6. Triana pura. Ángel León es comúnmente conocido como El Chef del Mar: tiene un programa en Canal Cocina bajo este nombre en el que muchos ya hemos conocido su desparpajo y su simpatía. Lo que no estábamos acostumbrados era a la vena de marica mala absoluta que le salió en el primer programa de «Top Chef«… Que, ojo, no estamos hablando de su orientación (porque ni la conocemos ni nos importa): con esto hablamos de su actitud, no de su sexualidad. Pero es que no se puede definir de otra forma ese rollito que se traía de irse al chino, piropearle con lo de que era Triana pura y que cómo iba a decirle él cómo hacer una tempura para, acto seguido, correr a la cámara en privado y rajar al pobre padre del chino de «Corina» porque había frito la tempura dos veces y eso es una abominación. Que sí, que tenía razón. Que en la Edad Media al chino le hubieran cortado las manos por freír dos vezes la tempura. Pero también podría habérselo dicho sobre la marcha y no traerse este rollo de marica mala que va criticando por detrás pero por delante te dice que eres lo más grande. Además, nos ocurre otra cosa con León: todavía no sabemos si está bueno o no. Dependiendo del plano, esos ojazos te dejaban un poco fulminado. Pero en otros momentos lo que te quedabas era de piedra al ver que es un hombre al que la cabeza le nace desde los hombros. ¿No tiene cuello o ke ase?
5. Anarkia de un risotto. Pensábamos que nunca íbamos a ver nada mejor que «Los recuerdos de gazpacho» de José David, pero mira, los récords están para superarlos, y el premio al plato más absurdo (y con pinta asquerosa) del año es para Begoña Rodrigo y su vomitado de perro «Anarkia de un risotto«. A Bego (a partir de ahora la llamaremos así, porque con esa cara de borde que tiene necesitamos algo que nos dé cierta proximidad) le tocó las narices que Susi Díaz pusiera el arroz como ingrediente principal de la primera prueba. En palabras de la propia Bego, que también es Valenciana aunque parezca más bien salida del ano de Satanás, les tocó hacer «una puta paella«. Y, como gesto de rebeldía, ella hizo una cosa rara que no se comerían ni las palomas de Plaça Catalunya. Punk is not dead en los fogones. Nos jugamos cualquier cosa a que al próximo plato le echa imperdibles y tachuelas como aderezo. Porkesí.
4. Drácula Yé Yé. Enrique Lozano es de esos cocineros de la vieja escuela (su programa ideal hubiera sido «Neandertal Chef«) que tienen la misma tabla para cortar las verduras, el pescado, la carne e incluso a los ayudantes de cocina que no atiendan a sus órdenes. A Enrique lo eliminaron en la primera prueba sorprendentemente (para él, claro) por hacerse un corte y darle un aliño especial a sus calabacines a base de glóbulos rojos y sangre. A Chicote casi le da un pasmo cuando lo vio y le echó la bronca, a lo que Enrique respondió que no pasaba nada, que él lavaba los calabacines sangrientos y «pa la olla», para delirio del juez y de todos. Lozano debe de pertenecer a la generación de «aquí no se tira nada, que yo crecí con cartillas de racionamiento» y del «lo que no mata engorda» y, aunque en el programa reconoció que a Chicote no le faltaba razón (claro, «porque puedes tener una infección en la sangre… Puedes tener el SIDA» y no puedes ir por ahí contagiando a la gente) en el debate posterior quiso destapar una conspiración en su contra que sonaba a «Expediente X«. Lo echaron por guarro y malrollero. Fuera, FUERA.
3. Hung Fai, el Txino con Txapela. Lo primero que pensamos al ver a Hung Fai fue: «mira, no sabíamos que el padre de Yon Li era cocinero». Y es que Hung Fai comparte con el chino de «Corina» su mixtura chino-vasca y también ese gracejo que ya parece que debe de ser cosa de la genética geolocalizada entre Hong Kong y Bilbao. ¡Qué arte, hoygan! Con su modo de cocinar «tan zen», como decía Ángel León (porque, claro, como es «chino» todo lo que haga tiene que ser «zen«). Hung Fai despierta ternurilla porque es majo: parece que se le va todo un poco de las manos y tu en el fondo sólo quieres que le salgan las cosas bien. En el primer programa lo hizo fatal y en la prueba de eliminación no supo gestionar el tiempo, acabó diez minutos antes de lo debido y dejó a sus fídeos con marisco morirse de frío y pena mientras los demás daban los últimos toques a sus platos. Queremos que se quede y que pueda abrir su restaurante de fusión oriental.
2. Sonrisa y Lágrimas y Bárbara. Advertencia: Bárbara puede provocar sentimientos encontrados, subidas de la presión sanguínea, sensaciones de odio y rechazo, mareos, boca seca y erupciones en la piel. Pero también ternurilla. Y así no se puede. Donde va Bárbara va el chocho (no el suyo, que también, sino el chocho monta). Ella es drama. Todo el rato. All day long. Lloros y risas y risas y lloros. Tanto que cuando está en pantalla no sabes si estás viendo un reality de cocina o una escena eliminada de «Mujeres al Borde de un Ataque de Nervios«. Tememos por su salud mental y temimos por su integridad física cuando le dio por cortar un rodaballo a machetazos con una media luna que tenía que coger con todo su cuerpo. En ese plato vimos sangre, sudor y lágrimas. Muchas lágrimas. Y también aprendimos que el pescado se limpia con un estropajo. A ser posible nuevo. Pero si es viejo y está usado igual le deja más gustico. Bárbara nos gusta, nos cae bien y queremos que gane para que pueda comercializar un uniforme de cocina con sus pantalones a lo MC Hammer (aunque tenemos que reconocer que en algún momento temimos que el jurado dijera «Bárbara, no sigues con nosotros… Pero tus pantalones siguen concursando para llegar a ser un Top Chef«). Ídola.
1. Eduardo Sánchez Rambo. Dolor y pena. Eso es lo que sentimos cuando los tres jueces eliminaron a Eduardo «Marmitako» Sánchez. Bueno, dolor no, porque era evidente. El hombre se pensaba que estaba dando de comer a los soldados en el cuartel de Baldebotoa entre cañones y fusiles Zetme y le quedó un rancho al que no se molestó ni en ponerle un perejil para hacer bonito. El proceso mental de Eduardo cuando les dijeron en la prueba de eliminación que tenían que hacer su plato estrella fue: «Nos traen a un experto en marmitakos, ¿qué hago yo? Pues un marmitako». Ahí, con dos cojones. Y vaya si lo hizo, a cámara lenta, recreándose, al ritmo de un vals mientras los otros cocineros lo hacían a ritmo de Skrillex (literalmente… ¿a qué venía el momento Steve Aoki en la banda sonora?) y también mientras a Chicote le iba creciendo la úlcera mientras lo veía: «Ya puede estar bueno de cojones«, advertía. Pero no lo estuvo. Y tenía una pinta asquerosa (y eso que no era una pintada con uñas sucias, como su plato anterior). Y Eduardo, cuya película favorita es «Rambo«, se fue a la calle. Eso sí, no movió ni una ceja en todo el rato y asumió la noticia impertérrito, como su ídolo. ¡Qué hombre!