Cuando The Horrors decidieron lanzar a la hoguera el libro de estilo que les había llevado al garage-punk rabioso pero glamuroso y relativamente impostado de su álbum de estreno –“Strange House” (Universal / Polydor, 2007)- para cambiarlo por otro reluciente aunque nada novedoso que mezclaba post-punk, krautrock, new-wave y shoegaze en sus siguientes discos –“Primay Colours” (XL, 2009) y “Skying” (XL, 2012)-, muchos vieron en tal apuesta un cambio demasiado artificial. Pero he ahí que el grupo liderado por Faris Badwan no sólo se acomodó y ahondó en su nueva senda sonora, sino que también llegó a crear escuela, a pesar de que bebía de conocidas fuentes germinadas en los 80. Es decir, los alumnos se convertían en maestros. De esta forma, las jóvenes bandas inglesas que echaron a andar en el inicio de la segunda década del siglo XXI ya tenían un referente exitoso cercano en el que fijarse sin tener que ir muy atrás en el tiempo. De entre los ejemplos más reseñables, a los ya disueltos S.C.U.M. -cuyo bajista era Huw Webb, hermano del teclista de The Horrors, Rhys Webb– les salió el tiro por la culata en su único LP, el irregular “Again Into Eyes” (Mute, 2011). En cambio, a los aplicados de la clase, TOY, les ha ido mucho mejor, hasta el punto de hacer olvidar y superar la odiosa condición de baby Horrors.
Nacidos de los rescoldos de los desaparecidos e irrelevantes Joe Lean & The Jing Jang Jong -donde se encontraban Tom Dougall (cantante, guitarrista y hermano de Rose Elinor Dougall), Dominic O’Dair (guitarrista) y Maxim ‘Panda’ Barron (bajista), a los que se unirían Charlie Salvidge (batería) y la española Alejandra Díez (teclista)-, TOY desarrollaron la primera parte de su carrera single a single, con asombrosa decisión y de una manera apabullante: “Left Myself Behind”, “Motoring”, “Dead & Gone” y “Lose My Way” ya forman parte por derecho propio del catálogo de todo buen amante del kraut, el noise y la psicodelia sesentera pasados por los filtros del rock y del pop. Esos temas, básicamente, anticipaban la solidez y la energía de su homónimo estreno en largo, “TOY” (Heavenly, 2012), cuyas virtudes sus autores potenciaban en directo -como servidor pudo comprobar en las últimas ediciones del Festival do Norte y Paredes de Coura– al crear largas odiseas sónicas repletas de riffs hipnóticos y ritmos poderosos para demostrar que, quizá, ese es el terreno donde mejor se desenvuelven, independientemente de su aptitud para facturar melodías concentradas y certeras.
Esta teoría se refrenda en su segundo álbum, “Join The Dots” (Heavenly, 2013) -publicado sólo quince meses después de “TOY” y producido otra vez por su colaborador habitual, Dan Carey-, cuya plantilla calca y amplía la seguida en su predecesor: parte de una combinación de progresiones motorik (la instrumental “Conductor” avanza al ralentí pero firme y caliente, como si fuese el aire que atraviesa un desierto; “Join The Dots”, la canción, mantiene la misma estructura aunque acelera el pulso, aumenta el voltaje y se agita con unos densos punteos de bajo), pop de aroma clásico (“You Won’t Be The Same”, suave a la par que rocosa) y sonidos lisérgicos rociados de cristal azul líquido (“As We Turn”, “To A Death Unknown”) para, finalmente, componer un conjunto compacto pese a que las piezas que lo conforman se mueven entre los cuatro y los casi diez minutos y el total supera la hora de duración.
Cuestiones temporales aparte, ya que en este caso no influyen en la pegada del repertorio, este LP destaca por la manera en que TOY van transitando por los diferentes parajes estilísticos mencionados anteriormente con naturalidad y la dirección bien marcada. De ese modo, en la segunda mitad del disco no tienen ningún problema en dirigirse de nuevo hacia el pop (“Endlessly”, que refleja la habilidad de la banda para construir estribillos infalibles y aplicar cierta melancolía a sus composiciones), el krautrock veloz y melodioso (“It’s Been So Long”) y la psicodelia humeante (“Frozen Atmosphere”) sin abusar de sus recursos, los cuales podrían exprimir en extensos temas de apariencia infinita dada su habilidad instrumental. “Fall Out Of Love”, el generoso epílogo de “Join The Dots”, tendría todas las papeletas para ser uno de esos interminables cortes con escaso jugo. Su evolución ascendente desde el pop nuevaolero hasta el kraut incandescente de explosivo final, sin embargo, hace que se convierta en el cierre ideal de un trabajo que pone sobre la mesa, sin trucos, las cartas con las que juegan TOY. Una baraja que el quinteto de Brighton maneja y reparte con tal soltura que ha logrado quitarse de encima, definitivamente, el peso de las incómodas comparaciones.