¿Necesitábamos una heredera de «Wild Wild Country»? Probablemente, no. Pero aquí está «Tiger King» para coger el testigo como docuserie fuerte, increíble, divertida y surrealista.
«Wild Wild Country» fue el punto de retorno para todos nosotros. Al fin y al cabo, en los años anteriores a que Netflix incluyera en su catálogo esta docuserie sobre el culto a Osho (y, para qué vamos a negarlo, especialmente sobre Ma Anand Sheela) ya habíamos aprendido a adorar esos true crimes en los que acababas enganchado a una de las tres opciones posibles: 1. Que el sistema se hubiera confabulado contra alguien que a priori parecía inocente («Making a Murder«), 2. Que alguien ostentosamente culpable se lo hubiera montado para engañar al sistema y salir de rositas («The Jinx«) o 3. Acabar sin saber qué creer porque ambas opciones, la inocencia y la culpabilidad, te parecían tan plausibles como dudosas («The Staircase«).
Pero «Wild Wild Country» era diferente… Aquí no había misterio que resolver, puesto que incluso los protagonistas reconocían abiertamente haberse tomado la ley como el pito del sereno. Lo fascinante de la serie era, más bien, que cada capítulo superaba al anterior introduciendo twists loquísimos que te hacían saltar en el sofá para coger tu móvil y escribirle a tus colegas «¡pero esto no puede haber pasado de verdad!«. Es decir, ¿consideras totalmente fuera de las leyes de la realidad que Ma Anand Sheela envenenara a todo un pueblo en su afán de poder? ¡Pues espérate a ver «Tiger King«!
Y mira que la cosa empieza mal. Todos deberíamos estar un poco cansados ya del equivalente documentalista al «yo salí a tomar una cerveza… pero me lié«. Me refiero a ese formato que instauró «Catfish» en el que el director empieza a tirar del hilo de un investigación que, totalmente por sorpresa, le conduce hacia otra investigación muchísimo más jugosa. En este caso, el realizador Eric Goode (que aquí comparte tareas de dirección con Rebecca Chaiklin) estaba siguiendo la pista de «un famoso comerciante de reptiles del sur de Florida«. Pero, de repente, un tío que quiere comprar una serpiente venenosa empieza a fardar de que en su camioneta lleva un leopardo de las nieves que acaba de adquirir. Y ya tenemos el Belén montado.
Porque Goode decide que el comercio de felinos (por cierto, me fascina que en inglés todo el mundo hable de big cats, como si fueran los hermanos mayores de los gatitos caseros) es mucho más interesante que el comercio de reptiles. Y eso le lleva directamente hacia tres de los dueños de los mayores zoológicos privados de Estados Unidos: Doc Mantle, Carole Baskin… y Joe Exotic. Desde el principio, la docuserie tiene claro que en este último ha encontrado a su protagonista pluscuamperfecto, ya que el resto de personajes pueden ser abordados tirando de los hilos que el mismo Exotic ha tejido alrededor de su figura y de su negocio.
Y aquí empieza la barra libre de surrealismo. Joe Exotic es un paleto de avanzada edad que no se avergüenza para nada ni de su acentazo sureño ni de su mullet (él lo llama «mi sex appeal«). Tampoco se avergüenza de un armario que mezcla los peores clichés del cowboy yanki con ciertos toques de homosexual aficionado al cuero. Ríete tú de Orville Peck. Porque ahí está la cosa: el hombre no tiene ningún problema a la hora de airear su propia homosexualidad. Y no solo airearla, sino también alardear del hecho de que no solo tiene un marido, sino que tiene dos. Y que son dos jovencitos chunkys buenorros que beben los vientos por él y que comparten su día a día en el zoo.
¿No tienes suficiente surrealismo con el protagonista de «Tiger King«? Tranquilo, que ya en el primer capítulo te presentan a Doc Mantle, el mentor de Joe que dirige su zoo como si se tratara del culto sexual de R. Kelly (es decir: tiene toda una legión de esposas a las que viste de forma sexy y que trabajan para él desinteresadamente). Y desde el principio queda claro que la gran antagonista de este lote es Carole Baskin, una presunta animalista que, sin embargo, dirige un zoo que es una mina de oro y que tiene un pasado particularmente oscuro y perturbador que poco a poco irá saliendo a la luz cuando (¡spoiler alert!) Eric Goode decida explorar la investigación abierta que hay sobre la sospechosa muerte de su ex-marido multimillonario. Que, para más inri, estaba a punto de pedirle el divorcio.
Desde los primeros minutos de «Tiger King«, la docuserie deja claro al espectador que Joe Exotic está en la cárcel acusado de intentar matar a Carole Baskins. ¿Por qué poner este twist ya al principio? Porque, cariño, es que este twist es el giro de guion menos sorprendente de todo lo que vas a encontrar en estos siete capítulos. La fauna (humana) que se mueve alrededor del protagonista no deja de ofrecer impactos continuos que van construyendo una escalada hacia la locura sin parangón: las canciones (y los videoclips) de Joe, la sexualidad de sus maridos, las drogas, el reality show y su tragedia final, el estafador de Las Vegas que le roba el negocio, la candidatura de Exotic primero a la presidencia de EEUU y después como gobernador, el magnate de los strip-clubs que está ahí solo para salir en un glorioso plano final en una moto acuática, el trauma que acaba viviendo el jefe de campaña de Joe, el vindicativo (nuevo) marido de Carole Baskin… Y, finalmente, la sombra de la duda sobre las acusaciones de intento de asesinato. (Sombra de la duda que, por cierto, ha obligado a reabrir la investigación sobre ella.)
Suma y sigue. Hay que reconocer que «Tiger King» es la ruta natural después de «Wild Wild Country» en lo que concierne a docuseries que nos dejan suspendidos en nuestra propia incredulidad y en las que no hay ni un solo personaje que nos produzca empatía real. Una serie que obliga a preguntar: ¿dónde carajo está Cárdenas cuando se le necesita? Porque, en serio, la única persona que podría seguir esta senda en nuestro país es él. ¡Y lo vamos necesitando! ¡Queremos que alguien encuentre a nuestro propio José Exótico! [Más información en la página de «Tiger King» en Netflix]