Es necesario que nos preguntemos: ¿es «Vestidas de Azul» una digna sucesora de «Veneno» o más bien es una mala continuación de aquella serie? Vamos a intentar dar respuesta a esta gran cuestión.
Resulta inevitable que, al ponernos delante de cualquier tipo de ítem cultural (es decir: una peli, un libro, una serie, un cómic, una obra de arte, un videojuego…), todos acabemos buscando un marco de referencia en el que asimilarla y valorarla. Y hay que reconocer que «Vestidas de Azul» se tiende a sí misma una pequeña gran trampa cuando, ya desde el cartel y la campaña de promoción, se anuncia como «una continuación de Veneno«.
Porque si tú dices que una serie es una continuación de otra, el público no solo va a realizar una comparación desde el minuto cero, sino que va a pedir cuentas en el caso de que todo aquello que espera (y que, de hecho, está en todo el derecho de esperar) no se cumpla. Lo que el público esperaba en el caso de «Vestidas de Azul» era, básicamente, lo que el propio subtítulo indica: «una continuación de Veneno«. Y eso significa una repetición de los logros e incluso una ampliación de los mismos… pero nunca un cambio considerable en el espíritu de la ficción o una bajada de calidad en ninguno de los logros que enamoraron en aquella ficción de Los Javis.
El sentir general, sin embargo, ha sido que el estreno de «Vestidas de Azul» en Atresplayer no ha estado a la altura de «Veneno«… Pero, antes de abrir ese melón, será mejor empezar por el principio: ¿de qué va esta nueva ficción que viene avalada por Javier Calvo y Javier Ambrossi pero que, sin embargo, no está dirigida por ellos sino por Claudia Costafreda (responsable junto a Ana Rujas de esa maravilla que es «Cardo«) y Mikel Rueda (director de esa joyita oculta titulada «A Escondidas» que, si no has visto, mejor será que dejes de leer inmediatamente y corras a gozar ahora mismo)?
De la misma forma que «Veneno» partía de la biografía de La Veneno escrita por Valeria Vegas, esta serie parte del libro «Vestidas de Azul» en el que la misma autora homenajeaba y buscaba justicia histórica para el mítico documental «Vestida de Azul» de Antonio Giménez-Rico, que ofrecía una visión panóramica de la realidad trans en pleno año 1983. La serie sigue una estructura mimética a la de su precedesora, entrelazando dos líneas temporales: la del pasado (sobre el rodaje del documental y las vidas de las protagonistas) y la del presente (sobre el proceso de escritura de Valeria… y, cada vez más, también sobre su entorno).
Si nos ceñimos a lo puramente argumental, «Vestidas de Azul» sí que resulta ser una continuación directa de «Veneno» porque, de hecho, retoma la historia de Valeria Vegas dos años después de haber escrito el libro sobre La Veneno. Parte de aquellas tramas se retoman en esta nueva serie y, de hecho, algunos de los personajes de su entorno regresan para dar continuidad a la historia de la protagonista (como es el caso de la madre) o para dar continuidad a sus propias historias (como son los casos de Paca La Piraña, Juani Ruiz o Sacha, interpretada por Alex Saint).
Pero, desgraciadamente, una «continuación» no solo implica una continuidad argumental, sino también una constante en cuanto a identidad y calidad… Es ahí donde el público parece haber decidido que flaquea «Vestidas de Azul«. Y aquí es donde no puedo evitar llevar este texto a lo íntimo y personal.
Porque tengo que admitir que me daba un palo tremendo ponerme con esta serie y, de hecho, me daba tanto palo que no la vi semana a semana, sino del tirón una vez se estrenó el último capítulo. El motivo de este desánimo se encontraba en los inputs que recibía desde diferentes frentes (amigos, redes sociales…) y que venían a decirme que la calidad de «Vestidas de Azul» estaba muy por debajo de la de «Veneno» y que, de hecho, estaba defraudando bastante a los fans de aquella serie.
Sin embargo, ahora que ya he visto entera la ficción de Costafreda y Rueda, ya puedo decirlo alto y claro: no entiendo qué es lo que toda esa gente critica. Pero voy a intentar entenderlo a través del abordaje de dos de sus aspectos más determinantes: su ambición argumental y su equilibrio interno.
La ambición argumental de «Vestidas de Azul»
«Veneno» enganchó porque fue una serie que cogió a un personaje al que todo el mundo creía conocer y, a través de su biografía, reivindicó todo un conjunto de capas que muy pocos conocían realmente. La historia de La Veneno se trenzaba con la de Valeria, pero realmente el gran peso estaba en aquella Cristina Ortiz que era bigger than life y que Los Javis supieron retratar en toda su inmensidad.
«Vestidas de Azul«, por su parte, dedica cada uno de sus siete capítulos a una de las protagonistas del documental de Giménez-Rico (y añade un capítulo extra centrado en Teresa, la ayudante de producción del director). Y aquí chocamos frontalmente con el gran problema de la serie: mientras que «Veneno» dedicaba toda una serie entera a una vida inmensa, la serie de Costafreda y Rueda intenta encajar seis vidas bigger than life cada una de ellas en un único capítulo. Y esta ambición desmesurada acaba por jugarle una mala pasada.
Porque es inevitable que, ante semejante ejercicio de síntesis salvaje, el espectador acabe quedándose con ganas de saber más de algunas de las protagonistas. Y peor todavía: la síntesis es una herramienta peligrosa porque, en el caso de que la información escogida no sea la más adecuada, resulta inevitable que sea percibida como incongruente. Tal y como se ha dicho sobre «Vestidas de Azul«: algunos de los personajes no están bien construidos y, por lo tanto, su comportamiento puede percibirse como incoherente y excesivamente ficcionado.
Y es una verdadera pena porque, si te lo paras a pensar, esta serie debería tener seis temporadas diferentes, cada una de ellas centrada en una de las protagonistas del documental original. Así de grandes son sus vidas. Así de inmensas. Así de bigger than life. Pero, a la vez, y por mucho que me duela, también es necesario reconocer que el tono de «Vestidas de Azul» acabaría resintiéndose en el caso de que la ficción se alargara… Es aquí cuando es necesario pasar a hablar del equilibrio interno de la serie.
El equilibrio que consiguió «Veneno»
Uno de los grandes logros de Los Javis es precisamente la naturalidad con la que consiguen encontrar en sus producciones un equilibrio pluscuamperfecto entre las realidades más desarmantes y el realismo mágico más colorido y optimista. Por poner un ejemplo: el musical y el escapismo onírico se contraponen en «La Llamada» a algo que podría ser tan sórdido como el despertar sexual en un entorno católico.
Y, en el caso de «Veneno«, la fantasía siempre fue un refugio en el que La Veneno no solo supo recogerse para hacerse muy fuerte, sino que consiguió que fuera el lugar desde el que cambiar la realidad a su alrededor y construir su propia leyenda. Las ensoñaciones en la infancia o las fantasías en las que se la representaba como la diosa que realmente era en la edad adulta hacían más llevaderas las sombras de la existencia de Cristina Ortiz. Que no eran pocas.
Pero Claudia Costafreda y Mikel Rueda optan por dejar a un lado la fantasía que Ambrossi y Calvo utilizan como luz para equilibrar las sombras de sus ficciones… Lo que acaba traduciéndose en un exceso de oscuridad y drama. El punto de partida de «Vestidas de Azul» es que las vidas de sus protagonistas eran bigger than life, sí, pero sobre todo eran profundamente dramáticas. E incluso cuando todo da para la fantasía (performar «La Gata Bajo La Lluvia» delante de tu ex o presentar el documental en San Sebastián mientras ligas con John Travolta, por poner dos ejemplos con amplio potencial para la fantasía), la apuesta de la serie por el realismo acaba por lastrar la posibilidad de la redención de sus protagonistas.
Al fin y al cabo, la apuesta de la serie es otra, algo que queda totalmente al descubierto cuando la línea temporal pasada y la línea temporal presente interactúan: «Vestidas de Azul» es una serie sobre la importancia de la familia y sobre la relación madre / hija (que, obviamente, siempre va más allá de la consanguineidad). También sobre el derecho de las personas trans a tener un espacio en el que construir una identidad lejos de las convenciones, preconcepciones y presiones sociales.
Las vivencias de las protagonistas del documental y las de Valeria y su entorno se acaban espejando las unas sobre las otras para resignificarse y amplificarse. Pero, de nuevo, la ambición de la serie va en su contra y, por culpa de la falta de espacio y tiempo, mucha de la potencia de este juego de espejos se acaba quedando en el tintero, ligeramente deslucida por un tono extremadamente dramático que viene a decirnos que la existencia trans es dura (y esto nadie podrá ponerlo nunca en duda) pero al que le falta un toque de fantasía para equilibrar el resultado final y hacerlo más digerible.
¿Significa todo esto que la ficción de Costafreda y Rueda ha sido un fracaso? Ni mucho menos. «Vestidas de Azul» no es una mala serie. Simplemente, es una serie diferente a «Veneno«. Dicho de otra forma: puede que sea una mala continuación de «Veneno«, pero es una buena serie. Una muy buena serie, de hecho. [Más información en la web de «Vestidas de Azul»]