El Underfest 2023 volvió a ser una carta de amor a la música en salas… Y aquí te lo explicamos todo de esta edición marcada a fuego por la actuación de Paul Weller.
Hay gente que no se cree que en Vigo se empiecen a colocar sus afamadas luces de Navidad en pleno septiembre, antes de que el calendario marque oficialmente el final del verano. Pues sí, es cierto. Lo pudieron confirmar las personas que se movieron por el corazón de la ciudad en respuesta a la llamada del festival Underfest, andando calle arriba calle abajo para acceder a los diferentes locales en que se desarrolló.
Este formato es bien conocido desde que el certamen vigués arrancó en 2018. De hecho, de ahí deriva sus esencia, que se relaciona con el objetivo de resaltar la importancia y revalorizar el papel de las salas musicales. Que nadie se olvide de su función, por mucho poder de atracción que tengan los grandes festivales al aire libre. En este sentido, la sexta edición del Underfest llevó un paso más allá su estructura multiespacial hasta conformar una atmósfera cautivadora que, tanto de día como de noche, envolvió a una audiencia que crecía a medida que pasaban las horas.
El Underfest SON Estrella Galicia no es un evento estático en el que el público solo rebota entre escenarios o barras en un recinto cerrado y delimitado, sino que funciona como un organismo que se alimenta de la dinámica de los asistentes mientras va enseñando todas sus caras según el lugar en el que se celebra cada concierto: diáfana, íntima, sudorosa, garagera, sombría, embrujadora, épica, eufórica o humeante.
Eso sí, el festival también tuvo que adaptarse a circunstancias adversas y resolver con premura (y acierto) desde inesperados cambios de ubicación hasta alteraciones horarias, pasando por posibles solapes. Sin embargo, bastaba con echar un vistazo a las reacciones y escuchar los comentarios de los presentes para certificar que el Underfest SON Estrella Galicia 2023 había seguido la dirección correcta por su planteamiento y sus variadas apuestas artísticas.
Algunos de los conciertos fueron verdaderos regalos para los oídos y eso que, no lo olvidemos, todavía faltaban más de tres meses para el inicio de la Navidad…
Viernes 15 de septiembre: With the lights, with the music
Antes de que Sam Amidon saliera a la palestra, el complicado turno que tenía reservado (18:30h) invitaba a pensar que se podría contar con los dedos de las manos las personas que lo verían. Fueron algunas más, pero en realidad no importaba la cantidad porque el estadounidense dominó la situación a base de simpatía y una habilidad instrumental desbordante en cuanto se introdujo en el Panóptico del Museo de Arte Contemporáneo (MARCO).
Pertrechado con guitarra acústica y banjo, Amidon dio rienda suelta a toda su alma Americana, ya tendiera esta hacia la vertiente de su Vermont natal o a la más sureña. Una veces parecía que estaba tocando plácidamente en el porche de su casa con una brizna de hierba en la boca; otras, quedaba atrapado por el blues del Delta del Misisipi.
Sus acordes y su voz giraban en torno a la pared circular, rozaban la cúpula de madera y descendían hasta penetrar en los testigos de un directo que enseguida se apreció que sería especial gracias a su protagonista, que buscó su complicidad con ahínco. Así sucedió durante “Way Go Lily”, cuyos “sometimes” se cantaron al unísono con animada timidez; y en el estribillo de la deliciosa “Your Lone Journey”.
Hasta los espectadores espontáneos quedaban prendados con el juguetón Sam, que proviene de las Green Mountains, aunque se desplazó hacia las “Blue Mountains” de Carolina del Norte; y, mediante una versión de “Lucky Cloud”, homenajeó a uno de sus artistas favoritos, Arthur Russell. Con sus tonadas y sus bromas -como cuando afirmó que, cuando coge su banjo, es para cantar sobre trenes-, Amidon encandiló incluso a los poco o nada aficionados a su estilo, como el abajo firmante. Resultó imposible resistirse a su encantamiento folk.
La sala situada junto al Panóptico del MARCO también fue invadida por la delicadeza… llevada al extremo. Introducido de forma solemne por el violonchelo de Helena Martínez, el obispo del dolor emocional, Queidem, iba a rasgar sus vestiduras y abrir su pecho de par en par empujado por el dramatismo de su ópera prima, “Evitaremos Todo Mal”, cuya sensibilidad transmitió sin paños calientes.
Con Helena dando una profundidad subyugante con sus cuerdas, el valenciano expuso sus sentimientos a flor de piel con Pablo Neruda sampleado de fondo (“Canción Desesperada”), mostró su fragilidad física y espiritual (“Perdiendo Amores”) y apeló a un romanticismo propio de otra época (“Niebla”) entre sedosas a la par que impetuosas bases sintéticas y notas de piano que reconfortarían al mismísimo Erik Satie.
Cada palabra expresada por Queidem se clavaba como una aguja en el corazón, que sangraba con cada pinchazo. Eso sí, a través de un tema nuevo que presentó en primicia dejó atrás la depresión y ofreció un punto de vista relativamente más luminoso sin abandonar la característica intensidad de su interpretación.
Ahí Queidem buscaba la luz del futuro en vez de mirar hacia la oscuridad del pasado, que regresó con el neopop desnudo, hiriente y herido de “Marti R” y crudo y desgarrador de “Hay Fantasmas”. “Elegía” culminó esta travesía por el amor y el desamor, la vida y la muerte, adornada con el velo negro que cubrió la manifestación divina de un santo autoral sin parangón en el actual panorama independiente español.
Aviso para navegantes que acudan a un concierto de Blood Red Shoes bajo techo: sus sacudidas van a llevar al límite la integridad de sus tímpanos y de sus cuerpos. Menos mal que la sala Masterclub estaba preparada para soportar las embestidas de Laura-Mary Carter y Steven Ansell. Ella aportaba glamour a sus guitarrazos, ligeros como una pluma y atronadores como una tormenta seca, al tiempo que él se vaciaba hasta la extenuación tras la batería.
Solo eran dos sobre las tablas, pero parecían un auténtico batallón indie-rock. Y no se detectó ninguna grieta en su rocoso sonido ni se redujo en ningún momento el voltaje de sus descargas. Vamos, que Blood Red Shoes se mostraron compactos y relucientes como un diamante. Los gritos y los puños en alto mientras encaraban la recta final a toda pastilla reflejaban el efecto catártico de su show. Y el mini-bis no fue para menos, igual de estruendoso. Muchas personas que habían recibido aquella incandescente energía se la llevaron puesta a la siguiente parada: Radar Estudios.
Allí se vio, para un servidor, al grupo revelación de la jornada. Con todo, su comienzo fue engañoso y, de algún modo, desconcertante por su combinación de post-punk y post-rock agitados por poderosos latigazos eléctricos. Pero PVA jugaban al despiste: lo suyo es el electropop aderezado con acid-house, fórmula con la que facturan bombazos clubber diseñados para bailar en raves montadas en lúgubres sótanos.
Ella Harris, con su magnética presencia en medio de una luz rojiza, entraba en estados de trance vocal mientras el trío -completado por Josh Baxter (voz teclados) y Louis Satchell (batería)- se disfrazaba de los Working Men’s Club electroclash. Los londinenses también intercalaron un par de temas nuevos: el primero, de aspecto escapista para rebajar el subidón; el segundo, más dance-punk de la escuela DFA. Los sintetizadores coloristas y los secuenciadores exprimidos al máximo sonaron a ambrosía destilada por una banda que fue Puro Vicio Acid.
Los amantes del rock vintage podrían decir algo similar de La Perra Blanco. Parece mentira que procedan de Andalucía y no de Memphis o Tupelo, por ejemplo. En concreto, son de Cádiz, tierra de Alba Blanco, la capitana de un trío añejo por todos sus costados. Su ejecución impecable, veloz y ágil más el gracejo de Alba en la introducción de los temas producían una mezcla peculiar pero ardiente.
Se cerraba de esta manera el círculo yanqui del viernes: del folk rural de Sam Amidon al rock old school traído de los 50 de La Perra Blanco. Los ecos de Elvis, Chuck Berry, hillbilly, rockabilly, swing, twist y blues convirtieron la Masterclub en el Jack Rabbit Slims de «Pulp Fiction». Poco faltó para que Mia Wallace y Vincent Vega salieran a la pista a bailar…
Sábado 16 de septiembre: Town called Vigo
Si en la víspera Sam Amidon había lidiado con el arranque del Underfest 2023 en mitad de la solitaria tarde, LaTorre lo tuvo peor el sábado media hora antes porque cierto músico inglés de aura legendaria y lacia melenilla grisácea se estaba preparando para protagonizar el gran concierto del festival.
Sin embargo, la ecuatoriana Renata Nieto salvó la papeleta compartiendo la calidez de su mestizaje digital con una mágica naturalidad. Su tersura al micrófono desprendía paz, misticismo y respeto por las raíces sonoras que inspiran su reciente EP, “Orillas”, y el resto de sus composiciones, aunque en determinados tramos se acercase al pop electrónico de Austra o Bat For Lashes.
LaTorre pasó por su filtro ensoñador canciones tradicionales que plasmaban el carácter intenso y dramático de la fría zona andina en la que nació o su influencia africana en un crisol que se balanceaba entre la música indígena y la moderna en formas minimalistas y quebradizas pero también bailables. LaTorre puso el acento latino al Underfest 2023 con la misma audacia que la ha destacado como modelo de creadora contemporánea en Sudamérica.
Y llegó el nombre más esperado. Paul Weller iba a estrenarse en la ciudad, de ahí que el Auditorio Mar de Vigo entrara en ebullición desde los minutos previos en los que el gentío ocupaba sus butacas hasta casi llenar la platea. Dada la extensísima discografía de Paul Weller -su carrera con The Jam y The Style Council más su trayectoria individual-, resultaba complicado adivinar qué camino tomaría más allá de los clásicos que podrían caer (y que no faltaron). La duda se despejó enseguida: los trabajos bajo su nombre serían la base primordial. Totalmente lógico, por otra parte.
Secundado por su fiel escudero a la guitarra, Steve Cradock (Ocean Colour Scene), y una banda con cinco componentes más que rayaron a un nivel excelente (desde la doble batería al saxo), Weller repartió elegancia y clase a raudales sin olvidar su efervescencia rítmica ni sus ganchos melódicos. Pop, northern soul, rock… Sus saltos entre géneros entusiasmaban al público (más bien veterano) y su actitud infatigable explicaba por qué, a pesar de las modas de cada década, su estilo se ha mantenido incólume adaptándose a los nuevos tiempos.
Algo que ha logrado con una maestría camaleónica que le ha permitido colaborar con grandes amigos como Noel Gallagher, de cuya unión sacó la briosa y muy british “Jumble Queen”, y continuar sonando exultante (“Stanley Road”), efusivo (“The Piper”), beatleliano (“Hung Up”), impoluto (“Village”) y moderno (“Fat Pop”).
Y, entre miradas atentas y aplausos apasionados, cayó el primer premio de la velada: la gloriosa “Shout To The Top”. Pero no todo iba a ser algarabía… Paul Weller también se sentó al piano y encandiló con medios tiempos y baladas tocados con tacto y exquisitez que, eso sí, algún sector de la audiencia recibió con tibieza. Claro, prefería ver a Weller y compañía con la mecha encendida, como en “Into Tomorrow” (y su percusión multiplicada) y “Start!”, más comedida en vivo que en disco pero igual de contagiosa.
Se notaba que Paul Weller estaba satisfecho al comprobar que el Auditorio quería más y más… Un deseo que cumplió con un bis suculento en el que sobresalió “You Do Something To Me”. Y, luego, por supuesto, con la apoteósica “Town Called Malice”. Sobraron las palabras. The Modfather confirmó que los mitos, aunque sean de carne y hueso y tengan los pies en la tierra, lo serán para siempre.
Del cielo del Auditorio Mar de Vigo al limbo de la Radar. Eso indicaba el rótulo de neón situado en el lateral del escenario tras la espalda de Martí Perarnau IV. Frente a él, Zahara. Es decir: _juno, que se estrenarían en una sala. Un dato sorprendente pero verídico, sobre todo al apreciar cómo la química entre una y otro echaba chispas y su propuesta conjunta brillaba entre el humo que invadía el espacio. Posiblemente, _juno es la pareja de moda en el indie español por ética, estética y un estilo transversal capaz de alcanzar a todo tipo de público.
A Zahara se le veía absolutamente cómoda y feliz fuera de su zona de confort manejando los sintes, pads y otros diversos cachivaches electrónicos, precisamente los elementos del hábitat natural de Martí, con metros y metros de cable a los pies de ambos. Su montaje audiovisual elevó el impacto de sus temas conectados con el ambient atmosférico, el techno y el synthpop, juntos o por separado, cantados por Zahara, por Martí o en un toma y daca vocal. De “_BCN626” a “_BCN747” y de “_La canción que no vas a hacer hoy” a “_Anikillación”, el viaje ultrasónico de _juno devino en una experiencia sensorial completa.
Y del limbo, donde se vivieron encuentros y reencuentros, se dieron abrazos y se entablaron largas conversaciones, a la ruta del bakalao según Mueveloreina. Una juerga, un despiporre, un despelote o como se le quiera llamar. En cualquier caso, todo bien regado de licor café y sin setlist. Ni falta que hacía.
Karma Cereza y Joaco J. Fox se tomaron el fin de fiesta del Underfest SON Estrella Galicia 2023 al pie de la letra. Llevaron el polígono al interior de la sala Mogambo y le dieron al parkineo entre sus paredes cosa fina. Karma hablaba de la mierda que es no llegar a fin de mes, de drogas, camellos y guardias civiles que terminan bailando reggaetón, como las aves nocturnas que allí meneaban el bullarengue y se partían de risa. Porque Mueveloreina son unos cachondos y así se toman la vida.
Tal como está el patio, será mejor seguir su corriente. Y la del festival Underfest para empaparse de la música en directo de una forma diferente y auténtica. [FOTOS: PixelinPhoto] [Más información en la web del Underfest 2023]