La historia del pop reciente se escribe en gran parte a base de grupos que, enfrentándose al terrorífico segundo disco, reniegan del primero. Normalmente suele ser un ataque de ficticia madurez que viene provocado por haber puesto sus primeras obras en el mercado demasiado pronto o cuando eran muy jóvenes. Es lo típico: ves tus fotos de adolescente y te horrorizas, quisieras borrar tu pasado del mapa. Así a bote pronto se me ocurren nombres como MGMT y Frankie Rose con The Outs, dos formaciones que consiguieron popularidad (quizás más los primeros que la segunda) y que en sus segundas entregas le dieron un giro a su propuesta. MGMT realmente querían romper con la etiqueta de grupete de pop de discoteca de tarde y optaron por entregar un álbum de psicodelia rocker que les quedó bastante apañado; y Frankie porque, harta del rollo guitarra / bajo / batería quiso experimentar con los sintes y le quedó un disco de dark wave de lo más resultón. En ambos casos la apuesta les fue bien. Y es que hay que tener cierto tino para hacer movimientos de este tipo. The Ting Tings querían marcarse un farol parecido… y les ha salido el tiro por la culata.
Se hicieron famosos con sus canciones de pop saltarín sin pretensiones como «Shut Up and Let Me Go» y «Great Dj«, canciones simplonas que se aguantaban sobre las percusiones de Jules de Martino -que opositaba a chulodeplaya del indie- y el descaro vocal de Katie White -que lo hacía a diverdiva del 2008-. Su primer disco, «We Started Nothing» (Sony BMG, 2008), era bastante honesto y estaba lleno de canciones de pop muy infeccioso que te invitaban a bailar, cuyas estrofas podías tararear camino del metro (qué grande era aquello de “they call me quiet, but I´m a riot, maybe Jolinda, always the same” de «That´s Not My Name«). Y aunque aquél disco no pasaría a los anales de esta historia reciente, escuchado en su momento era refrescante y a día de hoy aguanta el tiro bastante bien, con lo que podemos decir que supieron marcarse un disco bastante atemporal, que tampoco es cosa fácil. Pero claro, hacer canciones tontorronas no da prestigio aunque venda discos (dos millones facturaron en su momento). Y lo peor que les suele pasar a estos grupos es que llega un momento en el que quieren convertirse en “grupos serios” y hacerse mayores. Entonces te cascan un disco como «Sounds From Nowheresville» (Sony BMG, 2012) que, ya desde el título, avisa: canciones de ninguna parte que tampoco llevan a ningún sitio…
Su disco de guitarras (¡argh!) o, al menos, es lo que parece a primera vista, porque donde en «We Started Nothing» había percusiones y ritmos desenfadados, aquí hay riffs repetitivos con pose de punk macarra pero que no, estrofas simplonas y absurdas repetidas hasta el aburrimiento, coros en exceso, demasiadas palmas y a veces parafraseos y rapeos (lo de «Guggenheim» es para mear y no echar gotita, querida Katie). Y aunque tiene algunos visos de hits como los que facturaran años atrás -hace nada menos que cuatro- como esa apertura con «Silence» y su grandilocuente producción de pop de estadio, o «Hang It Up«, que recuerda a «Shut Up and Let Me Go» pero que acaba aburriendo en su estructura ramplona y que provoca vergüencita ajena cuando entra el raper a mitad de canción, el conjunto es un jaleo demencial con tanta guitarra, tanto coro y tanta estrofa repetida y tanto sample absurdo (¿lo que suena en «Soul Killing» es una mecedora haciendo “ñigoñago” todo el rato?) El resultado final es que el disco dura apenas treinta minutos que se hacen eternos y hace que «We Started Nothing» a su lado brille como un quilo de oro. No hay color en el momento de comparar «Keep Your Head» (por poner un ejemplo) con cualquiera de las canciones de este disco. Con «Sounds From Nowheresville«, The Ting Tings lo único que han conseguido ha sido elevar a la categoría de disco de culto su primer trabajo y que enarquemos la ceja de cara a un tercero si es que lo hubiera o hubiese… Y poca cosa más.