MÁTALOS SUAVEMENTE. La poesía visual dirigida por Andrew Dominik que retrata con alevosía los efectos colaterales del capitalismo yanqui en el mundo del hampa avanza firme y parsimoniosa entre claroscuros, conversaciones cortantes en automóviles y violencia latente y explícita. Jackie Cogan, el personaje encarnado por Brad Pitt, lleva las riendas de la trama hasta que aparece James Gandolfini convertido en Mickey, el hombre que debe hacer el trabajo sucio y acabar con parte del embrollo que da inicio a la película. Pero, a pesar de su experiencia y de la pasta que se embolsará, no se siente con las fuerzas suficientes para acometer su tarea, deprimido por sus problemas matrimoniales, personales y existenciales. A primera vista, da la sensación de que Gandolfini desempeña la versión 2.0 de su papel como Tony Soprano, pero no… Ya sea a través de un profundo monólogo expresado con extrema sinceridad o en la habitación de un hotel en un estado lamentable tras haberse revolcado con una meretriz, Gandolfini dota a Mickey de los matices necesarios para convertirlo en un personaje diferente, único e incluso empático, capaz de centrar los focos en su figura y pasar de secundario a protagonista automáticamente a pesar de su fugacidad dentro de la historia. [Jose A. Martínez]