Es oficial: los viejunos rockeros alternativos de los 90 se han vuelto unos nenazas. La permanente intromisión de figuras que se hicieron conocidos y se labraron una reputación en el mundo del ruido, la distorsión y la experimentación marciana como Lou Barlow, J Mascis o Chuck Ragan en versiones novísimas de personajes que surgieron a la postre de las bandas madre de estos como John Vanderslice, William Fitzsimmons, Joseph Arthur o Damien Jurado sigue dando sus frutos. El último en dejar el ateísmo por la comulgación acústica es Thurston Moore, uno de los más ruidosos y experimentales guitarristas que haya parido el rock alternativo en su historia. El guitarra de Sonic Youth lleva labrándose una carrera solista piano piano desde hace más de quince años. Si bien sus comienzos en soledad (aquellos «Psychic Hearts» -Geffen, 1995- y “Root” -Lo Recordings, 1997-) fueron desprendimientos de la banda aislados, más bien por necesidad de toquetear sus juguetes electrónicos y de ruidear a su antojo pero siguiendo una línea bastante uniforme con lo que Sonic Youth ya practicaba (y siguen practicando, afortunadamente), sirvieron para mostrar a la masa las inquietudes de Moore al margen de la banda. Parecía que nunca llegaba a cuajar en proyectos eminentemente al margen de su formación original, pero pareció encontrar cierto cobijo en la realización de bandas sonoras para películas durante los primeros años de este siglo: sus músicas para «Bully«, «Manic» y «Extra Action and Extra Hardcore» se sumaban a la que hizo para «Heavy» a mediados de los 90 y se añadiría a la que la banda neoyorquina realizó para «Demonlover» hace casi diez años y, recientemente, a la de «Simon Werner a Disparu«. No contento con ello, Moore ficha por el sello que da de comer (¿o es al revés?) a Sonic Youth, Matador, y se enzarza junto a Beck (¿el nuevo músico-productor de moda?) en un experimento marciano, teniendo en cuenta de quién estamos hablando: «Demolished Thoughts» (Matador / PopStock!, 2011).
La mayor noticia no es que Thurston Moore coja la guitarra acústica, sino que haya tenido las santas narices de desprenderse de su tercer brazo: la guitarra eléctrica. Curiosamente, y pese al escepticismo creado a partir de ciertas habladurías sobre su nuevo ejercicio, Moore se regodea de su nueva faceta de songwriter dramático, equilibrado, tranquilo, casi zen, con una solvencia y una credibilidad que obligan al menda a buscar en los títulos de crédito. Allí aparece un Beck que, de la misma manera que ha sabido dar un vuelco (positivo) en la carrera de Charlotte Gainsbourg con ese genial «IRM» (Because Music, 2009) que impulsó a la hijísima resultante de un buen polvazo entre Serge Gainsbourg y Jane Birkin a la categoría de nueva-intérprete-a-seguir y comparándola con mitos del extremismo indie-pop como Cat Power, Feist y Fiona Apple, ahora logra intervenir a corazón abierto en la carrera de ruido y manchas de Moore para tranquilizarlo y convencerlo de que el mejor alivio de sus penas es el secreto. Como referencia, y teniendo en cuenta que hablamos de Beck y de una reinvención hacia un sonido atmosférico de corte acústico, es fácil encontrar un símbolo: «Sea Change» (Geffen / Interscope, 2002), considerado el mejor disco del excéntrico Beck. Y en esas se pasea el guitarrista de Sonic Youth: en un compilado de canciones que extreman la duración (todas canciones bastante largas, pero sólo nueve piezas: como se hacía en los 60 y 70), se centran en la atmósfera cuidada e impoluta y conectan a partes iguales voz, guitarra y elementos orquestales de cuerda, pero sopesando los daños que pueden causar el hecho de suprimir la base rítmica y centrar todo en la polivalencia de tres únicos (y limitados) elementos.
A rasgos generales, “Demolished Thoughts” cumple las expectativas acercándolo tanto a la zona más atmosférica de John Frusciante como a los pequeños guiños a semi-depresivos de Conor Oberst, el guiño americanista de Kurt Vile y, por qué no, creando algunas parábolas que bien podrían haber formado parte de «Mellon Collie and the Infinite Sadness» (Virgin, 1995) de Smashing Pumpkins de no ser tan acústicas (hablo, claro, de «Circulation”, la mejor canción del disco y la que mejor caza esa acción-reacción entre la atmósfera grave y la guitarra acústica macarra). Incluso en piezas como “Orchard Street”, “Mina Loy” o “January” se entiende el vuelco razonable de Thurston Moore hacia la canción de autor amacarrada. Si no lo conoces y lo escuchas, comprendes perfectamente de dónde viene, a dónde va y con quién se junta. Consigue atrapar y encandilar en el grueso del disco, incluso coqueteando con estructuras de un hippismo psicodélico que conecta con la mirada más atenta de George Harrison (“Space”) y, aunque haya zonas que suenan a estructura repetida y a bucle etéreo (“In Silver Rain With a Paper Key”), Moore se saca de la manga una faceta totalmente antigua pero nueva para él. Y, lo mejor de todo, con muchísima proyección. Juventud sónica en todos los aspectos.
[Alan Queipo]
03 Circulation by Thurston Moore