No se nos ocurre mejor planazo de verano que pillar el segundo tomo de «Croqueta y Empanadilla» de Ana Oncina y gozarlo tumbados a la bartola.
Ya hace más de un año que la extraña pareja formada por «Croqueta y Empanadilla» entró en nuestras vidas… Lo hizo por lo bajini, la verdad. En un primer momento, la mayor parte de nosotros se acercó hasta el cómic de Ana Oncina movidos por la fuerza icónica de sus personajes y por el irrefrenable «cuteness overload» que sufres en cuanto ves a esta croquetilla y esta empanadilla rechonchas y alegres (por no contar a sus respectivos perro y gato, que también son para achucharlos hasta la muerte y más allá). Pero, una vez dentro de «Croqueta y Empanadilla«, lo cierto es que lo más interesante era cómo Oncina se las apaña para operar en un mundo diferente al de la hipsteria colectiva a la que aspiran la mayor parte de autores de cómics de hoy en día.
Un soplo de aire fresco que nos obligaba a preguntarnos, básicamente, si nos encontrábamos ante algo que se quedaría en una bonita anécdota… o en una serie que exprimiera a los personajes y los llevara al nivel de otras parejas icónicas como Snoopy y Carlitos o Al y Roy, por poner dos ejemplos alejados en el tiempo (y en el estilo, todo sea dicho). La respuesta ya la tenemos entre nosotros, ya que hace algunas semanas que La Cúpula puso en la calle el segundo tomo de las aventuras de «Croqueta y Empanadilla».
Los lectores de la primera entrega no necesitarán (para nada) que les vendamos la moto ni les ofrezcamos motivos por los que reencontrarse con los personajes de Ana Oncina… A los recién llegados simplemente les diremos una cosa: no se nos ocurre mejor planazo para ir a la playa este verano que pillar los dos tomos de «Corqueta y Empanadilla» y descubrirlos al ladito de la playa mientras el agua moja tus pies. Hacednos caso. Nos lo agradeceréis.