Por ahí dicen que «It’s a Sin» es una serie superficial y buenista… Pero aquí decimos que no es nada de eso. ¡Más bien es una ficción muy necesaria!
Al final del primer capítulo de «It’s a Sin«, tres de sus protagonistas masculinos responden a una pregunta muy sencilla: ¿dónde te ves de aquí a diez años? Ritchie se embala con su fantasía de ser un actor famoso reconocido por todo el mundo. Colin se ve en el mismo trabajo, pero en lo más alto de la escala laboral. Roscoe se imagina podrido de dinero y refregando billetes contra las caras incrédulas de todos aquellos que le han mirado por encima del hombro por ser hombre joven, pobre, gay y negro.
Esta trenza de discursos a cámara llega después de cuarenta minutos en los que el espectador ha sido llevado en palmitas a través de la vibrante cultura gay de los años 90, precisamente vehiculada a través de estos personajes (y algunos más) que acaban de salir del armario y que exprimen al máximo las noches de fiesta, la promiscuidad hedonista y esa sensación de que tienes toda la vida para disfrutar de algo, la homosexualidad, que durante toda tu infancia has ocultado por miedo. Y por vergüenza. Y por presión familiar y social.
Podría ser el principio de cualquiera de esas series en las que un grupo de chavales jóvenes luchan por conseguir sus sueños. Pelean. Son abatidos. Se levantan. Vuelven a luchar y al final se salen con la suya… Pero lo más probable es que, incluso con el corazón encendido por el subidón final del primer capítulo de «It’s a Sin«, el espectador acabe con una pregunta insidiosa flotando sobre su cabeza: los 80, ¿no? ¿Esta no es precisamente la década marcada a fuego por la pandemia del sida? Y ahí está el verdadero impacto de la nueva serie de Russell T Davies: que recurre al pasado para advertir sobre el presente.

Pero dejemos esta reflexión para el final, porque solo puede llegarse a ella después de haber respondido a muchas otras preguntas. La primera de ellas: ¿quién es exactamente Russell T Davies? Porque, en un panorama catódico en el que Ryan Murphy parece haber capitalizado por completo el discurso queer en televisión, es realmente necesario reivindicar figuras como la de Russell. A él debemos series tan magníficas como las recientes «Years & Years» o «A Very English Scandal«. Pero su valía dentro de la narrativa LGTBIQ+ queda explicada más bien por otras de sus dos producciones anteriores.
La primera de ellas, una trilogía de series (dos de ellas de ficción, la tercera documental) que, en el año 2015 y partiendo del habitual panóptico de historias cruzadas, se atrevieron a realizar un fidedigno retrato de la comunidad queer en pleno siglo 21. De hecho, y dejando ya clara su filiación falocrática, Davies tituló aquellas tres series en base a la firmeza del miembro viril en diferentes etapas del hombre: «Cucumber«, «Banana» y «Tofu«. No hace falta explicar la broma, ¿verdad?
La segunda de las producciones que hay que mencionar al hablar de Russell T Davies es, obviamente, «Queer as Folk«. La primera. La pionera. La serie que cambió la faz de la realidad catódica porque, en pleno año 1999, decidió no jugar con las cartas que le había ofrecido la heternormatividad televisiva (es decir: hacer una serie que mostrara la cara amable e inofensiva de la cultura LGTBIQ+). Aquella serie no pretendía ser un divertido paseo en barca por el lago de los cisnes gays… Sino más bien un quitanieves que se iba abriendo paso de forma frenética, destrozándolo todo a su paso y sin mirar atrás.
La importancia capital de «Queer as Folk» es tan básica que merecería un artículo por sí sola… Pero centrémonos aquí en su incuestionable relación con «It’s a Sin» más de dos décadas después. Una relación que conduce directamente a la gran cuestión que nos ocupa: ¿por qué nos encontramos ante una de esas escasas ficciones que realmente hacen una labor activa (y activista) a la hora de cambiar el mundo, de convertirlo en un lugar mejor en el que vivir? Mucho más si perteneces a la comunidad LGTIBQ+.

Para empezar, es incuestionable que Russell T Davies ha vuelto a imponer un certificado de calidad que ya alcanzó cotas inimaginables en su anterior «Years & Years«. «It’s a Sin» es una serie de producción impecable en el que todo roza la genialidad: las actuaciones (con Olly Alexander demostrando que es mucho más que el frontman de la banda Years & Years, pero también confirmando a Lydia West como una de las nuevas actrices más prometedoras de su generación), la banda sonora (por mucho que «It’s a Sin» de Pet Shop Boys nunca llegue a sonar del todo y solo se escuchen los primeros acordes cuando el protagonista la pone en la jukebox del pub de su pueblo), la dirección (con escenas tan bellas que duelen y que quedan clavadas en la memoria, como Ritchie haciendo ballet de espaldas frente a los focos del coche de su crush de infancia), los diálogos (para el recuerdo quedan escenas como la de Ash poniendo el dedo en la llaga de la ausencia LGTBIQ + en la literatura clásica o el descorazonador momento en el que Ritchie reconoce que todo ha merecido la pena porque realmente ha sido feliz, porque cada hombre con el que ha estado ha sido genial)… Y, por encima de todas las cosas, el guion. Que es precisamente lo que la convierte en una serie de Russell T Davies.
Y habrá quien diga que no, que el guion de «It’s a Sin» peca de superficial y buenista. Pero, un momento, ¿superficial? Está claro que, en tan solo cinco episodios, la serie se muestra ambiciosa al abarcar demasiadas temáticas: el retrato del Londres gay de los 80, el concepto de familia elegida, el activismo LGTBIQ+, el impacto del VIH en la comunidad gay… Y que, obviamente, hay otras ficciones que, al especializarse en tan solo una de estas temáticas, consiguen una mayor profundidad de campo en su exploración. Pero es que resulta que todo lo dicho son temáticas periféricas que están ahí para enriquecer el verdadero tema de la serie, que no es otro que el problema de crecer en la cultura de la vergüenza.
Y ese tema lo borda, precisamente porque al final de todo, cuando Jill se enfrenta a la madre de Ritchie, te das cuenta de que todo ha orbitado siempre a eso mismo, a ese crecer pensando que todo lo que pasa por tu cabeza es pecado, tal y como afirma la canción de Pet Shop Boys…. El retrato del Londres gay de los 80 es una consecuencia directa de la represión en la que crecen sus protagonistas. La familia elegida aparece ante las carencias de unos personajes expulsados de sus unidades familiares debido a su condición. El activismo LGTBIQ+ es una forma de superar la vergüenza. Y la gravedad de la crisis del VIH precisamente se recorta no contra la promiscuidad homosexual, sino contra esa vergüenza que les ha metido en una boca del lobo oscura y solitaria.

Más todavía: ¿buenista? Cierto es que algunas de las tramas de «It’s a Sin» se resuelven con un golpe de buenismo cercano al sitcom (por ejemplo: la rebelión de Roscoe contra su sugar daddy). Pero, si algo caracteriza a las últimas series de Davies, es la crueldad con la que azota a sus personajes. Ahí estaba la muerte de Daniel (Russell Tovey) en «Years & Years«. Y aquí tenemos el destino de Colin o la crudeza con la se expone un personaje tan problemático como el de la madre de Ritchie, corazón desde el que bombea esa vergüenza que ha conducido a su hijo por los caminos más peligrosos.
No, «It’s a Sin» no es ni superficial ni buenista. Es más bien una serie necesaria por lo que tiene de advertencia sobre el presente (lo que no deja de ser gracioso si tenemos en cuenta que «Years & Years» era una advertencia sobre el futuro). Es imposible no apreciar los clamorosos paralelismos entre los inicios de la pandemia del sida y los de la actual pandemia del coronavirus: la incertidumbre, el sufrimiento, la soledad de los enfermos.
Pero es precisamente esta semejanza la que riza el rizo de la genialidad de la serie de Russell T Davies. Porque el coronavirus ha puesto al mundo jaque durante un año y ya tenemos ayudas económicas, colchón social e incluso vacuna. Y todos sabemos qué ocurrió con esa otra pandemia a la que nadie hizo caso porque «solo afecta a los gays, que se lo han buscado por pasarse el día follando entre ellos«. Es en este juego de espejos en el que está lo magistral de «It’s a Sin«: la demostración de que la vergüenza sigue ahí. Y que series como esta hacen más falta que nunca porque seguimos viviendo en un mundo en el que un partido político tiene impunidad para defender en el Parlamento las terapias de conversión para corregir la conducta de los homosexuales. [Más información en la web de «It’s a Sin» en HBO]