Soledad. Días rutinarios y noches en vela. La misma gente y las mismas calles de siempre. Ni siquiera los actos que antes funcionaban como válvulas de escape se libran de la repetición y el hastío. Los esquemas mentales se van diluyendo como un azucarillo en un infinito universo líquido. Los anhelos se deshacen y no queda más remedio que esperar con resignación a que ocurra algo diferente que haga estallar todo por los aires. Pero no sucede, y vuelta a empezar con la espiral… Ni Sísifo soportaría cargar con una losa de ese tamaño y peso una y otra vez. Sin embargo, en un mundo en que los mitos y las leyendas tienen, poco a poco, menos importancia para encontrar un sentido a la existencia, hay que aferrarse a algún salvavidas terrenal con el fin de revertir graves estados de desencanto. ¿Quizá la música? Por supuesto. Sobre todo si irrumpe como un rayo de fuerza inusitada capaz de partir en dos la roca compartida con el desgraciado Sísifo: “More Heat Than Light”, primera muesca sonora de unos todavía desconocidos The Veils, reunía las condiciones para bajar del cielo y acabar con todo rastro de oscuridad que hubiera a su alrededor; y “The Runaway Found” (Rough Trade, 2004), álbum de estreno de los neozelandeses liderados por el enigmático Finn Andrews (hijo de Barry Andrews, teclista de XTC), poseía un buen ramillete de motivos (“Lavinia” y su inabarcable poso melodramático; “The Tide That Left And Never Came Back”, motor para mirar hacia delante y jamás hacia atrás; la dulzura apesadumbrada de “Talk Down The Girl”; o el enérgico optimismo de “Guiding Light”) para creer firmemente que, bajo el influjo de su pop terso y vehemente a partes iguales, era posible alcanzar la luz y la paz interior.
Transcurre inexorable el tiempo. Renovadas metas, renovadas fuerzas. Costumbres que se conservan pero que se llevan a cabo con un espíritu positivo. Días cortos y noches largas que se extienden más allá del amanecer. Como siguiendo ciertos contratos interpersonales, superadas la adversidad y la enfermedad, aparecían de nuevo The Veils en la prosperidad y en la salud, apuntillando la nueva realidad mediante una sorprendente frescura que encajaba a la perfección con el alentador discurrir de las cosas. En la banda de Andrews se apreciaban, igualmente, las consecuencias del radical cambio que su cara más visible había perpetrado con respecto a su alineación, con el objetivo de virar un sonido que antaño se emparentaba continuamente con el estilo de Suede (debido a la teatral interpretación de Andrews y a la labor de Bernard Butler en la producción de su primer álbum). Así, The Veils presentaban en su segundo trabajo, “Nux Vomica” (Rough Trade, 2006), un repertorio más personal y menos exuberante, que transitaba entre el frenesí de “Calliope!”, la jovialidad de “Advice For Young Mothers To Be”, la luminosidad de “A Birthday Present” y la melancolía noctívaga de “One Night On Earth”, la cual retrotraía tristezas pasadas y abría la puerta a inesperados quebrantos futuros. Mala señal.
Travesía por el desierto. Polvo y arena. Después de la tormenta llega… la nada, el vacío. Desaparecen las referencias. Desorientación. Sólo queda la opción de desandar lo andado hacia ninguna parte. Todos los recuerdos se evaporan y las fotografías se queman. Entre las llamas del fuego purificador de “Sit Down By The Fire” comenzaba a girar “Sun Gangs” (Rough Trade, 2009), un LP en el que The Veils recuperaban su cariz reflexivo y trágico, al tiempo que se dedicaban a reunir y pegar las minúsculas piezas de sentimientos hechos añicos. De ese modo, Finn Andrews tomaba el papel de adalid del derrotado y consolador del afligido, como en “The Letter”, “It Hits Deep” o “Begin Again”, ejecutadas a corazón abierto. Pero queda mucho camino por recorrer. Una tarea ardua a la par que necesaria. El sufrimiento controlado como impulsor biológico. La redención todavía se halla en un lejano punto indeterminado difícil de descubrir. Pequeño paréntesis. Momento para moldear emociones hasta dar con su forma adecuada. Semáforo sensitivo en ámbar; posiblemente, en verde muy pronto. Pero, como en el comienzo de este relato: paciencia y serenidad. Hay que seguir soltando lastre para que el globo continúe su ascensión. Justo en ese punto, The Veils (en esencia, Finn Andrews) iniciaban en paralelo su segunda gran transformación al abandonar la disciplina de Rough Trade y recurrir de nuevo a Bernard Butler para manejar los controles de la grabación del EP “Troubles Of The Brain” (autoeditado, 2011), un mini-álbum en el que destacaban su brío, su nervio y, en definitiva, su movimiento.
Exacto: movimiento. Regirse por las leyes de la dinámica. Esa es la clave. Su último efecto: prender la mecha de la revolución interior y dinamitar pensamientos preconcebidos, esquemas casi inflexibles y apriorismos varios en busca del empujón final. El título del nuevo disco de The Veils, “Time Stays, We Go” (Pitch Beast, 2013), encierra en su filosófico aforismo que, ante la imposibilidad material de vencer los rigores del tiempo y de superar la condición efímera del ser humano, hay que avanzar y luchar contra el estatismo anímico. Sin abandonar su acostumbrada y natural afectación, Finn Andrews ahonda, por un lado, en su visión tensa e intensa de los sentimientos; y, por otro, en su figura de compositor empático que propone al oyente romper sus propias cadenas emocionales sin compasión, tal como sucede en la inicial y enérgica “Through The Deep, Dark Wood”. La invitación a la movilidad afectiva que transpira el conjunto se resume en “Train With No Name” (que incita a subirse a un tren sin nombre con destino desconocido pero que se debe explorar), “Sign Of Your Love” (que repite la constante de la necesidad imperiosa de recibir las señales apropiadas), “Turn From The Rain” (radiante arenga a apartarse de los rincones sombríos de la vida) y “Another Night On Earth” (reverso amable de la antes mencionada “One Night On Earth”).
A nivel formal, bajo la metáfora que añade valor a “Time Stays, We Go”, llama la atención la influencia de los sonidos americanos (“Dancing With The Tornado”, “The Pearl”) sobre The Veils, tras su estancia en Los Angeles para completar la grabación del álbum. Con todo, donde sigue sobresaliendo la banda es en los tramos en que se deja llevar por los tempos lentos y progresivos (“Candy Apple Red”, “Birds”, “Out From The Valley & Into The Stars”), donde Andrews da rienda suelta a sus arrebatos interpretativos, modulando su voz para conectar con todos aquellos corazones que deben agitarse para cerrar sus cicatrices y sentir cómo se hace realidad la casualidad que estaban esperando. Las grandes historias empiezan cuando los detalles más nimios de unen con discreción; cuando todo se mueve, simplemente.
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