Voces Femeninas 2015 juntó a Basia Bulat, Maria Rodés e Isabelle Laudenbach para que homenajearan a Cecilia… Te lo explicamos todo en nuestra crónica.
Cada edición del festival Voces Femeninas se caracteriza por su cuidada presentación y mimada ejecución, las cuales, más allá de materializar el propósito del evento de difundir el talento de intérpretes y compositoras contemporáneas durante su semana de celebración coincidiendo con el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia de Género, resaltan la figura de la artista honrada en cada ocasión y, de paso, esparcen su espíritu sobre las protagonistas que se suben a las tablas. Así sucedió en años anteriores con Nina Simone, Patti Smith y Aretha Franklin, cuyos rostros plasmados sobre el telón de fondo atraían, inevitablemente, la mirada del público desde el primer al último minuto.
Pero, esta vez, ese fino proceso de seducción iba a ser mayor y diferente: presidía el escenario el semblante de Cecilia, aquella chica que renunciaba a encajar en cualquier canon de belleza de la época y que huía de todo arquetipo femenino impuesto para que su música y sus composiciones hablaran por sí solas de una realidad incómoda. Aunque ella no era sólo la homenajeada de la noche, sino también la razón de ser del Voces Femeninas 2015, dedicado en buena parte a rememorar su cancionero y no olvidar que en 2016 se cumplirá el 40 aniversario de la trágica muerte de una creadora que se fue de este mundo a la maldita edad de 27 años, mucho antes de lo que debía.
De esta forma, durante la velada desarrollada en Vigo se conjugó memoria y tributo en tiempo presente porque, sencillamente, la herencia de Cecilia permanece incólume. Un hecho que las encargadas de trasladar tal ofrenda musical tenían perfectamente asimilado. Incluso la primera en aparecer, Basia Bulat, que no pudo ocultar su mezcla de asombro y sorpresa por ver cómo una cantautora canadiense de raíces polacas tenía la posibilidad de revisar varias piezas de una de las mejores compositoras españolas de siempre en el imponente Teatro García Barbón vigués (o Auditorio C. C. Afundación, según su denominación oficial).
Una rareza que devino anécdota en cuanto empezó a invocar el espíritu de Cecilia guitarra acústica en ristre y en un logrado español -que utilizó también para hablar en cada pausa con simpatía y gracejo- para, a renglón seguido, recuperar algún tema propio. Algo, por otro lado, nada extraño: Cecilia bebía sin complejos del folk anglosajón cuando se tomaba casi como un acto subversivo que lo hiciera una fémina en este nuestro país (seguro que le habría gustado comprobar cómo Basia acercaba sus clásicas canciones a su estilo…).
Ya fuera expresando rabia con contención o mostrando su cariz más suave y meloso, Basia condujo su repertorio de tal manera que sus incursiones en el universo de Cecilia resultaban fluidas y naturales. Por eso, cuando se sentó ante el piano hilvanó armoniosamente “Tu Retrato”, su “Tall Tall Shadow” y “Dónde Irán a Parar”, sobre la cual confesó que le hizo llorar la primera vez que la había escuchado. Ese tono sincero a la par que emotivo no abandonaría en ningún momento su actuación, ni siquiera en el momento en que cambió la guitarra por el ukelele para cantar primero alejada del micrófono a la vieja usanza y después versionar “Llora”, pieza de apariencia sencilla aunque estructura compleja. La admiración de Basia Bulat hacia Cecilia, que se sumó a su habilidad instrumental y vocal, facilitó que la canadiense superase de sobra el reto de estar a la altura de su legado.
Idéntica meta que logró Maria Rodés, la otra estrella de la noche. Aunque, en su caso, se situó en el cruce entre tradición y modernidad pasado por su tamiz personal que cuajó en su último trabajo, “Maria Canta Copla” (Chesapik, 2014), cuya esencia trasladó a las tablas viguesas al recuperar sus aires folclóricos de aquí y más allá del Atlántico. Acompañada de Isabelle Laudenbach, que pellizcaba la guitarra la española y aportaba el duende necesario cuando era menester, Maria preparó su terreno tirando del cuplé “Flor del Mal” y la aflamencada “El Día que Nací Yo” para, de modo similar al de Basia Bulat, trenzar con extrema sensibilidad sus apropiaciones copleras con las reinterpretaciones cecilianas: de “Me Quedaré Soltera” Maria saltó aupada por su estupenda voz a unas “Nada de Nada” -con Basia a los coros- y “Mi Gata Luna” pasadas por un filtro de bossanova refrescante y jovial y volvió al cuplé “Agua que no Has de Beber” y la popular “Ay Pena, Penita, Pena” como si hubiese dedicado toda su vida musical a empaparse del aroma añejo de cada una de esas piezas. He ahí el gran mérito de Maria.
La parte final de su directo se centró en despedir a Cecilia de la mejor manera posible. De hecho, daba la sensación de que caminaba mano a mano con ella a través del ritmo contagioso aplicado a “Soldadito de Plomo”, una elegante “Si no Fuera Porque…” y una de las canciones más esperadas de la noche: “Un Ramito de Violetas”, en clave sentida, profunda, solemne y hechizante que embelesó a los presentes y detuvo sus corazones por unos instantes debido a la emoción transmitida por Maria. A continuación, el mensaje de fondo de “El Testamento”, con un toque de guitarra muy flamenco, se recicló en alegato político de absoluta vigencia que recordó que Cecilia manejaba una afilada (y afinada) pluma que ha sido capaz de traspasar las barreras del tiempo.
El tributo ideal a Cecilia que representó el Voces Femeninas 2015 se cerró con Basia Bulat, Maria Rodés e Isabelle Laudenbach de nuevo juntas ofreciendo “Dama Dama” en bandeja de plata y confirmando que, tal como se preveía, se había consumado la edición más conmovedora de la historia del festival por su derroche de emotividad, clase, respeto y audacia. [FOTOS: Iria Muiños]
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