Los relatos de «El Turista Perpetuo» de Harkaitz Cano están repletos de turistas que harán que te olvides de la tontería del «turists go home».
Turists go home. Esto es muy probablemente lo primero que venga a la cabeza de muchos al pensar en la palabra «turista». Y lo peor de todo es que, al fin y al cabo, la erosión e incluso degradación de esta término y todo lo que le rodea es algo que viene de lejos… Recuerdo especialmente que, ya desde que empecé a viajar a otras ciudades y países sin ese flotador de seguridad que son los padres, mi principal afán era no ser un turista: no quería hacer lo que los turistas hacen, lo que visitan, lo que comen porque, al fin y al cabo, mi idea era vivir la ciudad de verdad, la de los autóctonos, no esa que está pensada y programada para los visitantes como si de un parque temático se tratara.
Sin embargo, si buscas el término «turista» en un diccionario, resulta que su definición es más positiva que negativa: «Persona que visita o recorre un país o lugar por placer«. Placer. ¿No es lo que todos buscamos en nuestros viajes (y en nuestra vida)? Entonces, ¿por qué hemos acabado poniendo sobre los hombros del «turista» una pesadísima carga de negatividad? Vaya por delante que esto es una pregunta retórica que no pretendo responder en el texto presente porque, sencillamente, yo he venido aquí a hablar de «El Turista Perpetuo» de Harkaitz Cano.
Este libro publicado por Seix Barral (y ganador también del Premio de la Crítica en euskera) recopila todo un conjunto de relatos en los que el autor parte de una premisa aparentemente sencilla: todos sus protagonistas son turistas. Algunos viven el despertar sexual durante las vacaciones infantiles en el pueblo de sus padres, otros viajan a una isla a la búsqueda de la entrevista pluscuamperfecta con un escritor elusivo. Unos intentan mantener la compostura durante un picnic tras recibir malas noticias, otros intentan capear la tensión familiar en una jornada a la vera del río. Unos idealizan Suecia, otros Marsella.
Si nos quedamos en la superficie, los personajes de «El Turista Perpetuo» son eso, turistas, domingueros y viajeros en todas sus acepciones posibles… Pero, claro, quedarse en la superficie resulta totalmente absurdo cuando lo que nos está proponiendo Harkaitz Cano es algo mucho más complejo: el escritor quiere forzarnos a que abramos nuestras miras y ampliemos nuestro significado de turista. Turista es la «persona que visita o recorre un país o lugar por placer«, pero también la persona que sale de su zona de confort durante un tiempo, se enfrenta a un lugar extraño a la vez que se enfrenta a sí mismo (porque, ya lo sabemos, todos los viajes nos ponen espejos delante y, muchas veces, lo que vemos reflejado puede acabar por sorprendernos) y, durante un tiempo limitado, vive un paréntesis en su vida capaz de enriquecer el resto de su existencia, pero también de relativizarla.
Si la literatura de viajes siempre ha sido particularmente elocuente (y, por si no te lo habías parado a pensar nunca, las «road movies» también son ficciones viajeras) es, precisamente, porque el turista, al salir de su zona de confort, suele cambiar, aprender y enfrentarse a demonios que nunca aparecerían si viviera apoltronado infinitamente en la comodidad de su vida cotidiana. Y ahí es precisamente donde todos los relatos de Cano se muestran magnánimos al desplegarse ante el lector no como un viaje a un lugar, sino más bien como un viaje a una experiencia, una vivencia, una mente de la que podemos aprender.
La prosa del escritor es pura transparencia y, de hecho, está repleta de todos esos momentos de iluminación que todos hemos sentido en nuestros viajes como un trueno en medio de la noche. Algo súbito, corto y poderoso. «Hay gente en el mundo que ocupa más de lo que le corresponde cuando camina, cuando habla, cuando duerme con alguien en una cama«, dice un personaje de «El Turista Perpétuo«. «La valentía es a veces la chispa que prende al verse uno en el brete de tener que elegir entre dos opciones igualmente vergonzantes«, reflexiona otro. «Nadar no es más que una forma de volar lentamente, ¿lo sabía? La manera de volar de la gente humilde«, le comenta un autóctono a un turista. «No son escritores lo que necesitamos, sino lectores«, se lamenta el escritor elusivo recluido en una isla al que ha ido a buscar la protagonista del último de todos los relatos. Todo son aforismos que cualquier turista conoce a fondo porque, al fin y al cabo, son los aforismos que vienen a nuestra cabeza cuando les dejamos el espacio y el tiempo necesarios. Espacio y tiempo que muchas veces solo es posible en vacaciones.
Y, aun así, en «El Turista Perpetuo» también hay historias, que son otra de las grandes constantes en los viajes. ¿No te parece que recuerdas más una historia que te ha explicado un colega en una noche de vacaciones que un día laboral cualquiera? Pues Harkaitz Cano tiene historias de este tipo para dar y tomar, algunas tan brillantes como la que sigue: «Un día se nos ocurrió recoger unas flores, un manojo de hierbas y alguna margarita, poco más, creímos quizá que le ablandaríamos el corazón con aquel regalo. Ya sabes cómo era Picasso: tenía los ojos muy saltones, ojos de pez, cuando te miraba no te fijabas en su cara sino en sus ojos, eran la mitad de su rostro o más, y se puso a mirar el ramo con aquellos ojazos. Primero al ramo y después a nosotros. Otra vez miró al ramo y de nuevo nos miró a nosotros (…). No éramos más que unos críos. Podía suceder que estuviese de buenas y nos acogiese entre besos y achuchones, o podía estar de malas y mandarnos al carajo… Era impredecible, y la pura intriga de su reacción nos mantenía en vilo. Traspasó con su mirada el ramo, absorto. Después sumergió las flores en un gran bote de pintura, y utilizando el ramo como brocha siguió pintando como si nada, ignorándonos completamente. ¡Salimos corriendo de su estudio, aterrados!«.
Pero, si estas historias son valiosas, es precisamente porque guardan enseñanzas. Así sigue el relato oral sobre Picasso, por ejemplo: «A Picasso se le aguantaba eso y más. Haz cuentas: nació en 1881 y vivió más de noventa años… Se le perdonaba todo, porque no era de este mundo. Pintaba para un público que todavía no había nacido, y él lo sabía. No estaba para tonterías. Pero esto es algo que solamente él podía permitirse. Si un niño le trae un ramo de flores a cualquiera de nosotros, es de rigor agradecérselo de buena gana y ponerlo en remojo, ¿no es así? Es lo correcto. Y, al mismo tiempo, ¿no es triste que no podamos concedernos de vez en cuando actuar de forma libre y salvaje, tal y como él hacía?«.
Un poco antes de explicar esta maravilla de anécdota, el escritor elusivo ofrece una de las lecciones de vida más maravillosas que te puede ofrecer alguien en este siglo 21 obsesionado con la actualidad y con el vivir al día: «También hace falta lucidez para eso, para elegir tu época y plantarte en ella, o viajar hacia atrás en el tiempo si hace falta. No siempre la época en la que nos ha sido dado vivir es la que nos gusta. Tal y como yo lo veo, no tendríamos por qué ser hijos de nuestro tiempo, ni héroes ni ciudadanos, ni tan siquiera servir a nuestra época ni a los valores de los días que nos ha tocado vivir. Puede que nuestro calendario íntimo esté adelantado o esté atrasado, y sabiéndolo, es un grave error empecinarse en vivir “nuestra época”, siempre y cuando tengamos la certeza absoluta de que seríamos más felices conviviendo con los medios, los accesorios, la vestimenta, la filosofía y los libros de otra«.
Vivencias. Aforismos. Historias. Moralinas. Enseñanzas… Todo esto es todo lo que hay dentro de «El Turista Perpetuo«. Bueno, todo esto y también un regalo final que no tiene precio, ya que, mediante sus relatos minúsculos de hechuras mayúsculas, Harkaitz Cano consigue lo impensable: que el lector empiece a desnegativizar el concepto de turista, a quererlo un poquito más, a volver a aquellos tiempos en los que ser turista no era un atentado, sino una oportunidad para vivir y aprender. [Más información en la web de Harkaitz Cano y en la de Seix Barral]