El error es plantarse delante de “Todo Sobre mi Desmadre” (traducción más bien poco afortunada del original “Get Him to The Greek”) con unos referentes equivocados en mente: podría pensarse en “Alta Fidelidad” o “Almost Famous” por el rollo musical; en la excelente (y minusvalorada) “Forgetting Sarah Marshall” por el hecho de compartir personaje protagonista (el Aldous Snow interpretado y sacado de quicio por Russell Brand), director (Nicholas Stoller) y productor (Judd Apatow); en múltiples buddy movies por lo de la conjunción de cómicos que se dan vidilla el uno al otro; en la pluscuamperfecta “Resacón en Las Vegas” por la voluntad de retratar un desfase total a lo livin’ la vida loca… Repetimos: error. Las referencias que deberían llevarse en la cabeza son otras: “Glitter” (sí, la de Mariah Carey) como retrato idealizado y comercialoide de un mundo musical a años luz de la realidad; “Date Night” como ejemplo de una desaprovechada química de pareja cómica y de una fallida tendencia a dejar a los actores una manga ancha de improvisación que acaba cayendo en el balbuceo impostado y forzado… ¿Desalentador? Bastante.
Es curioso forzar la comparación, precisamente, con dos de los ejemples comentados anteriormente. En el caso de “Alta Fidelidad”, es inevitable poner en relieve la abisal diferencia entre aquel Rob Gordon de John Cusack y este Aaron Green de Jonah Hill: el primero supuraba ese sentimiento de bohemia y dulce fatalidad emocional de lo que significa vivir para la música, mientras que el segundo incurre en todo un conjunto de clichés bovinos del típico “fan” (que menciona a Radiohead y a Mars Volta… pero que, a la hora de la verdad, nos hacen pasar por aficionado a algo tan espectacularmente horrendo como la música de Aldous Snow) que acaba conociendo el lado oscuro de su ídolo del rock para, finalmente, redimirlo. Esta primera comparación hace pensar, evidentemente, en ese abismo oscuro que siempre ha separado a los indies musicales (perpetuamente identificados con el personaje de Rob Gordon y su existencialismo melódico) de aquellos que cambian de gustos como el que se cambia la camiseta de su grupo “favorito”. “Todo Sobre mi Desmadre” cae, evidentemente, del lado de la segunda tendencia. Y aunque puede que a la generación Hannah Montana le resulte una película interesante (¿o alguien duda que los Jonas Brothers acabarán en una decadencia peor que la de Pete Doherty?), al resto le debería producir una punzada de vergüenza ajena. No se puede ser tan naive.
En segundo lugar, es inevitable pensar en las excelencia de “Resacón en Las Vegas” cuando, hacia el meridiano del film, los protagonistas visitan precisamente esa ciudad. Allí, supuestamente, se corren una farra de órdago. Y, sin embargo, es curioso observar cómo la pésima planificación de la secuencia (montaje sin brío, estructura de los acontecimients sin crescendo alguno, desaprovechamiento de las posibilidades de la banda sonora…) echa al traste lo que podía ser una secuencia memorable. Lo que parece ignorar Stoller es que el magnético poder de “Resacón en Las Vegas” reside en que todo está medido con un cuidado milimétrico: no sobra ni falta nada y todo, absolutamente todo, siempre responde a la voluntad de sublimar el regocijo del espectador. En “Todo Sobre mi Desmadre”, sin embargo, parece que se pretende forzar la fascinación simple y llanamente con la concatenación de acontecimientos. Pero eso, los acontecimientos per sé, en un film siempre supondrán un bajo porcentaje de la comicidad final. El poder está en el conjunto… pero es inevitable pensar que el film de Stoller acaba siendo algo así como un conjunto vacío.
Y no es que el film carezca de momentos cómicos (los videoclips de Jackie Q, interpretada por Rose Byrne, son tronchantes), pero es que al final el sabor de boca que te queda como espectador es el mismo que sospechaste al principio del metraje, cuando el viaje de Hill desde EEUU hasta Gran Bretaña se ve engalanado con “London Calling” como banda sonora. ¿Se puede ser más clichetero? Pues así el resto de la película.