DOWN
Las eternas cancelaciones (especialmente las de última hora), que este año han dolido especialmente: Rodríguez, Fionna Apple y Band Horses hicieron mucha pupita.
Que, pese a la gran abundancia de carne extranjera, hubiera tanto feo. Lo que demuestra que eso de que los guiris son más guapos que los españoles es una leyenda urbana.
Los meteorólogos y su necesidad de tener siempre razón. El frío que se vivió en el Forum fue digno de Winterfell. Hubo quien hasta tuvo que mendigar chaquetas para no morir de hipotermia el segundo día de festival. #coldestfestivalever
Las combinación explosiva entre unos horarios con solapamientos múltiples y una distancia maratoniana entre escenarios. Entendemos que el festival crezca, pero resulta un poco extraño el hecho de estar en un concierto y pensar «ya no vamos a este otro porque, por distancia y tiempo, no llegamos ni de coña«.
La gente en general y los maleducados del Auditori en particular.
El inquietante parecido entre la nueva zona de escenarios (con el Heineken y el ATP en una inmensa esplanada) y el «espíritu» del FIB. Ni el Summercase se llegó a acercar tanto a Benicàssim. ¿No supone esto un poco pérdida de la identidad del festival?
Que Poolside no sepan hacer canciones de menos de 13 minutos. Mejor les iría.
Que una de las mejores canciones que sonó en el festival, ese repetido “Falling” de Haim en los intermedios entre conciertos del escenario Pitchfork, nos hiciera recordar cuán magnífico hubiera sido tener a las hermanas en el cartel.
El cartón de Nick Cave.
Las solapaciones, que siempre son dramáticas (Glass Candy, Swans y Blur, Titus Andronicus y The Knife, The Babies casi con Los Planetas…).
Que Savages se nieguen a cambiarse el nombre por Bolleras con Guitarras. Dicho esto desde el respeto y el amor, que conste.
Que Jessie Ware no llevara moño… Que sí, que lo llevaba, pero era bajo. Lo que es como ir a comerte una hamburguesa del McDonalds atraído por las fotos de su publi y luego encontrarte con la cruda (juas) realidad.
Que el cierre de Dj Koze el sábado no fuera tan espectacular como lo fue el cierre con el dj set de Daphni el día anterior.
Los camareros portugueses que no se enteraban de nada (eso sí, muy majos) y que la gente de los puestos de comida te diera las gracias por hablar en español.
La extraña certeza de que tú también podrías marcarte una sesión como la de Jackmaster: mucho hit trillado, poca sorpresa.
La aglomeración de la Zona Pro en algunos momentos. Una pena que uno de los mejores restaurantes de todo el recinto fuese inaccesible por culpa de las kilométricas colas que había para coger una mesa.
Las medias que Jenny Lewis lució en el concierto de The Postal Service. Así no hay quien quiera llevársela al catre (a no ser que seas Ben Gibbard).
La aplicación de Heineken, Connect. Los creadores se la han metido doblada y se han reído en la cara de la marca cervecera. Mucha chica guapa roneándote para que te la bajases para luego dejarte sin nada. Calienta braguetas 2.0.
Aguantar a cafres, vocingleros, maleducados en general y gente esencialmente cateta que se piensa que lo más adecuado en un festival de música es montar la tertulia con los amigachos y de paso fastidiar la velada al prójimo. A más de uno consiguieron poner de los nervios (véase el flagrante ejemplo de James Blake).
Comprobar que uno ya no está para plantarse a media tarde en el Auditori a ver a Pantha Du Prince y luego pretender aguantar en condiciones mínimamente decentes a que DJ Coco pinche ese “Midnight City” de M83 que nos da la vida. Pesan los años; pesan los kilos.
Que esta edición del Primavera Sound no haya sido la del #bestfestivalever por algo tan ajeno a la organización como lo es el mal clima.