Alpha Decay acaba de publicar el último tomo de la Biblioteca Denton Welch… Así que es el momento perfecto para que se convierta en tu autor favorito.
En mis años de Universidad, mantuve con una amiga una de esas conversaciones aparentemente intrascendentes que, sin embargo, nunca acabas de olvidar del todo. Hablábamos de nuestros libros favoritos y, sobre todo, de los autores que sentíamos como «nuestros» (de la forma que sólo puede sentir algo así alguien en edad de ir a la Universidad). Me explicaba que había tres autores que le gustaban tanto que había decidido no leerlos con la voracidad típica de la juventud: le aterraba pensar que llegara el día en el que se hubiera leído todos los libros de un autor que le encantaba y darse cuenta de que no podría volver a leer nada nuevo suyo por primera vez.
Un pensamiento maravilloso a la vez que aterrador, ¿verdad? Un pensamiento, además, que ha marcado mi hábito lector: desde aquella conversación, hay autores de los que leo tan sólo un libro por año. Algunos de esos escritores tienen una producción tan prolífera que sé que es probable que no me la acabe en el tiempo de mi existencia. De otros ya me cuesta encontrar libros que no haya leído todavía, pero sé que existen, que están ahí, esperándome, y eso me permite dormir por las noches con tranquilidad… Y luego está Denton Welch, que es un caso especial.
Al fin y al cabo, a Welch lo descubrí en el año 2010 gracias a la editorial Alpha Decay, que tuvo el acierto de iluminar a ignorantes como yo con la publicación de «En La Juventud Está El Placer«. El titular era fácil: Burroughs siempre dijo que Welch era el autor que más le había influido como escritor. Pero ese titular, la verdad, no significaba nada. Y para entender a Denton Welch, para adorarle, había y hay que leerle. Ahora bien, ahí está lo trágico de este paradigma: si lees a Denton Welch, te lo vas a acabar rápido. Tan rápido como me lo he acabado yo.
Estamos a finales del año 2016 y puedo afirmar que, oficialmente, ya me he leído toda la obra de este autor. ¿Dónde está el truco? En que la Biblioteca Denton Welch que Alpha Decay prometió completar consta de tan sólo tres tomos: el mencionado «En La Juventud Está El Placer«, «Primer Viaje» y «Una Voz A Través De Una Nube«, que acaba de ser publicado en nuestro país. Tres libros. Nada más. Tres libros. Suficiente para convertirse en el autor favorito de Burroughs y de gente de menor enjundia como yo mismo.
¿Por qué tanto revuelo? Partamos del hecho de que explicarle a otra persona por qué un autor es tu favorito resulta prácticamente imposible: para que lo entendiera, tendría que conocerte al cien por cien, con tus luces y con tus sombras. Y a nadie le gusta desnudarse de esta forma y sin venir a cuento, que aquí estamos hablando de literatura y no de mis luces y mis sombras. Pese a ello, voy a intentarlo. Voy a intentar explicar por qué Denton Welch ha conseguido convertirse en uno de mis autores de cabecera y voy a hacerlo a través de cuatro puntos básicos: su vida, su cuerpo, su alma… y, claro, su obra (con una pequeña coda final dedicada a la reciente publicación de «Una Voz A Través De Una Nube«).
VIDA. La vida de Denton Welch es literatura en sí misma… En la película «Happiness» de Todd Solondz hay un personaje, una poetisa, que ha basado toda su producción en el hecho de haber sido violada cuando era una niña. En cierto momento del film, ese personaje estalla y deja al descubierto que tal violación nunca existió, gritando histérica «¿Por qué? ¿Por qué no me violaron cuando era niña?«. Más allá de la negrísima ironía de la escena, Solondz conseguía retratar a la perfección relación enfermiza que sostienen la mayor parte de los autores con su propia biografía: si han tenido una existencia trágica, esa tragedia les hace desear una vida normal aunque eso vaya en detrimento de la intensidad de su obra; y si no ha habido tragedia en su vida, la desean de forma más o menos secreta para que enriquezca su trabajo.
Pero repito: la vida de Denton Welch fue literatura en sí misma. Pura tragedia. A los 20 años de edad, en el año 1935, fue arrollado por un coche mientras viajaba en bicicleta. Una fractura espinal le convirtió en un lisiado de por vida y, de hecho, le comportaría todo un conjunto de dolencias periféricas (como una tuberculosis espinal) que finalmente le conduciría a una muerte prematura en el año 1948. Falleció a los 33 años, la edad mágica que ha acabado por canonizarse a partir de la muerte de muchos otros iconos a la misma edad.
Sea como sea, 33 años le bastaron a Denton Welch para olvidarse por completo de su carrera como pintor (el accidente le sobrevino precisamente en sus años de estudiante de arte) y centrarse en una producción literaria corta pero intensa. Con esa intensidad poderosa y casi destructiva del fuego que sabe que está a punto de extinguirse antes de dar paso a la eterna oscuridad total de la noche.
CUERPO. Si hay un rasgo que resulta poderosamente característico en la narrativa de Denton Welch es precisamente su capacidad magnánima para la descripción empática. Una descripción empática que, evidentemente, funciona a dos niveles. Por un lado, las descripciones de la superficie convierten la lectura de cualquier libro del autor en una fuente pluscuamperfecta de hiperrealismo a través del que entender un poco mejor los años 30 y 40 en Gran Bretaña. Que nadie espere, sin embargo, historias de «pobre niño de post-guerra«. Más bien al contrario: Welch encuentra un placer particular a la hora de retratar a cierta burguesía pudiente que, incluso después de la Segunda Guerra Mundial, puede permitirse picnics en el campo. Él mismo forma parte de una evidente élite económica y, sobre todo, cultural, por lo que las descripciones se centran en los lugares comunes de esa misma élite.
Por otro lado, la descripción empática que practica Denton Welch también funciona a otro nivel puramente emocional. El escritor tiene una capacidad impactante de describir con la misma exuberancia el interior de una casa victoriana y el interior de sus propias emociones humanas. También de las emociones del resto del mundo. De la casa victoriana puede describir las múltiples estancias, de las emociones le encanta describir sus meandros y laberintos, recorriendo incluso las partes menos complacientes, aquellas que le (auto)retratan como un ser comúnmente abyecto y tendente al lado oscuro de la psique humana. Pero, ¿cómo iba a ser de otra forma? De alguien que le declara guerra abierta a la corrección británica de la época y sus envaradas convenciones, lo único que puede esperarse es que se declare la guerra a sí mismo. Y que lo describa con lujo de detalles.
ALMA. Una pequeña confesión: E.M. Forster es uno de esos autores de los que sólo leo un libro por año. Al fin y al cabo, y por lo que a mi respecta, este sigue siendo el autor que encarna mi aproximación favorita hacia la literatura homosexual. Siempre digo lo mismo: prefiero la literatura gay anterior a «Querelle«. Después del libro de Genet, y muy en sintonía con la evolución de las letras internacionales, parece que la literatura homosexual se embarcó en una carrera en la que cada vez había que enseñar más, había que enseñarlo todo, no se podía dejar absolutamente nada por verbalizar.
Lo entiendo: si se busca la normalización, ha de haber una mínima exposición. Pero aquí estoy hablando de un gusto personal y, a este respecto, y hablando siempre como lector antes que como periodista, prefiero que se me insinúe a que se me muestre. Prefiero pasarme trescientas páginas leyendo entre líneas que aburriéndome por la imposibilidad de usar la imaginación. Soy menos de Genet y más de Forster, Maugham y Gide. Y, de hecho, es imposible no establecer unos evidentes lazos de unión entre la sensibilidad gay de estos tres últimos y la de Denton Welch.
Y mira que Welch es mucho más sardónico, punzante y desafiante. Pero eso no quita que, cuando se trata de abordar la cuestión homosexual, todo quede en insinuación más que en exhibición. «En La Juventud Está El Placer» incluye un escandaloso pasaje en el que el niño protagonista juega perversamente con un leñador en la soledad de su cabaña; «Primer Viaje» se detiene dulcemente en ciertos juegos eróticos a rebosar de ambigüedad entre el protagonista y un soldado herido; y «Una Voz A Través De Una Nube» no esconde la intensidad de la relación de Welch con su amigo Mark ni la tormentosa obsesión que vive con su médico, el Doctor Farley. Pero lo mejor de todo es que todo esto nunca es mentado en voz alta: está ahí para quien quiera apartar capa tras capa y encontrarlo bajo todas ellas. Está ahí para quien sepa que el sexo, a veces, no es una cuestión exclusivamente de cuerpo, sino que el alma también juega un papel muy pero que muy importante.
OBRA. Puede que, más que justamente, la Biblioteca Denton Welch de Alpha Decay se quede en los tres títulos mencionados. Pero, ojo, porque si somos fieles a la verdad, hay algún que otro tomo que a lo mejor estaría bien añadir a modo de coda, tal y como las historias cortas de «Brave and Cruel» o, sobre todo, «The Denton Welch Journals«, que recoge los diarios personales a los que el autor nunca llegó a dar forma literaria.
Pero conformémonos con lo que tenemos, que no es poco. Si eres un lector recién llegado al mundo de Denton Welch, debes empezar por «En La Juventud Está El Placer» (por mucho que, cronológicamente, este fuera el segundo libro de la trilogía en ser escrito y publicado). La principal curiosidad es que el protagonista de esta novela no es el mismo Welch, sino que el autor se esconde usando como subterfugio al personaje de Orvil Pym. Al final de todo, eso sí, tanto dan todos los subterfugios: el cuerpo y el alma del escritor se hacen más que palpables en esta historia de un chaval de quince años que vive un verano ajeno al mundo y algo enajenado al enfrentarse por vez primera a ciertas pulsiones sensuales y sexuales.
En «Primer Viaje» (del que puedes leer aquí la reseña que escribí cuando fue publicado en el año 2013), sin embargo, Denton Welch escribe en primera persona. Y lo hace para evocar un viaje a China (específicamente a Shangai, aunque cierto tramo de la novela lleva al protagonista hacia el interior rural del país) que es testigo de ese momento tan frágil pero tan fascinante en el que todo niño deja de serlo para habitar tímidamente el mundo de los adultos. El escritor ya no es tan inocente, pero tampoco tiene el suficiente coraje como para explorar las pulsiones que le zarandean de un lado al otro sin permitirle comprender qué está ocurriendo realmente con su vida. Una sensación que, por cierto, muchos seguirán (seguiremos) encontrando de lo más reconocible por mucho que haga tiempo que dejaran (dejáramos) atrás la edad de la inocencia.
UNA VOZ A TRAVÉS DE UNA NUBE. Y así llegamos al final del camino: el final de nuestro camino como lectores y también el final del camino de Denton Welch como escritor. Al fin y al cabo, «Una Voz A Través De Una Nube» fue publicado de forma póstuma después de la muerte del autor y, de hecho, es este un libro inacabado cuyo final deja al lector con una insidiosa sensación de desasosiego al saber que lo que se relata en el libro, el accidente en bici y los posteriores meses de enfermedad y (muy ligera) recuperación, son el germen de la tragedia que obligó al escritor a dejar el libro inacabado.
«Oí una voz a través de una nube de dolor y vértigo. La voz me hacía preguntas. Parecía abrirse y cerrarse como un acordeón. Las palabras me llegaron altas y fuertes, como las notas tonantes de un órgano, para luego fundirse en el más diminuto y esquivo caer de una gota en un vaso». Así relata el autor el momento en el que despertó justo después del trágico accidente, estableciendo de paso el tono que reinará en las páginas que vendrán después. En contraposición a la gozosa exuberancia multisensorial de sus anteriores libros, «Una Voz A Través De Una Nube» está escrito haciendo honor a su propio nombre: está escrito como si Welch se abriera paso a través de una negra y casi solida nube de tormenta.
Lo que en anteriores libros es un abrirse al mundo, aquí es un cerrarse en torno a uno mismo para hacer más llevadero el dolor físico. El carácter perverso que en los dos anteriores libros convertían la voz de Welch en algo único aquí se agria más todavía, llegando a rozar los límites de la sociopatía más arisca: «Mientras seguía pensando en el doctor Farley, empecé a tomar conciencia de que su marcha había despertado algo en mí. Ese algo al principio apenas respiraba, pues quedaba ahogado por mi tristeza y agitación, pero ahora podía sentirlo resurgir. Era la vieja alegría de librarme de la carga de la amistad. Aquel sentimiento asomaba la cabeza casi avergonzado, pues ¿alguna vez la amabilidad me había supuesto una carga? ¿Acaso no había aceptado de buen grado cada migaja que caía en mi plato y había esperado impaciente a que me dieran más?».
«Una Voz A Través De Una Nube» no es un libro de superación personal en el que el protagonista sufre un accidente para, a continuación, vivir una recuperación epifánica gracias a que sus seres amados le obligan a abrazar la vida y le ayudan a seguir adelante. Más bien lo contrario. La familia de Denton Welch no hace casi acto de presencia, los amigos escasean y, al fin y al cabo, las únicas compañías que tiene el escritor son los médicos, las enfermeras y el resto de enfermos. Durante la mitad del libro, Welch describe el bullicioso y surrealista ambiente de un pabellón de enfermos por el que circula un plantel de personajes de lo más variopinto. Son descripciones escarbadas en el papel atravesando una nube de dolor y analgésicos.
Una nube que se abre, pero no demasiado, cuando el enfermo es trasladado a una pequeña clínica en la que por fin puede disponer de una habitación individual. Allá vivirá un continuo tira y afloja con el Doctor Farley, con el que establece una enfermiza relación en la que siempre bascula entre el deseo y el rechazo (deseo y rechazo vividos de forma completamente mental, ya que el doctor está casado y, más que probablemente, no comparta los desvelos de su paciente). Pero no, ni llegados a este punto puede decirse de «Una Voz A Través De Una Nube» que sea una novela amable sobre el proceso de recuperación de un enfermo bienhumorado.
Puede decirse, eso sí, que es una novela necesaria que muestra la realidad de un paciente convalesciente de la forma más cruda y directa posible. Lo hace conjugando las espinas de la realidad con las rosas de su prosa, que sigue siendo multisensorial por mucho que, en este punto de su vida, las terminaciones nerviosas de todo el cuerpo (literario) de Welch se muestren hastiadas y tendentes al dolor. Porque puede ser que en la juventud esté el placer, pero en el dolor está la verdadera madurez.