Honolulu Books publica el primer libro de María Yuste, un maravilloso y sincero retrato de la infancia y la adolescencia de los que crecimos en los 90.
LA GENERACIÓN DE LOS QUE CRECIERON EN LA PERIFERIA Y LLORABAN A ESCONDIDAS PORQUE QUERÍAN SER OTRAS PERSONAS. Somos los hijos de los que siguen esperando las llaves de un piso en un barrio residencial, a las afueras, con avenidas nuevas y carreteras por las que sólo pasará algún coche queriendo encontrar un picadero o alguna pandilla skater de teenagers en busca de diversión dándose golpes contra el asfalto. Somos los nietos de creyentes que nos llamaban por la noche a casa y nos decían «Hasta mañana si Dios quiere«. Somos los primos pequeños de aquellos que ya habían conocido un poco más la vida que nosotros, que la veíamos pasar desde la televisión y soñábamos con convertirnos en alguna estrella pop cuando llegara nuestro momento. Somos los compañeros de clase de las que hacían el baile de «Wannabe» de las Spice Girls en el recreo y se peleaban por pedirse primero Geri o Victoria. Somos las vecinas de la adolescente guapa con más tetas que nosotras y con un novio que venía a recogerla todos los días en moto. Somos las amigas de las que molaban en clase, las que preferíamos sentarnos en la fila de atrás. Las que hacíamos amigos por Internet, las que llorábamos con canciones que sonaban en Los 40 Principales, las que nos escribíamos cartas sin sentido y nos la dábamos en clase de un día para otro, aunque tuviéramos poco que contar. Las que aprovechábamos las horas de catequesis para escaparnos y correr a comprar tonterías y pegatinas horteras en los chinos. Las que llorábamos y llorábamos porque soñábamos con vivir en otro país, tener otro cuerpo y el pelo de otro color, ser otra persona.
Menos mal que María Yuste no se convirtió en otra persona. Menos mal que le tocó nacer y crecer en una provincia nada cosmopolita. Menos mal. Porque quizás «Vida de Provincias» hoy no existiría. Y yo no estaría narrando una lista sin sentido de recuerdos y dramas de adolescente que creció en una ciudad pequeña. Y es que su narrativa desborda una frescura y una sinceridad brutal. No me extraña que Luna Miguel la llamara «la Joan Didion española» y Aloma Rodríguez «la hija mediterránea de Louie C.K.»
Veréis, no exagero si digo que hacía mucho que no reía y lloraba tan seguido con un libro. Hablo de disfrutar y sentirte mal al pasar cada página, porque lo último que quieres es terminarlo. La niñez en cintas de VHS, la muerte siempre contada en casa de la vecina, los SMS, los nombres escritos con llave en cualquier interfonillo, las amigas canis, las canciones tristes de Chayanne, las hormonas, tu amigo al otro lado del océano, las peleas con tu hermana, tu madre esperando la avenida repleta de la nueva urbanización, ver crecer a tu vecina desde la ventana.
La vida misma.
***
La dolorosa
El fotógrafo sacó la cámara y me puse a llorar como si lo que se hubiera sacado hubiera sido la polla. Estábamos en el estudio fotográfico de lo que ahora es la calle de las putas y la droga aunque entonces era una calle normal. O yo era muy pequeña y no me enteraba. Iba a empezar el colegio y necesitaba fotos de carné. Mis primeras fotos de carné. Mi madre me había llevado a la peluquería y me había cortado el pelo bien corto como a mí no me gustaba. Luego me había vestido de domingo con un vestido heredado que había pertenecido a mi hermana diez años antes, zapatitos negros y calcetines blancos.
Sería que aquel cuarto oscuro y estrecho, o aquel artefacto tan grande y desconocido o, no sé, que soy una llorica, simplemente. No me acuerdo, solo sé que lloraba como la Virgen María en esas estampitas que las abuelas tienen en las mesitas de noche. La Dolorosa. En una de las fotos me parezco. Desesperé al fotógrafo, desesperé a mi madre, desesperé a los clientes que esperaban su turno y me tuvieron que hacer las fotos así. Me pasé dos años llorando en las fichas del colegio. Plastificada en el tablón de actividades del parvulario junto a las fotos normales del resto de mis compañeros: veintitrés niños y la madre de Jesucristo.
Pero volvamos al estudio:
- Señora, pero ¿por qué llora?
Pues eso me gustaría saber a mí…
-Niña, ¿qué te pasa?
–María Eugenia, por favor…
Os he advertido.