Nuestra crónica del VIDA 2019 no solo habla de las actucaciones, sino que confirma que nos encontramos ante el festival pluscuamperfecto para treintañeros.
Después de cinco ediciones, el VIDA se ha ganado, por derecho propio, el puesto de festival familiar para treintañeros donde todo parece sacado de un spot idílico de cervezas de principio de verano. Un festival en el que la experiencia de pasear por el bosque, tomarte un vinito con la puesta de sol de fondo y ver a niños con cascos para protegerse los oídos en primera fila es casi tan importante como el propio cartel.
Mi actitud ante los festivales siempre ha sido más de postadolescente que quiere ver el máximo de conciertos, correr y estresarme para intentar llegar a primera fila en todos los escenarios -aunque solo conozca el hit de la banda- que la de disfrutar en sí de la experiencia completa que te quiere ofrecer el evento. Así que, de cara a esta sexta edición del VIDA -pese a estar lejos de la treintena y no tener ningún hijo al que pasear- he decidido recorrer el VIDA 2019 (que se ha celebrado del 4 al 6 de julio en Vilanova y la Geltrú -Barcelona-) tal y como lo hacen la gran mayoría de sus asistentes: con calma y apreciando los detalles. Full experience de cuando ya tienes algo de estabilidad económica y emocional.
Jueves 4 de julio
Las expectativas de un fin de semana de anuncio se abrían ante mí como si de un oasis en medio del desierto de la vida laboral se tratara. Pero ya sabemos que al destino le mola el drama. Antes de poder dejar la ciudad atrás, sin embargo, nos enteramos que uno de sus cabezas de cartel se caía estrepitosamente. Beirut cancelaba. ¿Qué el festival no tenía ninguna culpa de que el cantante estuviera enfermo? Pues sí. ¿Qué necesitábamos echarle las culpas a la gente que nos cobra sobre esta desgracia para sentirnos que tenemos algún poder sobre las cosas que pagamos? Pues también. Siendo realistas, parte de esta experiencia pseudoburguesa de fin de semana pasaba por ver a Beirut cantar «Postcards from Italy» con la puesta de sol de fondo como si de una verbena sacada de «Call Me By Your Name» se tratara. Pero, bueno, no todo estaba perdido. Al fin y al cabo, un festival no es un solo cabeza de cartel, y todavía nos quedaban tres día de VIDA 2019 por delante.
Una vez superado el tren, el bus y el paseo entre viñas que te lleva a la masía de Can Cabanyes, la primera jornada del festival queda oficialmente inaugurada en el momento que José González se sienta en una silla en mitad del escenario, guitarra en mano, y toca la acogedora melodía de «Crosses«. Eso sí, la calma duró poco más a partir del momento en el que llegaron los chicos de Él Mató a un Policía Motorizado. El publico se entregó. Una terapia de grupo, una reunión de colegas de toda la vida mientras se canta al unisono «Más o menos bien«. El grupo del que hablan los chicos de Carolina Durante y Amaia en sus canciones estuvo a la altura de esa veneración.
Luego llegaron Fat White Family para llenar el escenario de rock psicodélico. A mi, en ese momento, el cuerpo me pidió más bien cenar. Creo que una de las cosas que distinguen claramente la experiencia de un festival es cómo y qué comes. Y el VIDA está claramente a la altura de las expectativas. Food trucks y lucecitas de fiesta de pueblo mediterráneo. Es uno de esos lugares que te hacen olvidar que te estas perdiendo un concierto por comer. Y, oye, si tus necesidades fisiológicas te hacen parar, por lo menos que sea en un sitio así.
Llegadas las doce, Sleaford Mods tomaron el escenario con su punk de bases electrónicas. Muy loco todo. Y seguro que quedarse hasta el final hubiera sido una apuesta segura, pero personalmente opté por apoyar a las bandas locales y acompañar a mis colegas al escenario de la otra punta del festival pera ver a Cala Vento. Debo admitir que no conocía todo su repertorio, pero ver cómo tus amigos se desgarran la voz en cada canción, como si fuera también responsabilidad suya el concierto, es una gozada. También fue una gozada que, cuando la seguridad intentó parar un pogo, los chavales del Empordà nos incitaran a seguir. No tengo muy claro si hacer pogos es muy de los 30, pero todo el mundo quedó muy satisfecho con el concierto.
Si lo que realmente querías era bailar al ritmo de synth-pop, la fiesta del jueves se cerraba de la mano Hot Chip. Pero, saliendo de un concierto tan físico como lo fue Cala Vento, me sentí con la obligación de cerrar con Derby Motoreta’s Burrito Kachimba. La excentricidad de todos sus miembros llenaron el escenario de la Cavana Jager (lo llenaron literalmente, porque no cabía ni un alfiler más en el escenario). Fue como estar en una fiesta de pueblo donde todo el mundo grita mucho y suda de más, pero aun así no quieres dejar de estar ahí. En lugar de una banda de versiones, sin embargo, sobre el escenario había unos tíos con melenas dándole a sus pegadizos temas.
Viernes 5 de julio
La segunda jornada del VIDA 2019 se presentó más bajonera. Nadie había olvidado la cancelación del día anterior e incluso hubo gente que decidió no asistir a modo de protesta / indignación. En el fondo hay que reconocer que la jornada no estuvo nada mal, ya que la ausencia de Beirut nos dejaba más espacio a todos para disfrutar del magnífico concierto de Sharon Van Etten. La tía estuvo a la altura de la situación… y de sobras. ¡Qué energía, de verdad! Si pensaba que después de St Vincent el año pasado nadie volvería a traer una energía femenina con guitarras tan potente, Sharon lo reventó. El highlight fue cuando atacó «Seventeen» y toda la energía derivó en una nostalgia preciosa por parte del público. Porque, seamos sinceros, a muchos de ellos los 17 ya les quedaban un poco lejos.
También hay que destacar que no fue la única a las cuerdas que nos hipnotizó. En paralelo teníamos a los chicos de Yawners, que nos recordaron lo mucho que nos gustaban y nos gustan los sonidos pop punk de los early dosmiles. Un concierto para reencontrarte con el angst adolescente que sentías escuchando a gente como Blink 182, pero con una relectura millenial.
Antes de irnos, ese día era casi mandatory ir a ver a Hidrogenesse. Un mamarracheo nacional al que le debemos mucho. Supongo que era la única forma de remontar la desilusión del día… Debo admitir que bailar muy mal «Disfraz de Tigre» en mitad del bosque me hizo reconciliarme ciertamente con el VIDA 2019.
Sábado 6 de julio
Y llegó el sábado. En mi humilde opinión como persona nacida en los 90, este era sin lugar a dudas el día fuerte. Empezamos con lluvia y Gus Dapperton. Pese a no estar lleno, la energía sacada de Urban Outfiters que traía el chico hizo bailar a una selección de publico casi igual de rara que él. Era un buen día para ponerse el outfit más edgy, para camuflarme entre el publico anglosajón tarareando «I’m Just Snacking«.
Seguramente lo más correctamente treintañero-en-el-VIDA que podía haber hecho hubiera sido ir después a ver a Nacho Vegas. Pero mi cuerpo pedía jarana, bailoteo, pop ligero. Así que me fui a Cariño. Y, por lo visto, no fui la única con esta energía. La CaBana estaba petada. No había un solo hueco. Habíamos venido a reclamar que nos trajeran imanes para la nevera y no nos iríamos a casa hasta hacerlo a pleno pulmón. Pura fiesta, fiesta pop de la buena. Las Cariño se han ganado reinar en el pop nacional sin ni tan siquiera tener batería.
Ahora sí, a las doce y veinte llegó el momento de sacar el señoro que llevo dentro. Si Madness dice que bailemos to the rockinest, rock-steady beat , pues nosotros lo hacemos. Nunca una banda des señores que parecían sacados de un viaje a Benidorm del Imserso británico habían hecho bailar a tanta gente que podrían ser sus nietos. Si eras un poco nostálgico o tenias ganas de demostrar que entendías de ska o simplemente bailar mal un poco borracho, ¡este era tu momento! «Our House» nos unió a todos, y me alegro mucho de haberla podido cantar como si fuera parte de esa generación.
Y, aunque el festival lo cerraran Meute y Polo & Pan -dos señores bolazos-, los que se proclamaron como reyes de la fiesta fueron ni más ni menos que Carolina Durante. Una fórmula que ya hemos visto miles de veces: cuatro chavalillos monillos que irradian testosterona y drama y cantan sobre sus movidas amorosas con guitarras de fondo. Pero funciona. Sí, lo sabemos, nos han vuelto a liar. Han conseguido conectar con todos los que no tienen 30 y los que ya los han pasado. Han democratizado la sensación de no saber qué hacer con tu vida mientras te metes en un pogo a sudar. En ese concierto estábamos todos cantando, o más bien berreando, lo que supongo que en unos años serán los himnos de nuestra -o alguna- generación. Más allá de «Cayetano«, que ya va siendo hora de dejar atrás, cantar «Las Canciones de Juanita» en un festival me pareció la guinda del pastel a la experiencia festivalera.
Seguramente al final no me lo tomé con tanta calma. Lo bueno del VIDA es que no te has de esforzar mucho para lograr primeras filas -porque la gente es maja y te deja pasar-, y eso es de agradecer. No he logrado integrarme del todo en lo de los 30, pero la experiencia de un fin de semana de fingir tener capacidad adquisitiva y paz mental entre pinos y espejos, perfectos para fotitos Instagram, a ritmo de buena música es algo que realmente debe hacer feliz a casi cualquiera. [TEXTO: Eva Sebastián] [Más información en la web del VIDA 2019]