En esta ocasión, cualquiera podría pensar que «Tres Crímenes Rituales» es una descripción lo más objetiva y periodística posible de tres crímenes que estremecieron a la opinión pública francesa a mediados de siglo XX. El primero de ellos es el de los amantes de Vendôme, en el que una mujer mata a su hija siguiendo las palabras de su propio amado (por mucho que la deliberación final ponga en tela de juicio -nunca mejor dicho- la intencionalidad real de este amante). El segundo crimen ilustre es el del Doctor Évenou, quien asesina a su esposa durante un tétrico ritual para el que se sirve de su sirvienta. Y, por último, Jouhandeau se atreve a retratar la controvertida figura del cura de Uruffe, quien no sólo asesina a la amante a la que ha dejado embarazada, sino que incluso le abre en canal para extraerle el niño fruto de ese amor pecaminoso.
Son tres casos que darían para un acercamiento desnudo, frío y analítico como el de Capote en «A Sangre Fría» por lo que tienen de intento de penetración en la mente criminal. Por otro lado, su alto componente emocional también podría emparejar «Tres Crímenes Rituales» con la prosa aficionada a lo truculento, a la suciedad moral y a la abyección humana de escritores como Jean Genet. Sin embargo, lo primero que viene a la cabeza al leer estos tres mini-relatos de Jouhandeau es más bien «Crimen y Castigo«, y no precisamente por ningún tipo de parecido en la forma: allá donde Dostoyevski se muestra gustoso del detalle y de componer el retrato más naturalista y verosímil posible, Jouhandeau antepone básicamente el juicio moral.
Para bien o para mal (eso dependerá, en última instancia, del propio lector), el acercamiento del escritor a los casos de «Tres Crímenes Rituales» es el de un escritor, sí, pero no el de un escrito a la búsqueda de unos hechos que revelen la verdad y la realidad, sino más bien (y ya lo ha dicho él mismo en el párrafo que abre esta reseña) del «conocimiento del ser humano» en unos términos religiosos a veces peligrosamente cercanos a la religión. En ocasiones, de hecho, Johandeau incluso obvia los hechos puros y duros para proceder a su visión moral de la situación, a su parecer personalísimo al respecto de los motivos que pueden haber impulsado a un alma humana a obrar de forma tan incorrecta.
En otro punto del libro, el autor escribe: «He notado a menudo que la fe y el pecado no se excluyen necesariamente. Se puede ser el más abyecto de la tierra y, al mismo tiempo, el más convencido de todos los creyentes«. Apreciaciones como esta demuestran que, por mucho que cualquiera pudiera pensar que el libro ha quedado totalmente desfasado debido a una visión moral anticuada, sigue siendo totalmente elocuente en su radiografía del alma humana. Será que el alma humana no envejece. Será que al alma humana siempre le van a perseguir los mismos fantasmas y va a incurrir en los mismos errores (o pecados, dependiendo de quién juzgue).