…y también escoge a Pascual Fernández, aka «el Poli buenorro». A ver, seamos justos: está claro que la audiencia, esa masa cínica que sienta el culo una vez a la semana delante del televisor para olvidar sus tristes vidas, empatiza más rápido con esos personajes únicos que les levantan la sonrisa (para reírse «con» ellos no «de» ellos, no seamos malos) y que, entre perlacas como Yong Li o Pedre, es muy difícil destacar. Pero este programa al final de lo que va es de que Corina se cuelgue de un chato. Y no lo va a hacer del Linux (lo sentimos, Alvarito, pero eso es así). Uno al que le empieza a hacer ojitos la rubia malagueña es Pascual, el poli canario enamorado de su perro que escucha a Pablo Alborán y Camela y que se presentaba como una persona «con mucha vida interior». Estas credenciales son del todo menos buenas, pero ¿cómo es ese momento en el que se presenta Pascualito con su camiseta granate ajustada, con ese torso y esos brazacos de Atlas del Sur y sonríe a cámara? Suspiros por doquier, bragas mojadas, paquetes en modo tienda de campaña: Pascual, señoras y señores, está un rato bueno. Y, sí, es guapo (no como sus compañeros de grupo que son, a grosso modo, unos cuadros). Y Corina también se ha dado cuenta (la chica no es tonta… Bueno, sí, pero no tonta así, más bien asá, ya me entendéis). Pero resulta que Pascual no es solo «guapo guapo», también es bastante majete de trato: es amable, simpático, ha tenido gestos muy monos con sus compañeros y, en definitiva, parece bastante normal. Y eso, con todo lo que le rodea, ya es mucho. ¡Pascual el Poli a tope!