracaso comercial y del que el propio Rivers Cuomo renegó en incontables ocasiones en los años posteriores a su edición, ha terminado convirtiéndose dos décadas después en un clásico indiscutible, venerado en la actualidad tanto por quienes lo descubrimos en su día como por generaciones posteriores que han abrazado su forma de llevar a los límites más extremos los delirios íntimos de Cuomo.
La historia detrás de la tierna y a la vez depravada “Across The Sea”, en la que el propio Cuomo se enamora de una chica japonesa que jamás ha visto y de quien la única cosa conoce es una carta de fan donde le pregunta por sus hobbies o su comida favorita, es quizás el paradigma de la confesionalidad extrema -ya que este hecho ocurrió realmente- a la que me refiero. Al mismo nivel en cuanto a brillantez musical y desnudez compositiva están “Tired Of Sex”, con su inconfundible sintetizador marcando la pauta de una de las canciones más salvajes del disco, “No Other One”, “El Scorcho”, “The Good Life” o la maravillosa “Pink Triangle”, que narra el pequeño drama de un hombre enamorándose de una chica lesbiana, casi como un anticipo de la historia que un año más tarde contaría “Persiguiendo a Amy” (“Chasing Amy”, 1997).
Hay que tener en cuenta que muchas de las canciones del álbum, así como de algún modo el concepto global de “Pinkerton”, fueron concebidas para “Songs From The Black Hole”, un proyecto de space ópera rock que debía dar continuidad al disco azul pero que finalmente fue conceptualmente descartado dando lugar a lo que finalmente sería el segundo álbum de Weezer. Según ha confesado alguna vez Rivers Cuomo, el hecho de que el debut de The Rentals, el grupo de Matt Sharp (bajista original de la banda), “Return Of The Rentals”, con el que “Songs From The Black Hole” compartía conceptos musicales y estéticos -sintetizadores analógicos, voces femeninas, letras sobre ciencia-ficción- viera la luz antes de su eventual publicación tuvo que ver en la negativa final a editar “Songs From The Black Hole”. Sea como fuere, “Pinkerton”, calificado hoy en día como la cima compositiva de Weezer, debe esencialmente considerarse como uno de los más certeros ejercicios de revelación de la vulnerabilidad masculina en historia musical reciente.
Después de un hiato de cinco año, Weezer acuden de nuevo a Ric Ocasek para producir su tercer álbum. Y el nuevo “Weezer” (Geffen, 2001), el disco verde, abandona la catarsis emocional y los circunloquios melódicos de “Pinkerton” para retomar los patrones de rock más directo del viejo “Weezer”, el disco azul. Este paso creativamente decepcionante se salda no obstante con un buen disco, que no ha envejecido mal y que contiene un buen puñado de preciosas canciones, desde el nervioso inicio con “Don’t Let Go” o las guitarras emocionantes de “Crab” a la exitosa “Island In The Sun” o a la dulzura de la preciosa “O Girlfriend”, que suena casi como si el Paul McCartney más inspirado, el de “I Will”, hubiera cogido la guitarra y la hubiera distorsionado al máximo.
Y entonces, el vacío. Bueno, no exactamente, pero casi. En la ristra de publicaciones que continuaron el legado de Weezer tras ese apreciable disco verde encontramos bastantes más sombras que luces y, salvo algunas honrosas pero puntuales excepciones, parecen discos creados con el piloto automático de la mediocridad. Del muy fallido “Maladroit” (Geffen, 2002) poco podemos rescatar, un disco más orientado a los lectores de Kerrang que a los adolescentes repletos de angst que entendieron las canciones de “Pinkerton” como un reflejo de su cotidianidad vital. “Make Believe” (Geffen, 2005), álbum vapuleado por Pitchfork (con una puntuación de 0.4/10), sigue siendo tan poco inspirado como su predecesor, pero canciones como “The Other Way” o “This Is Such A Pity” aún salvan unos muebles que parecían totalmente echados a perder por culpa de ridiculeces del calibre del primer single del álbum, esa terrible “Beverly Hills” que recuerda con su ritmo machacón a un “I Love Rock & Roll” de Joan Jett & The Blackhearts desacelerado y que curiosamente consta como una de las canciones más populares de la banda.
El tercer disco homónimo, “Weezer” (Interscope, 2008) también conocido como el disco rojo, es un álbum de contrastes. Por una parte, contiene alguna de las peores canciones de la banda, como las desastrosas e indignas “Troublemaker” o “Everybody Get Dangerous”. Por la otra, están la agradable “Pork and Beans” y sobre todo esa maravillosamente bizarra ópera rock en trece actos que es “The Greatest Man That Ever Lived (Variations on a Shaker Hymn)”, su “Bohemian Rhapsody” particular y el single más imposible jamás publicado por la banda, que mezcla segmentos de rap metal, coro militar, glam rock, y cantata barroca.
Finalmente, sus tres últimos trabajos hasta el reciente disco blanco, el de nuevo homónimo “Weezer” (Atlantic, 2016), retomaban la senda de la mediocridad más anodina, con apaños aislados dispersos como en la alegre “(If You’re Wondering If I Want You To) I Want You To” de “Raditude” (Interscope, 2009), “Memories”, la apertura del discretísimo tratado de punk rock de sonrisa amable que es “Hurley” (Epitaph, 2010), o el estribillo de “Eulogy For a Rock Band” incluida en su ya penúltimo disco “Everything Will Be Alright In The End” (Republic, 2014).
Y ahora, en pleno 2016, con el legado de Weezer quizás más hypeado que nunca, llega el cuarto disco homónimo, el disco blanco. De él se encargará de hablar en profundidad mi compañero Jose A. Martínez, pero no quiero despedirme sin dejar caer que, de entrada, por lo que a mí respecta, me parece su cuarto, quizás tercer, mejor álbum. De alguna forma, este nuevo “Weezer” es un disco que te hace volver a los 90 y -y esto es lo verdaderamente importante- te hace sentir que no hay absolutamente nada malo en sentirte bien por querer volver justo allí.