«Un Príncipe Para Tres Princesas» cambia la dinámica habitual del programa: ahora hay mucha princesa… ¿y los pretendientes tienen mucha menos mandanga?
No tengo ni repajolera idea de por qué, pero cada vez que llega a antena un nuevo programa de las princesas o de los hijos tróspidos, la mayor parte de la población humana se apresura a espetar «pero este formato ya está caducado y es muy aburrido, ¿no?«. Pues no. No está caducado ni es aburrido. Sigue siendo un puto festín y, al fin y al cabo, sólo es necesario echar la vista atrás y recordar la última edición para poner las cosas en su lugar. En este caso, el último «¿Quién Quiere Casarse Con Mi Hijo?«, del que disfrutábamos hace ahora un año, nos regaló hitos de altura como Rafa y su hermano Cristopher (el artista de la familia), Sara la Bababoom, Dely la psicótica, el modelo, la pitonisa vidente y su hijo con pinta de invidente o Diego el cinéfilo freak y su madre la musa de La Movida. ¿En serio puedes decir que no eres una viciosa y que tienes ganas de más?
De hecho, ahí está lo interesante del nuevo «Un Príncipe Para Tres Princesas«: sea esta sensación generalizada algo justificado o no, desde la propia organización del programa parecen querer plantarle batalla desde un buen principio… Y por eso le han pegado un buen meneo al formato de las princesas para conseguir algo si no totalmente nuevo, sí con las suficientes cargas de sorpresa como para no resultar previsible. Algo que no funcionó con «¿Quién Quiere Casarse Con Mi Madre?» pero que en esta ocasión puede que sí que vaya a funcionar. Y que vaya a funcionar big time.
Si algo se le había criticado siempre a este tinglado de las princesas es que, al fin y al cabo, las protagonistas no daban demasiado juego al sentirse, literalmente, las únicas reinas de su castillo y poder hacer lo que les diera la gana (lo que venía siendo prácticamente nada, ya que todas preferían dejarse llevar por la gilipollez de cuento romántico que por el putiferio crueladevilesco que suele gustar a la audiencia). Vamos, que si el formato hubiera sido a la inversa y hubiera planteado un príncipe rodeado de pretendientas, las marabuntas de asociaciones contra el sexismo hubieran chapado la paradeta en tres, dos o uno.
Así que aquí tenemos la variación: se mantiene el número de pretendientes (veinte maromos) pero, a la vez, el número de princesas se multiplica hasta tres. Como dijo Luján Argüelles, bienvenidos a esta nueva «poligarquía» (aunque las protagonistas propusieron otros nombres igualmente tróspidos com «Un Príncipe Para Cada Una» o «Dos Princesas y Una Reina«). Lo que no sabemos todavía es cómo va a funcionar la dinámica del programa y cómo este súbito superávit princesil trastocará la estructura que ya conocemos… Eso sí, no es difícil vaticinar una cosa: van a volar los puñales entre las tres protagonistas, algo que ya se empezó a vislumbrar en el primer capítulo de este cuento cada vez menos buenrollista en el que los taconazos pueden acabar por convertirse en armas arrojadizas y más de una puede acabar con un parche de pirata.
¿La única contrapartida de este cambio? Una muy básica: el hecho de que el peso de «Un Príncipe Para Tres Princesas» recaiga sobre las protagonistas parece implicar que el nivel de apollardamiento de los pretendientes ha decrecido de forma alarmante. Ya no hay grupos de guapos, interesantes, frikis y simpáticos: ahora todos están más o menos buenos. ¿Por qué? A ver, chicos, no seamos absurdos. Es de suponer que, si intentas que tres tiparracas se arranquen la piel las unas a las otras, tendrás que darles un cebo atractivo y no a debris humana (dicho con todo el cariño del mundo) como Pedre. Y eso es así.
Aun así, es pronto para juzgar si este «Un Príncipe Para Tres Princesas» nos ofrecerá a pretendientes para el recuerdo o no: en la primera aparición de todos en el programa se esforzaron en mostrarlos a todos como maromazos de catálogo de porno gay (antes de que se quiten la ropa y se pongan a la faena del sexo anal) mientras que, ya en las entrevistas individuales, a la mayor parte de ellos se les acabó viendo el plumero (a algunos de ellos de forma incluso literal). Así que no perdamos la esperanza y mantengámonos en alerta: puede que dentro de todo ese tropel de presuntos buenorros trajeados se escondan nuevas joyas que se vayan revelando poco a poco. Una margarita en medio de la mierda, vamos.
Por ahora, sin embargo, toca analizar lo que tenemos sobre la mesa. A continuación, permitidme una exploración da cada una de las princesas y sus respectivos pretendientes. Prometo no dejar títere con cabeza.
[/nextpage][nextpage title=»MARTA» ]MARTA. Marta fue la primera en aparecer en el reino y, mientras Luján exclama «¡qué cosa más cuqui!», los espectadores sentíamos un jodido déjà vu y nos preguntábamos si estábamos anta una reposición de Corina. Al final del programa, la verdad, nos lo seguíamos preguntando… Pero, por el camino, Marta intentó currárselo para dejar de parecer la típica rubia mona clichetera. Bueno, no, rectifico: la niña sí que quiere parecer la típica rubia mona clichetera. De hecho, cuando se destapa el pastel y se descubre que tres serán las princesas como tres eran los Reyes Magos (a nadie se le escapó la referencia folclórica), Marta exclama «por lo menos soy la única rubia» como si eso fuera positivo y no indicativo de un nivel intelectual cercano al de todos aquellos que son incapaces incluso de pasar el casting de «Mujeres y Hombres y Viceversa«.
Pero, ojito, que si Marta está muy contenta con ser rubia, no está tan contenta con el cliché de ser idiota. Ella misma dice que de cateta no tiene nada y que le gusta leer y la filosofía y los libros de amor y las películas. Todo así, en el mismo saco, como si leer a Žižek y a Bridget Jones fuera compatible y como si no hubiéramos intuido con sólo mirarle a la cara que lo único que esta tipa lee son las biografías del Tinder. Y no todas. Pasando de las largas. Que se cansa.
La perruna con esquivar el estigma del catetismo le viene a Marta por eso de ser de pueblo pueblo pueblo, de uno de esos pueblos en los que todo el mundo se conoce y en el que, según ella misma, quien no es tu primo seguro que anda emparentado contigo de alguna forma u otra. Ahora se explican muchas cosas. Ya se sabe que la endogamia es la culpable de que tengamos una familia real con un alto nivel de mongolismo. Dos y dos suman cuatro. Y más todavía si consideramos que una de las primeras cosas que dice Marta en su presentación es que le encanta ir a la iglesia acompañada de su tía. Por cierto, «la tía de enfrente, la moderna de pueblo» es el sleeper del programa. Quiero más.
Pese a todo, hay que partir una lanza a favor de Marta y convenir que, aunque parezca mentira, se pone hijaputa cuando no la miran. Es la que peor se ha tomado esto de tener competencia y la que más comentarios supuestamente hirientes va soltando al respecto (aunque, la verdad, al final es como cuando te mueres de amor al ver a un cachorro atacándote y, básicamente, le comerías la cara de lo ridículo que está).
Su primer expulsado fue Álvaro, un yogurín de 19 años que viste como un niño recién destetado y que vio cómo Marta incurría en la «falta de inseguridad» que, según él, es típica de las tías que no quieren salir con chavales más jóvenes. Pese a todo, a la princesa rubia le queda un buen plantel de pretendientes:
Fernando Padilla. Él árbitro al que, aunque le ponen como banda sonora el «Loser» de Beck, le mola su profesión porque en ella la gente le muestra respeto. Bueno, también le insultan como si no hubiera un mañana, aunque al final le acaben diciendo (según él) «¡Árbitro, eres muy guapo pero eres malísimo!«. Lo inquietante es que Fernando, aunque guapo de libro, quiere a una mujer que, básicamente, sea como sus padres. Hola, Edipo y Electra. Todo bien por aquí.
Jalal. El mitad marroquí y mitad guineano que dejó en evidencia que los antepasados de Marta tenían el carnet vitalicio del KKK y que, de alguna forma y otra, han conseguido transmitírselo a través del ADN. La rubia tuvo los cojones de decir «¿Es marroquí? Creía que era negro» y, para más inri, cuando sus compañeras le intentaron explicar las cosas, siguió cubriéndose de gloria al intentar zanjar el asunto con un «Ya, ya. Creía que era negro de África«. Anyway, Jalal dice que tendría que haber nacido en Filadelfia e intenta bailar rollo hip hop, pero lo hace tan jodidamente mal que al final ni te dan pena las cagadas de Marta.
Josh. La cuota friki del programa que está súper orgullos de ser Sagitario, que se dedica a «la artesanía» (como en «hago esos muñequitos de mierda que hicieron que dejaras de usar Wallapop cansado de que te sangran los ojos«), que es narrador «en podcasts de cosas de misterio», que prefiere no hablar de los Templarios, que es aficionado a los OVNIs y que querría tener una conversación sobre Darwin para explicarle al pobre ignorante que no venimos del mono, sino que somos lo que somos gracias a los «grises» (que, además de grises, también pueden ser rubios y parecidos a los suecos). Mi propuesta: por favor, que este hombre sea el encargado del simbolismo Illuminati en el próximo video de Azealia Banks. Gracias.
Fidel. El malagueño de pelazo PRO-V que dice que ha viajado mucho porque ha estado en Madrid y en Sevilla. Su pasión es todo lo contemporáneo: tanto el arte como su pelo, que al no ser graso es más modernito y, por lo tanto, contemporáneo. «Tú que eres tan guapa y tan lista, te mereces a un príncipe artista«, le escribía a Marta. María Jiménez iba a ponerle una denuncia por plagio, pero al final ha decidido que prefiere comerse su corazón en directo en el próximo «Sálvame Limón«.
El imitador de Richie Hawtin del que no dicen el nombre. Entró cantando «Happy» de Pharrell… Y espero que salga pronto por la puerta con ese pelo de mierda que dice que es rubio natural pero quemado por la sal del mar porque, al fin y al cabo, «el mar es mi peluquería«. Tu peluquería y tu tumba, por favor.
Mateo. Es de Tarifa (Cádiz) y tiene una quesería cuyo eslógan es «Quesería de mi sin ti«. Es fan del «arró con leshe«, igual que Marta (aunque sabemos que acabará más aficionada a su leche que a su arroz). Y ya es mi preferido, sin lugar a dudas.
Iván. Dice que es transportista, pero más bien parece un medium canalizando a George Michael #tolrato. Quiere ser estilista y se considera un buen consejero porque sus amigos le preguntan qué tienen que ponerse. Y lo sabes: si hay aseos públicos en el programa, allá que lo arrestarán haciendo cruising.
[/nextpage][nextpage title=»RYM» ]RYM. Rym dice que es una princesa oriental porque es mitad marroquí y mitad española y, la verdad, no es difícil intuir que está encantada de conocerse y que tiene que pensar que su acento es la mar de exótico… Sin darse cuenta de que, más bien, su acento hace pensar en alguien que se está recuperando de un derrame cerebral. Es fan del lujo, pero puede vivir tranquilamente en plan «DE GUAY». Y lo que tú entenderías como «DE GUAY» (es decir: llegar a fin de mes comiendo arroz blanco y que eso no se note en tus fotos de Instagram), para ella es beber champán mientras se baña en una piscina privada.
Sea como sea, hay que reconocer que, por mamarracha que sea (que lo es, esto nadie va a ponerlo en duda), habrá que agradecerle a Rym el primer gran momento de «Un Príncipe Para Tres Princesas«: ese en el que ella afirma practicar el Ramadán y desde la organización del programa tienen los santos cojones de meter el «Rama Lama Ding Dong» de Rocky Sharpe (ya podrían haberse cascado la versión de Róisín Murphy, la verdad). La Classe.
Pero sigamos con esta tipa, que no tiene desperdicio… Empezando por ese pelo imposible que te obligaba a preguntarte a ti mismo y a todo aquel a quien tuvieras alrededor si había hecho un gang bang con sus pretendientes y estos se habían corrido en su cabeza antes de empezar el programa, tras lo que ella, simplemente, eliminó el exceso de jugo de su cabeza y salió a escena. Más todavía: a la niña le gustan los machos, le gusta el lujo, le gusta que sus hombres tengan dinero para pagarle sus caprichos. Ya sabes: vivir tranquilamente en plan «DE GUAY» como han vivido tranquilamente en plan «DE GUAY» tantas gold diggers en nuestro país.
Y, aun así, a Rym le queda tiempo suficiente para postularse como diva postmoderna por eso de que las contradicciones son muy postmodernas. Dice la princesa oriental que lo que le interesa a ella es la belleza interior, porque eso es lo que queda cuando la belleza exterior desaparece arrebatada por la edad… Pero que, aun así, necesita a un hombre que esté un poco bueno porque, al fin y al cabo, también tiene que preocuparse por su propia integridad y por conservar su salud. Yo no lo entiendo. ¿Y tú?
Sea como sea, y pese a haberse pasado la totalidad del programa con cara de vivir «Lost in Translation«, mirando al resto de concursantes como si fueran más difíciles de comprender que el final de «Lost«, a la hora de expulsar a un pretendiente, Rym dejó clarita la pasta de la que está hecha: pasta de hija de puta, para que nos entendamos. Mandó a casa al preferido de Marta, Damián, un chaval calladito al que le gusta estar tranquilo y pescar por la noche en la playa. Está claro que «estar tranquilo» no es lo mismo que «vivir tranquilamente DE GUAYS», y que por eso Rym lo puso de patitas en la calle (por eso y para putear a la rubia). Aun así, todavía le quedan siete patas para un banco:
Carlos Yael. Se presentó con un sempiterno «Soy guapo, yo lo sé, no sé si tu lo sabes» y obligó a los espectadores a responder «no, no lo sé, porque eres más feo que el hijo in vitro de Gollum y un perro lamecoños«. Las princesas se refieren a él como Ken, y esto es algo difícil de entender porque tiene una sonrisa de calavera, súper inquietante, y además tiene un espejo tatuado en el culo porque, según él, el espejo está relacionado con la belleza y con el cuidarse… Cuando sabemos a la perfección que es más bien porque se pasa el día delante del espejo haciéndose pajas mientras se mira a sí mismo. Creepy.
Diego. Reconócelo: te chuscarías a Diego. Lo más grande. Es lo inevitable cuando alguien te dice que es bombero, por mucho que antes te haya explicado que de pequeño fue pirómano e incluso llegó a prender fuego a la casa de tus padres. ¿Cómo ha llegado a ser uno de los preferidos de las tres princesas? Porque lo único que podían escuchar ellas era «os voy a prender fuego en el coño«. Tal que así.
David. El de Navarra entró a su entrevista individual con una actitud pasivo-agresiva que asustaba porque, total, fue de los últimos en ser elegido durante el reparto de pretendientes. Chungo. Además, su obsesión con Tudela no es ni medio normal, igual que el hecho de que sea periodista «porque me gustaba la prensa rosa» y que nunca haya tenido novia. Él dice que no es virgen. Pero, entonces, ¿a qué viene tanta tensión pasivo-agresiva, guapa?
Ramiro. Tatuado. 29 años. Argentino. Se pasa todo el día jugando a la Play. Y, qué queréis que os diga de él: otro argentino más en la historia del programa. Boring.
Umberto. Dice que se llama Umberto, pero en verdad es el hijo secreto de Tony Manero que se quedó atrapado en la era del italo disco. Dice que es empresario y que tiene un restaurante italiano, pero lo primero que piensas al verle es en que lo que más le gusta en esta vida es esnifar farlopa sobre el vientre de putas de carretera. Ese es el nivel de cutrerío. No le salva nada, ni que su vida cambiara al descubrir «El Libro del Lenguaje en el Cuerpo» (¿alguien sabe dónde comprarlo?), ni «el smile» grimoso ni, sobre todo, su ristra de consejos tipo «cuando una mujer te dice que le guardes el bolso, quiere que le guardes más cosas«. Así empieza la violencia de género. Que alguien lo pare antes de que sea tarde.
Juan Jesús. Ha sido Mister Primavera, Mister Carnaval de Sevilla, Mister Margarita, Mister Tequila y Mister Marshall, aunque lo que siempre ha querido ser es Mister Proper. Lo de ser Mister le viene de su padre, que es el Mister en un equipo de fútbol. Dice que se dedica al mundo de la moda y que, en una ocasión, se ofendió cuando le dijeron que se parecía al de «50 Sombras de Grey» porque entendió que le estaban llamando gay. ¿Hola? ¿Se puede ser más bocas? Los del programa jugaron con Daft Punk y lo bautizaron como «Juan More Time«, pero la verdad es que produce tanto hartazgo que más bien tendrían que haberlo llamado «Juan Too Many Times» y echarlo directamente a la calle.
Alfredo. Yo no lo entiendo, pero Rym tiene considerables pérdidas de orina cada vez que se cruza miradas con este argentino. Sí, otro argentino. A este le gusta cabalgar en noches de luna llena en las playas de Tenerife y, por mucho que la princesa le enseñe el potorro a lo Sharon Stone, él incluso intenta ligar con la cámara. Repito: otro argentino (más).
[/nextpage][nextpage title=»YIYA» ]YIYA. Digámoslo ya en voz alta: Yiya es presentadora de televisión o algo similar, ¿no? Porque, si no, la verdad, resulta prácticamente imposible explicar tanta desenvoltura delante de la cámara. La tipa se comió con patatas a sus dos princesas contrincantes con todo un conjunto de malas artes que no incurrieron en el habitual error de las principiantes: querer acaparar la atención todo el rato. Ella no. Ella sabía cuando mantenerse callada para que, por contraste, sus perlas se acabaran convirtiendo en momentos estelares del programa.
También hay que ser sinceros: sin conocerla yo ni nada de eso, ya estoy cursando una orden de alejamiento que mantenga a Yiya a, como mínimo, tres kilómetros de mi persona física y jurídica. Porque, al fin y al cabo, esta mujer es de esas que mola lo más grande ver en un programa como «Un Príncipe Para Tres Princesas» pero que, si cayera en tu vida, acabaría provocando tu suicidio de la forma más truculenta posible. Ella misma admite que le jode la vida a la gente, pero que lo hace sin acritud. Habrá que darle las gracias. Dice que tiene tendencia a reventar vidas y que sabe que será la peor nuera del mundo. También afirma ser (en este orden) egocéntrica, extremista, «soy pero no parezco», «soy pasiva pero no pasota», «soy como bipolar pero sin el como»… Y, antes de que tú lo digas, lo dice ella por ti: «soy gilipollas». Menos mal que lo admites, tía.
Aun así, con Yiya pasa otra cosa: es muy guay y lleva el personaje súper aprendido pero, de vez en cuando, comete patinazos que la dejan en evidencia. Y no me estoy refiriendo a sus abominables elecciones estéticas (ese vestido con un lazo que parecía la mochila de un paracaídas o ese peinado en el que parecía que se había olvidado un rulo). No. Me estoy refiriendo a que, al final, por la boca muere el pez, y Yiya queda como una garrula cuando intenta ir de más lista que las demás y afirma, por ejemplo, que es antitética sin saber lo que está diciendo.
Su propia amiga Nuria protagonizó otro de los momentos de la noche en un plano en el que le decía a su colega «Hombre, fácil no eres» con una sonrisa de incomodidad absoluta similar a la que pones tú cada vez que esa tía que te cae fatal y que te da un poco de miedín te cuenta su puta vida de loca del chocho porque cree que eres su amiga y tú le vas sonriendo de esta forma por no quedar mal… y para que no te rebane el cuello. Hay mucho de esto en Yiya: con ella sabes que la muerte va a ser segura, y puedes elegirla por vías tan diversas como intentar hablar con ella, ser estrangulado después del coito a lo mantis religiosa o ser descuartizado cuando te dejes la tapa del WC levantada y ella se lo tome como la afrenta final en toda una larga listas de afrontas en vuestra relación.
Aun así, a la hora de expulsar, y por mucho que hasta el momento hubiera proyectado la imagen de chica mala, Yiya fue la más maja y la menos malrollera. Echó a José, un pelirrojo barcelonés que le regaló a la princesa un fuet y, lo que es más grave, que lo hizo sin introducir ningún tipo de matiz sexual. Hay que ser pringao. Pero es que, al fin y al cabo, de pringaos está repleto el grupo de pretendientes de esta princesa:
Daniel. Este chaval es la prueba viviente de que el ADN español es capaz de corromper y joderlo absolutamente todo. ¿Que los franceses tienen fama de fuckers? Pues póngale usted un poquito de ADN español y verá cómo un francés se convierte en un ser agilipollado que se cree Antonio Banderas cuando más bien tiene el sex-appeal de Alfredo Landa. Por lo menos, su padre le da buenos consejos y le enseñó que un buen polvo tiene que durar, como mínimo, cuatro canciones de los Beatles. Suerte que su progenitor no era fan de Godspeed You! Black Emperor. Sea como sea, Daniel es virgen. Culpemos de nuevo al ADN españolito.
Juan Carlos. No lo dijo, pero todos sabemos que Juan Carlos vota al PP y que en su casa tiene una foto enmarcada de Rajoy. Dice ser tradicional y querer una familia. Para él, una relación de una noche es una cosa sucia (será porque no se ha lavado después de tenerla, porque todos sabemos que las relaciones de una noche son #maravilla pura y uno de los motivos por los que merece la pena vivir). No contempla la idea del divorcio y, evidentemente, quiere casarse por la Iglesia… Aunque quiere una boda «dual», medio ceremonia cristiana y medio ComiCon con todo el mundo vestido de personajes de «Star Wars«. Sí, aquí es donde ya no entiendes nada. Y yo tampoco.
JAVI. Ni idea. No se me quedó nada de este pobre chaval. Vamos mal, Javi. Vamos mal.
JOSH WANG. Ya sé que lo que voy a decir es ultra racista, pero ¿no mola que «Un Príncipe Para Tres Princesas» cuente entre sus pretendientes con el chino de «Resacón en Las Vegas«? Venga. Ya lo he dicho. Aun así, Yiya afirma que a un hombre hay que medirlo por sus zapatos, y los zapatos de Josh Wang eran la caña. «Claro«, apostilló Rys, «los zapatos son Made in China«. Manda cojones.
ABEL. ¿Tú sabías que el verano pasado hubo una exposición de El Greco en Toledo? Yo tampoco. Pero Abel sí, aunque crea que el nombre real del mítico pintor era Domeniko Teo To To Polus y crea que las «tres» culturas de su ciudad sean «la romana, la árabe, la cristiana y la judía». No podemos esperar más de esta alma de cántaro, porque al fin y al cabo es torero y dice que le han tirado bragas y todo. No lo sé, cari, a mi todo esto no me cuadra con una americana rosa y con una risa de monguer pedófilo. Pero ya veremos por dónde van los tiros.
BORJA. A este hombre le tenemos que agradecer que obligara a la princesa a revelar que Yiya es una «degradación» (¡y olé!) de María Luisa. Ella dijo de él que tiene mucha personalidad y que tiene pinta de tener muy mala leche… Y se enamoró. Inmediatamente. No podía ser de otra forma.
César Augusto Sáez de Santamaría. ¿Familiar de esa otra Sáez de Santamaría? Su nivel de mamonería en el cuerpo así parece indicarlo. El chaval besó la mano de las tres princesas porque dice ser un caballero y, a continuación, afirmó ser el dueño de un equipo de rugby llamado Los Cristianitos, no por la religión católica sino por Ronaldo. Su error fue vacilarle a Yiya y contarle que a su equipo le encantan los haters, lo que provocó que la princesa le dedicara una bonita ristra de insultos que fueron censurados por el programa pero que fueron divertidísimos de imaginar a medida que ibas viendo cómo el pobre César Augusto Sáez de Santamaría iba muriendo por dentro como una flor de verano al llegar el otoño. Espero que el programa tenga un buen equipo de psicólogos. [/nextpage]