No es difícil hacerse una idea del motivo por el que «Un Hombre Soltero» está suscitando por igual fuertes reacciones de adhesión instantánea y de horror irreparable: el film de Tom Ford es como ese personaje que existe en todo círculo de amigos y que algunos consideran el epítome del estilo y el savoir faire mientras que otros lo tachan de ser una loca amanerada y excesiva en su melodramatismo. Así que es justo para todos que, desde este instante, me declare enamorado por completo de ese amigo que tenemos en común si es que has visto este film protagonizado por Colin Firth. La rendición, en mi caso, tardó en llegar hasta que conseguí acostumbrarme al uso desmedidamente emocional de la banda sonora (de forma muy similar a lo que ocurre con «Las Horas» (Stephen Daldry, 2002), una cinta con la que esta guarda grandes parecidos), pero cuando me sobrevino no hubo reserva alguna: «Un Hombre Soltero» es un film que, en el caso de que le permitas atraparte, lo hará de la forma más suave posible. Con el abrazo cariñoso de un amigo que te conoce desde hace siglos, con las palabras susurradas en el oído del confidente que ya te ha contado muchos secretos…
Al fin y al cabo, la cuestión homosexual no es más que una cohartada que opera a un delicioso doble nivel en «Un Hombre Soltero«. Para empezar, podría decirse (más que correctamente) que la opción sexual del personaje de Colin Firth en el film no encorseta para nada ni el fondo ni la forma: esto sigue siendo, lo mires por donde lo mires, una historia de la (difícil, casi imposible) recuperación tras la pérdida de un compañero sentimental con el que has compartido la mitad de tu vida. Es un alegato rozando lo panfletario a favor de encontrar el sentido de la vida en los pequeños detalles, en los olores, los sabores, las palabras minúsculas y los gestos diminutos… Es, al final del camino, un pesimista retablo en el que los deslumbrantes colores acumulados se ven ahogados por el absurdo de la oscuridad inevitable. Sin embargo, también queda claro que esa cuestión homosexual es algo intrínseco en el film de Tom Ford: su apoximación a la epidermis de lo narrado se realiza a través de un ejercicio amanerado, casi manierista en su sobredimensión de la estética. Parece que todos y cada uno de los planos de «Un Hombre Soltero» (los tenistas sudorosos, los cuerpos desnudos en el mar, la niña vecina jugando en el patio o reapareciendo en todo su esplendor en medio de un banco, la amiga pintándose delante del espejo, el baile moddy entre dos colegas, el protagonista vistiéndose y eligiendo la ropa para su propio funeral…) supuran aquel sutil amaneramiento que tan bien supo practicar Douglas Sirk sin la necesidad de caer en lo obvio, en la palabra dicha en voz alta. Y aunque, como mandan los cánones temporales (no es lo mismo abordar esta historia en nuestros días que en los de Sirk), «Un Hombre Soltero» no opta por ningún tipo de estrategia lateral a la hora de confrontar la cuestión homosexual, sí que es cierto que siempre lo hace con una elegancia infinita y con un gusto por la pincelada fina que huye de los brochazos a los que se suele recurrir a la hora de retratar este tipo de trama.
Podríamos detenernos para alavar las magníficas composiciones de la mayor parte de actores (Colin Firth, Julianne Moore, Matthew Goode, Nicholas Hoult…), aunque lo que verdaderamente merece párrafos y párrafos es la dirección, como en guante de seda forjado en hierro, del debutante Tom Ford. Puede que su carrera como diseñador de moda aleje a muchos de su primer film, pero lo cierto es que «Un Hombre Soltero» atesora un mimo en la dirección inaudito en muchas óperas primas: no sólo se intuye que Ford ha dado mil vueltas a la hora de planificar cada plano y cada escena hasta dar con la opción deseada, sino que, en general, la película resulta ser un festín estético que consigue aprovechar el ímpetu del riesgo para transformarlo en refinada elegancia (esas alteraciones del color que van parejas a lo que está sintiendo el propio protagonista). Puede que todo lo dicho siga siendo aplicable sólo en el caso de que nuestro amigo en común te caiga bien… Pero preferiría pensar que, aunque pienses que es una loca redomada, eso no te impida apreciar sus virtudes.