AMOR A QUEMARROPA. «Amor a Quemarropa» es, posiblemente, el último clásico de videoclub: una película que se disfruta comme il faut en VHS y en versión doblada. Absolutamente plagada de momentos memorables y diálogos impagables, cuenta además con un elenco actoral que tira de espaldas, en el que el elenco al completo está magnífico, desde los protagonistas Christian Slater y Patricia Arquette a un cartelón de secundarios difícilmente repetible: Dennis Hopper, Gary Oldman, Christopher Walken, Brad Pitt y hasta un Val Kilmer casi invisible.
Y, entre tanto peso pesado, ahí estaba un casi debutante James Gandolfini, hierático e inquietante en la escena más sobrecogedora de todo el film. La pobre Alabama (Arquette) acaba desfigurada a manos del siniestro Virgil (Gandolfini), un matón casi precursor de Tony Soprano, violento, parlanchín y no ajeno a los generosos atributos de señoras tan estupendas como la que le da la réplica en la escena. Escena, por cierto, que acaba como el rosario de la aurora después de que Arquette le atice en toda la mollera a Gandolfini con un busto de Elvis.
Que «Amor a Quemarropa» sea una peli por la que siento devoción quizás me hace magnificar la importancia del escueto papel del bueno de James. Pero os juro que se me quedó marcado su “se acabó ser un chico bueno” antes de que el infierno se desatara en la secuencia que os comento. Varios años después, Gandolfini se convertiría en el icono por el que será siempre recordado, pero en el invierno del 93 algunos ya quedamos marcados por su carisma y presencia. Descanse en paz. [David Martínez De La Haza]