Estela Cebrián escoge a Quique Pastor, aka «el chico de los tripis». Vaya por delante que, a día de hoy, con tres programas a nuestras espaldas y uno a punto de salir del horno, todavía no me explico la graduación del alcohol que bebieron los responsables de cásting mientras escogían al grupo de los «Simpáticos». Porque, vamos, «simpático», «simpático», lo que se dice «simpático», no lo es ninguno. Más bien el grupo debería haberse denominado «sociópatas» o «gente con pocas habilidades sociales»; de ser así, la cosa hubiera sido igual de efectiva y el público andaría menos perdido. Del plantel de «simpáticos» que en realidad no son simpáticos sino gente poco dada a moverse en sociedad, destaca por encima de todos Quique Pastor, el calmado yogui con dudoso gusto para la ropa y nula higiene capilar que parece desayunar Cola Cao con tripis todas las mañanas.
Que su sucio aspecto de sherpa que no ha visto un bote de Pantene ni en foto no os conduzca a error: Quique es de esas personas que pasan por la vida como un lagarto al sol, que ni se mueve ni respira pero que, muy de vez en cuando, tiene unas salidas que hacen que suba el pan… O, mejor todavía, con ellas consigue encandilar a la propia Corina. Suyo es el mítico «El amor lo inunda todo«; y la semana pasada, en un lapso de cinco minutos en una limusina, nos regaló momentos varios para la eternidad: desde preguntarle a la pavisosa rubia cuál había sido su mejor experiencia con un animal (así, sin venir a cuento ni nada, total pa qué) hasta preguntarle por la personalidad de su perro o declarar que enamorarse o no a primera vista «depende de la intensidad con la que vivas la vida» (zasca). Quique, con su filosofía hippy de chichinabo y su gesto de budista ciego de ketamina, fascina a diestro y siniestro: a su cortejada, a sus compañeros de programa (grande es el momento en el que los pone a todos a hacer yoga en la terraza) que le practican reverenciación total y a la propia audiencia, que a estas alturas ya le ha hecho ese hueco de un metro en el corazón para que entre en él «como los mongoles cuando invadieron China«.