Había un Ryan McPhun en todas las clases: ese chaval que no era el que partía la pana, no era el que introducía las tendencias entre el resto de la muchachada pero, sin embargo, sí que tenía la capacidad de ir adaptándose a todo lo que entraba para mantenerse así en el grupito de «los guays» (da rabia esa expresión, ¿eh?). No me estoy refiriendo al típico «chaquetero», esa era otra tipología de cachorro de instituto: el «chaquetero» era el que se cambiaba de chaqueta (metafórica o literalmente) en su particular obsesión para adaptarse pero saltaba a la vista que era un puñetero matado y un arribista de tres al cuarto. El tipo de joven al que me refiero es otro: es ese que podía cambiarse la chaqueta y todas le quedaban bien. Seguías queriendo ser él por mucho que ayer fuera grunge y hoy fuera nu-ravero. O, en el caso que nos ocupa, es inevitable seguir enganchándose a todo lo que haga Ryan McPhun por mucho que ayer viviera como si no hubiera un mañana el rollo de pop africanista y con toques worldmusiquistas y, hoy, sin embargo, haya decidido que lo que quiere ser es más bien un héroe del synth-pop. La jugada lleva por título «Cristopher» (SubPop / Music as Usual, 2013)… y hay que reconocer que no sólo da el pego, sino que convence completamente sin levantar sospechas de chaqueterismos del pelaje que sea.
La evolución hasta el presente de The Ruby Suns, por otra parte, ha sido de todo menos previsible: irrumpieron (el uso del plural es una concesión poética, porque ya sabemos que esto es «The Ryan McPhun Show«) en la escena indie con dos álbumes que salieron bien seguiditos, «The Ruby Suns» (Foreign Dub, 2006) y «Sea Lion» (SubPop, 2007), reforzando así la idea de que esta banda había llegado con algo que decir alto y claro en medio de todo ese rollito de afro-pop que acabaría por llevar a Vampire Weekend a la cabeza. Después, el silencio… Hasta que, tres años después, McPhun dejó caer un excelente «Fight Soflty» (SubPop, 2010) en el que no abandonaba lo hecho hasta ese momento, pero sí lo llevaba hasta un terreno de abstracción y experimentación que descolocó a propios y extraños. Ahora, tres años después, es difícil enfrentarse a «Cristopher» sin considerar que, mientras que «Fight Softly» era un repliegue sobre el mismo artista y un alejamiento de un presunto público masivo, el volantazo de los nuevos The Ruby Suns parece buscar precisamente una accesibilidad comercial que le acerque a un público menos exigente y más, digamos, ¿emocional?
La principal prueba de lo dicho es la dupla que abre «Christopher» de forma esplendorosa y brillante… «Desert of Pop» es una joyita de synth-pop pluscuamperfecto que hace pensar en lo que pasaría si Neil Tennant y Chris Lowe hubieran nacido veinte años más tarde; y, de hecho, su propia letra ya advierte del nuevo viraje de la banda hacia el terreno de las emociones: «I’m always falling in love / Love every time that I dream about / Love, I can stand back / And it makes me wanna / Makes me wanna cry«. Por su parte, el single «In Real Life» vuelve a recurrir a golpes de efecto muy Pet Shop Boys para hacer algo muy propio de los británicos: construir una de esas torres de Jenga sobre las que la melancolía baila moviendo su flequillo popie. La letra también deja caer otra perla que también ha de servir para decodificar el nuevo movimiento de The Ruby Suns: cuando McPhun canta «Real life wasn’t what I wanted / What I wanted was a waste of time«, es inevitable sospechar que el cambio de rumbo genérico de The Ruby Suns viene proporcionado por el aburrimiento puro y duro, ese gran motor de la creatividad que tan buenos resultados ha dado en la historia.
El problema es que, a partir de aquí, «Christopher» se dispersa. Eso no significa que no sigan habiendo aciertos: los ecos espaciosos de «Dramatikk» hacen pensar en los buenos tiempos de OMD puestos al servicio del electro-pop de aquí y ahora; «Rush» vendría a ser la balada que escribiría Twin Shadow si tuviera la conciencia limpia; «Futon Fortress» y «Jump In» obligan a fantasear con la posibilidad de un nuevo disco de James Yuill; «Starlight» se acerca peligrosamente a los Hot Chip más adictos a la sal gorda; y, por encima de todas, «Kingfisher Call Me» es una preciosa y desarmante torch song para la que no hay referencias que valgan. Es de aquí (y de los dos primeros temas) de donde McPhun debería beber para seguir manipulando su sonido y transformarlo en algo único e intransferible. Porque, por mucho que los temas comprendidos en «Christopher» convenzan y enganchen a ratos, también es cierto que sufren un serio síndrome de mímesis con otros sonidos ya demasiado conocidos y, en ocasiones, sobados. Este es un disco que muestra a unos The Ruby Suns «en proceso«: si juegan bien sus cartas, tendrán serias posibilidades de dejar de ser ese segundo de abordo que copia al capitán del equipo del instituto para convertirse, directamente, en el chulo-piscinas al que el resto copia y envidia.