«Todo El Mundo A La Mesa» es un concurso de Netflix que, de hecho, es el programa gastronómico que nos merecemos (y del que «Master Chef» debe aprender).
Me bajé de «Master Chef» (de la versión española, se entiende) en la tercera temporada… Y me bajé, precisamente, por todo un conjunto de factores que me han venido a borbotones a la cabeza mientras veía «Todo El Mundo A La Mesa» («The Final Table«) en Netflix. Y eso que, a priori, aterricé en este programa con el ánimo en guardia en parte debido a mi frustración con «Master Chef» -además de con gran parte de la televisión gastronómica actual- y en parte también debido a que, de partida, este programa encapsula muchas de las cosas que empiezan a resultar ligeramente insidiosas en Netflix.
Para empezar, el propio punto de partida del concurso: doce equipos formados por chefs de todo el mundo compiten por parejas en una competición en la que cada programa / prueba se centra en la gastronomía de un país diferente. Este ánimo viajero de «Todo El Mundo A La Mesa«, además, se trasluce en que cada episodio incluye dos tandas de jurados: en la primera parte de cada capítulo, un trío de representantes del país elegido (siempre suele haber alguien de la cultura, alguien del deporte y un crítico gastronómico importante) proponen un plato icónico de su gastronomía y eligen los tres mejores equipos y a los tres peores; en la segunda parte, estos tres peores equipos compiten para crear un plato cuyo ingrediente principal es seleccionado por uno de los grandes chefs del país protagonista, que será precisamente el que juzgue las preparaciones finales y el que decida qué equipo queda eliminado de la competición.
Los chefs invitados son Enrique Olvera (México), Andoni Aduriz (España), Clare Smyth (Reino Unido), Helena Rizzo (Brasil), Vineet Bhatia (India), Grant Achatz (Estados Unidos), Carlo Cracco (Italia), Yoshihiro Narisawa (Japón) y Anne-Sophie Pic (Francia). Y, de hecho, en el capítulo final, estos nueve chefs se sientan en la misma mesa (esa «The Final Table» del título original del programa) para evaluar los platos de los cuatro finalistas, que provienen de dos equipos diferentes pero que en la final compiten de forma completamente individual.
Sobre la mesa, este punto de partida resulta vistoso e interesante. Pero, tal y como decía un poco más arriba, ¿no adolece ligeramente de esa voluntad continua que tiene Netflix de realizar productos globales en los que incluir elementos de cada uno de los países en los que el servicio de VoD está instaurado para así generar algo así como una audiencia internacional definitiva? Ojo, que esto es algo elocuente, sí. Y, sobre todo, es algo rentable porque consigue elevados datos de audiencia gracias a que congrega diferentes audiencias que sienten que, aunque sea en un fragmento pequeñito, están representadas. Ahí está, por ejemplo, una audiencia española que seguro que se siente totalmente identificada con el capítulo en el que Andoni Aduriz es el chef invitado y en el que los representantes del país es un grupo tan heterodoxo como el formado por Borja Beneyto, Miguel Bosé y Ana Polvorosa.
Llamadme especialito, pero esta especie de menú degustación en el que hay un platillo de cada país y en el que se ha especializado Netflix últimamente no acaba de apasionarme. Pero, por suerte, reconozco que el gigante de VoD está acertando al espolear la producción de cada uno de esos países de forma concreta y potenciando identidades más nicho (como, por ejemplo, lo que acabamos de vivir en España con «Élite«)… Y, por suerte también, resulta que, en cuanto arranca «Todo El Mundo A La Mesa«, se te olvida por completo cualquier reserva con la que puedas haber llegado hasta la pantalla.
Y es que, desde el minuto cero, «Todo El Mundo A La Mesa» se postula como la antítesis de «Master Chef» y todos esos programas que han llevado la gastronomía al campo del reality. Para empezar, a los concursantes no se les machaca y, por el contrario, se les ofrecen todas las ayudas posibles par que brillen en sus preparaciones. Tienen todo el tiempo que quieran para coger los ingredientes en una despensa en la que no falta de nada (olvídate de los rollos tipo «tienes 15 segundos para coger todo lo que necesites y luego ya no puedes volver a entrar en la despensa» o tipo «subastamos los ingredientes a cambio de tiempo de la prueba de eliminación final«). Y, de hecho, cuando los jueces se pasean por las mesas de los concursantes, realmente les ayudan dándoles consejos en vez de machacarles con mensajes ambiguos destinados a elevar la tensión dramática de la competición.
Más todavía: las pruebas son pruebas de cocina. Y ya está. No hay surrealismos añadidos necesarios en los que los concursantes han de preparar setecientos platos en diez minutos para un regimiento de niños con Síndrome de Down con un hambre voraz y desaforada. Y, sobre todo, no hay un jurado que vaya gritando entre los concursantes, señalando lo mal que lo están haciendo, gritando que no están a la altura de los pobres niños con Síndrome de Down que se van a quedar sin comer hasta que, uh, oh, sorpresa, tienen que ponerse el delantal y meterse a salvar el día porque, claro, es que los protagonistas son ellos y no los concursantes.
«Todo El Mundo A La Mesa» es lo contrario a todo esto. En esta competición de Netflix, todo está dispuesto para que los chefs brillen con sus platos… Y así ocurre. Muchos son los platos antológicos que en esta primera temporada han sido presentados por los concursantes (porque, de hecho, y eso es otro dato a tener en cuenta, los concursantes son chefs de renombre y no amas de casa a las que se les está exigiendo que sepan hacer esferificaciones). Curiosamente, incluso cuando un equipo es expulsado del concurso, suele ser en medio de comentarios positivos porque los chefs en función de juez saben que la crítica constructiva es la base de la buena cocina.
Y, como colofón, obviamente, está el factor humano. Aquí no hay concursantes cuyo padre muriera en sus brazos mientras les ponía el delantal ni señoras que acaban de superar un cáncer terminal. Las historias de los concursantes de «Todo El Mundo A La Mesa» se nos explican, claro que sí, pero siempre centrándose en su carrera, no en sus penurias. Porque eso es lo que yo, por lo menos, quiero ver cuando me pongo delante de un programa gastronómica: quiero ver gastronomía… y no sangre, sudor y lágrimas. [Más información en la web de «Todo El Mundo A La Mesa»]