No es ningún secreto que en FPM adoramos la escena musical alternativa australiana: de ella proceden (al igual que de la también amada Canadá) potentes corrientes de aire fresco que, cada cierto tiempo, limpian el ambiente dominado por los imperios estadounidense y británico. Durante los últimos años, esos soplos renovadores provenientes de las antípodas suelen tener su origen en el sello Modular, santo y seña de toda una generación de bandas devotas del electro-pop y del pop electrónico (que no son lo mismo…): Bag Raiders, The Presets, Canyons o los reyes Cut / Copy, cuya influencia en conjunto afectó tanto a las formaciones más apegadas a su estilo (Midnight Juggernauts) como a las más alejadas, en principio, de él (Architecture In Helsinki). Gracias al brillo de todo ese conglomerado de referencias, cuando se habla de la nueva ola sintética aussie no hace falta describir sus elementos definitorios: sólo con mencionar algunos de esos nombres, ya vienen a la cabeza automáticamente la manera en que tratan de aplicar emoción a sus composiciones artificiales o cómo tensan su nervio para trasladarlas, con elegancia, a la pista de baile hasta convertir ambos procesos en una marca propia reconocible.
Van She (Nick Routledge, voz y guitarra; Matt Van Schie, bajo; Michael Di Francesco, sintetizadores; y Tomek Archer, batería y percusión), miembros de pleno derecho de ese selecto club, cumplían con todos los requisitos para, llegado el momento, encabezarlo con dignidad: pertenecer, lógicamente, a Modular; y poseer un disco de debut, “V” (Modular, 2008), que contenía la sensibilidad tecnopop y el pulso dinámico new wave suficientes para diferenciarlos de la competencia. Sin embargo, su ímpetu inicial se fue diluyendo a pasos agigantados y su silueta acabó engullida por el catártico tsunami provocado por el “In Ghost Colours” (Modular, 2008) de sus compañeros de casa Cut / Copy. A partir de ahí, las comparaciones entre los dos grupos fueron inevitables… Y de ellas Van She salían continuamente derrotados.
Debido a ello, transcurridos cuatro años, el cuarteto de Sidney tenía que dar un volantazo a su trayectoria. Y no se le ocurrió mejor opción que la de ‘hacer un Friendly Fires’ o, estirando la expresión, ‘un Delorean’. O lo que es igual: expandir, hábilmente, su base primigenia hasta límites (in)sospechados, aquellos en los que se observa la vida desde su lado más tropicalista, eufórico y exultante. Siguiendo dicha línea procedimental, si los vascos se empapaban de géneros noventeros como el house ibicenco, el chill baleárico y el acid-pop y se cobijaban bajo la sombra del árbol de Animal Collective, y los británicos se aprovechaban de la herencia de los 80 y 90 más fosforescentes y hedonistas para añadir tintes policromáticos a su discurso, los australianos navegan entre ambas orillas para remar en una sola dirección: la de su renovación sonora para desmarcarse con sutileza de varios de sus coetáneos (aunque no del combo de Dan Whitford, que sigue varias millas por delante) y, en parte, de ellos mismos.
De este modo, Van She perpetran con “Idea Of Happiness” (Modular, 2012) una especie de juego de papiroflexia, conservando su esencia sonora pero cambiando el envoltorio de la música que caracterizaba su álbum de debut. Su portada deja claro el enfoque de sus ansias regeneradoras, construida con retazos de imágenes coloristas y silvestres que remiten a latitudes cálidas y paraísos terrenales (como sucedía en el “Pala” -XL / PopStock!, 2011- de Friendly Fires); y algunos de los títulos de su repertorio remiten a la alegría que se podría vivir en esos lugares lejanos pero reales: “Calypso” (excitante), “Coconuts” (heredera de aquellos temas ochenteros que se interpretaban con camisas hawaianas y pareados estampados sobre la cubierta de un lujoso yate) o “Beat Of The Drum” (perfecta para elevar el espíritu y creer que un mundo mejor es posible). Todo un festín de calor, melodías pegadizas y estribillos adhesivos que da una idea de lo que es la felicidad, motivo que se traduce en la frase con la que los australianos bautizaron su segundo álbum. Esas agradables sensaciones se materializan en una ristra de canciones que huelen a arena de playa tostada y se degustan como un helado de miles de sabores, unas dulces caipirinhas y unas frutas exóticas. Una macedonia que se destapa con la titular “Idea Of Happiness”, incitación a disfrutar de cada día sin pensar en el pasado ni el futuro, un manido pero positivo argumento que enlaza directamente con los cortes antes citados y con la reconfortante “Jamaica”, logrado ejemplo de pop electrónico selvático y exuberante.
Entre medias, Van She enseñan, por un lado, su vena más bailable a través de “Tears” (coctel que combina a Friendly Fires, de nuevo, con los Daft Punk era “Discovery” -Virgin, 2001-) y “We Move On” (cuyos samples vocales delatan su estética noventera); y, por otro, su cara más sensible (aquella que hizo que se les relacionara hasta la saciedad con Cut / Copy) gracias a “You’re My Rescue” y, especialmente, “Sarah”, que funciona como prolongación (por apelar directamente a una causa femenina) de “Kelly”, uno de los singles más celebrados del cuarteto y una de las escasas conexiones del lejano “V” con “Idea Of Happiness”. Un LP que agita, sin que se corte la mezcla, múltiples ingredientes conocidos y ya catados pero con un resultado rico y apetitoso. Así, Van She consiguieron obtener un batido sonoro completo y adictivo que permite que aumente su prestigio y, de paso, que el electropop (y el pop electrónico) australiano añada un nuevo triunfo a su historial de victorias.