No nos cabe duda alguna de que Kate Bush estaría orgullosa del homenaje que le rindieron Sóley y Anaïs Mitchell en el Voces Femeninas 2016.
El festival Voces Femeninas se caracteriza por dos rasgos fundamentales que lo alejan del perfil medio de este tipo de eventos musicales… Primero, ya lo sugiere su propio nombre, la reivindicación de las artistas femeninas en toda su extensión, que se vincula con su afán por aportar su grano de arena a la causa contra la lacra de la violencia de género. Y, segundo, la concreción de ese objetivo acercando a España figuras de la escena independiente internacional de largo alcance (por ejemplo, Holly Miranda, Torres, tUnE-yArDs o Basia Bulat) mezcladas con otras inscritas en circuitos más reducidos que siempre han hecho que aumentara el factor riesgo del cartel del ciclo desde su inicio en 2008.
Sin embargo, su edición de 2016 ha sido, quizá, la más atrevida y audaz, ya que su organizadora, Cononut Producciones, se la jugó con dos cartas tan exquisitas como exigentes: Anaïs Mitchell, con su folk de discurso alejado de clichés; y Sóley, artífice de un embrujado minimalismo de cámara. Así pues, de una manera más acentuada que en años anteriores, el Voces Femeninas fiaba su éxito a que el hipotético desconocimiento (a no ser que la red ayudase a hacer un curso acelerado previo) en torno a la obra de ambas no ahuyentase al público neófito y a que sus cultivadas propuestas conectasen fácilmente en directo con los duchos en la materia.
Anaïs Mitchell lo puso fácil desde el principio en el concierto que abrió la velada del Voces Femeninas 2016 en el Auditorio Afundación de Vigo. Defendiéndose con bastante corrección en español (y una pizca en gallego: “Se chove, que chova”, soltó con gracia para referirse al tiempo lluvioso reinante), se preocupó de explicar en la medida de lo posible los argumentos de su cancionero con una actitud tan amable que su candor acústico se expandió con naturalidad.
Gracias a ello, resultó muy sencillo adentrarse en sus versos interpretados con voz delicada y ondulante e inspirados en mitos clásicos (como el de Orfeo y Eurídice que nutre su ópera folk “Hadestown” -Righteous Babe, 2010- y su traslación teatral, representadas por “All I’ve Ever Known” y “Why We Build The Wall”, la cual sirvió para mentar a la bicha de Trump: “Parece el rey de la tierra de los muertos”, espetó Mitchell) y en cuentos de emigrantes (“Roll Away”).
Quedaba claro que Anaïs estaba dispuesta a demostrar que sus letras intentan escapar de cualquier tópico indie-folkie al envolverlas en un aura culta y elegante. Y, cuando no lo hace de esa manera, como en la historia relatada en “Out Of Pawn”, las reviste de un sentimiento sincero que evita caer en la lágrima fácil. De hecho, no dudó en tirar de ese emotivo hilo para regalar al final una sentida versión de “Gracias a la Vida” de Violeta Parra (reflejo de su paso por Latinoamérica en su niñez) que constató su singularidad dentro de los cánones más frágiles del folk norteamericano y prolongó el magnetismo que irradia el apellido Mitchell (el influjo de Joni siempre está presente) en la historia del género.
En contraste, Sóley transmitió una relativa frialdad que no disiparon del todo su locuacidad ni sus historias mágicas adornadas con un extraño romanticismo. Quién sabe, quizá se impuso su flema islandesa… Eso sí, su pericia instrumental redujo en parte esa distancia que parecía establecerse entre ella y el público. Primero, en el arranque, guitarra acústica en ristre, de la que extrajo acordes de cristal que entrelazó con su voz aterciopelada y de intensidad (por momentos demasiado) baja: parecía que sus palabras se deshacían en el aire en cuanto salían de su boca. Y, después, sentada ante el piano, que acaparó el protagonismo de su actuación al ser su principal medio para dotar de gran sensibilidad a unas composiciones que, por fuera, resultaban hechizantes y acariciaban los oídos, pero que en su interior guardaban relatos (“Smashed Birds”, de descriptivo título) entre tétricos y sombríos.
Precisamente, ese halo misterioso acabó cubriendo no sólo el repertorio de Sóley, sino también a ella misma. Aunque eso no impidió que luciera su capacidad para, gracias a unas mínimas bases electrónicas programadas, sus finos juegos vocales y, claro, su habilidad pianística, elevar canciones de su repertorio reciente (“One Eyed Lady”), pasado (“Kill The Clown”) e incluso futuro, en el que asoma un nuevo álbum del que presentó una reconfortante pieza que captura la esencia de su lugar feliz ideal. Ese espacio debe ser el mismo en el que la islandesa se refugia para crear un universo muy particular que en Vigo trasladó con pureza y sensibilidad.
Kate Bush, la estrella homenajeada en el Voces Femeninas 2016, estaría orgullosa de las formas tan distinguidas en las que tanto Anaïs Mitchell como Sóley plasmaron en vivo sus especiales perspectivas musicales. [Fotos: Iria Muiños]