DONDE VIVEN LOS MONSTRUOS. Muchos se están empeñando en forzar el paso a la historia de James Gandolfini como la encarnación absoluta del mafioso paradigmático… Cuando lo cierto es que, al fin y al cabo, si algo hay que agradecerle a este actor ha sido su empeño no sólo en buscar las fisuras de sus personajes, sino en explotarlas y en dejar al descubierto lo que hay debajo. Desde las múltiples disfunciones emocionales de Tony Soprano hasta el mafioso gay de «The Mexican» pasando por el asesino incapaz de sobreponerse a su propia desgracia en «Mátalos Suavemente» o el militar que reniega del protocolo y se lanza a los brazos de la comedia en «In The Loop«. Todos los personajes de Gandolfini son duros en el exterior, pétreos en sus armaduras, pero con un interior cálido en sublime sintonía con el anti-héroe post-moderno. Si ha habido un anti-mafioso, ese ha sido James Gandolfini.
Precisamente por todo ello, si he de quedarme con tan sólo uno de sus personajes, mi elección está clara: Carol de «Donde Viven Los Monstruos«. En un juego de inversión freudiana totalmente maravilloso, fue con este personaje al que sólo prestó voz y apariencia -pero que no «interpretó» dentro de los cánones de actuación habituales- con el que más se desnudó emocionalmente. Carol, el monstruo cabecilla de la comuna con la que se topa el protagonista Max, es probablemente el personaje más agresivo de todos los interpretados por Gandolfini. Y lo es, precisamente, porque la violencia que practica no tiene ningún tipo de finalidad ni meta, tampoco justificación alguna. A la vez, sin embargo, es su personaje más vulnerable, el que más sufre por amor ya sea hacia la «monstrua» objeto de sus afectos o hacia ese criajo que, sin quererlo, le roba un corazón que él mismo creía muerto y enterrado.
Ahora, con la muerte del intérprete reciente, la única escena que recuerdo una y otra vez es la de la triste despedida de Carol y Max: el primero casi se pierde la partida del niño, pero finalmente llega a la playa y, mientras la barquichuela de Max se aleja, simplemente aúlla mientras le mira con el ceño contraído en una expresión de llanto inminente. La belleza del momento es desbordante: es esta una despedida primigenia, preñada de una violencia que embellece más todavía la ternura del acto animal. Es la despedida que, sin lugar a duda, se merece James Gandolfini por habernos demostrado que los tipos malos y grandotes son los que tienen más espacio en el pecho para albergar un corazón bien grande. [Raül De Tena]