Mi relación personal con Abel Tesfaye (y si hablo aquí de mi no es porque sea de esos críticos pagados de sí mismos que se tocan el pene mientras hablan de sí mismos, sino porque me consta que mi experiencia con The Weeknd fue compartida por muchos) fue parecida a esa situación en la que todos tus colegas te repiten una y otra vez que tienes que conocer a tal persona, que os vais a caer de puta madre, que sois clavados, que os vais a hacer inseparables… Y, cuando le conoces, resulta que no sólo no es tu new best friend, sino que te cae de puta pena, le detestas, no entiendes qué ven tus colegas en él.
Así las cosas, evitas encontrarte con esa persona a toda costa, pero resulta que compartís grupo de amigos y te lo vas cruzando. Y, en una de esas, cuando tú estás más relajado y él está más relajado, cuando tú ya no tienes unas expectativas tan altas y él parece que no intenta con tanto ahínco ser el puto rey del pollo frito, os volvéis a encontrar… y por fin lo entiendes todo. Por fin te cae bien. Vale, sigue sin ser tu mejor amigo, pero por lo menos eres capaz de ver que, cuando se desprende de la pompa, el artificio, las pretensiones y la mamarrachería, es un buen tipo.
Y puede que, llegados a este punto, habrá quien se pregunte qué carajo tiene que ver todo esto con The Weeknd y cómo puede decir todo lo que digo si Tesfaye está viviendo precisamente su momento de mayor proyección: dueto con Ariana Grande, canción en la banda sonora de «50 Sombras de Gray«, actuación en los VMAs, sesión de fotos en GQ vistiendo la ropa de Kanye para adidas… Si todo esto no ha inflado el ego de Abel hasta el nivel de un globo aerostático, nada podría hacerlo. Pero ocurre una cosa: The Weeknd siempre ha tenido muchas pretensiones, pero nunca ha sabido concretarlas en un buen disco, en un disco perfecto que estuviera a la altura de lo que nos vendía. Y él lo sabe.
«Beauty Behind The Madness» es disco de reconciliación de The Weeknd con todos aquellos que nos habíamos resignado a odiarle…
La clave aquí parece ser «Kiss Land» (Republic, 2013), ese disco en el que Tesfaye se comportó como si fuera a salvar el mundo de la música moderna y que acabó por interesar a su madre, a su padre… y para de contar. Un batacazo como aquel pone a cualquiera en su sitio, eso no lo puede negar nadie. Y de aquella cura de humildad parece nacer un ejercicio de depuración que germina en este «Beauty Behind The Madness» (Republic, 2015) en el que las constantes vitales de The Weeknd siguen haciendo acto de presencia, claro, pero en el que el artista suelta mucho lastre y, sobre todo, muchas pretensiones: su personaje bigger than life, ese pendenciero que no te lo crees a no ser que pongas mucho de tu parte, sigue siendo el principal protagonista de esta función, y sus rimas siguen sonando grandilocuentes y peliculeras, pero lo que envuelve a boca y persona, la música, las canciones, todo suena más medido, más ajustado, más acertado.
La principal brújula de «Beauty Behind The Madness» sigue siendo, evidentemente, la renovación del r&b y el pop radiofónico ochentero, pero ahora hay menos «uuuuhhss» y «aaahhhs» de alma en pena y, en compensación, hay melodías menos atiborradas, espacios más abiertos y más estribillos matadores. Ahí está su vertiente más comercial (la de la hipnótica «Prisoner» junto a Lana del Rey o la del que es ya el mayor hit de la historia de The Weeknd: esa «Can’t Feel My Face» producida por Max Martin, lo que no sé si me pone palote o me produce escalofríos), su abrazo final a las eternas comparaciones con Michael Jackson (lo de «In The Night» es muy intenso) y sus medios tiempos nocturnos regados de drogas y fluidos corporales (con «Tell Your Friends» a la cabeza: este va a ser el hit de culto, el preferido de los connaisseurs)…
Todo, en conjunto, convierte a «Beauty Behind The Madness» en el disco de reconciliación pluscuamperfecto por eso de que no habla de la reconciliación de The Weeknd con ninguna ex sociópata, sino básicamente de la reconciliación de Tesfaye con muchos que nos habíamos resignado a odiarle for ever and never.