Si hay algo que suele criticarse a los autores que se apuntan a una moda imperante es falta de personalidad: tomemos, por ejemplo, la reciente avalancha de cómics autobiográficos y veremos que es difícil encontrar algún artista que despunte en medio de todo un conjunto de artesanos que prefieren ampararse en la mediocridad de los rasgos establecidos del género antes de gritar bien alto. Porque, cuando gritas bien alto, corres el peligro de que te salga un gallo… Y hay que ser valiente para ponerse en la situación de peligro. Por el contrario, hay otra casta de autores que prefieren presentarse en sociedad (y perdonen ustedes la vulgaridad) poniendo los huevos sobre la mesa: no sólo conociendo los rasgos de su personalidad que los hacen únicos, sino potenciándolos hasta el extremo. Ya se sabe que los extremos siempre provocan adherencias y disidencias por igual. En los últimos tiempos, la escena comiquera española ha recibido a varios de estos casos: desde el ensayo encubierto de cómic de Aleix Saló hasta el apropiacionismo del lenguaje visual retro-publicitario en pos de la sorna socio-política actual de Miguel Brieva, varios son los autores que se han hecho un espacio a base de exhibir su personalidad como agresivos pavos reales muy conscientes del colorido de su plumaje.
En esta última casta de autores de cómic patrios tendremos que meter a Diego Vera (también conocido bajo los apodos de Keko o Kekuli), quien debuta con un tomo publicado por La Cúpula que está destinado a apasionar y horrorizar a partes iguales: «Un Tipo Con Chispa» es la carta de presentación de un autor que podría considerarse cercano a un Juanjo Sáez al que se le ha extirpado su autoconsciencia sarcástica tan intelectual. Vera es mucho más visceral, pero también mucho más naïf. Para que me entendáis: en «Un Tipo Con Chispa» hay dos gags que conducen al protagonista a comer mierda… Ese es el rasero a través del que se ha de entender y evaluar el debut de Vera: si eres de los que entra al trapo con los chistes escatológicos, «Un Tipo Con Chispa» va a ser tu nuevo libro de cabecera. Aunque si, por el contrario, este tipo de humor que roza lo cerdo, que se apoya constantemente en el retruécano cafre (es decir: drogas, alcohol, sexo, tacos y suciedad aplicados a una pandilla protagonista que, al fin y al cabo, son niños), que juega a la contraposición de lo naïf y lo punki… Si todo esto no es lo tuyo, entonces es probable que acabes con ganas de tirarle el cómic a la cabeza a su autor. Era inevitable: su propuesta es visceral… y las reacciones que va a levantar en los lectores también ha de ser visceral.
Pero que los árboles no te tapen el bosque: puede que el humor de «Un Tipo Con Chispa» sea cerdo, cafre y punki, y también puede que el choque de este tipo de humor contra la inocencia infantil sea un recurso algo desgastado a estas alturas del cuento, pero el cómic de Diego Vera tiene una extraña virtud que no debería pasarle desapercibida a nadie. Al fin y al cabo, todas las viñetas de este toma hablan de una misma cosa: de la celebración de la inocencia infantil como estilo de vida al que no hay que renunciar por mucho que la realidad adulta se intente filtrar en tu vida de forma (toma ya) cerda, cafre y punki. En cierto punto de «Un Tipo Con Chispa«, uno de los personajes suelta una sentida perorarata que habla de lo bonita que era la inocencia de los niños que crecieron en los 80 en clara contraposición con la promiscuidad -de todo tipo- de las generaciones nacidas ya en pleno siglo 21. Ese es el espíritu que da valor a la mirada de Vera: un discurso (que todos sabemos, pero que nunca está de más recordar) en el que lo naïf, lo inocente, nunca llegó a extinguirse del todo debajo de todo lo que le tocó vivir a la generación de los 80, la misma que vio cómo las drogas se llevaban por delante a muchos y el Sida a otros tantos. Que nadie me malinterprete: esta es mi interpretación (a lo mejor algo esnob) del humor presente en «Un Tipo Con Chispa«. Habrá quien opine que el debut de Vera no pasa de ser una colección de chascarrillos que ya hemos visto mil y una veces. Pero ya se sabe: el hecho de que a un autor le crezcan los haters significa que algo está haciendo bien.