“The Big Roar” (Atlantic, 2011) aparecía en el mercado con la vitola de the-next-big-thing, a costa del hype creado en los meses previos a su lanzamiento alrededor del grupo liderado por Ritzy Bryan. Casi coincidiendo con la publicación de su álbum de debut, en pleno invierno de 2011, The Joy Formidable además llegaban a España para presentarlo en directo en un contexto casi inmejorable: álbum calentito recién publicado, local pequeño (en Barcelona fue la sala 3 de Razzmatazz, con toda la parroquia bien apretujada) y ganas por parte de banda y fans de lucirse y admirar, respectivamente. No decepcionaron, especialmente gracias a la actitud de la menuda Ritzy (sorprendente que todo ese vozarrón y esa energía y fiereza en directo emergieran de un cuerpo tan pequeño; grande Ritzy), y llegaron a sonar francamente bien cuando atacaron sus hits, como “Austere” o “Whirring”. Sin embargo, no nos engañemos, su calado ha ido menguando con el tiempo. El hype se desvaneció, y diría que a día de hoy son pocos los que recuerdan con entusiasmo al trío galés.
Me temo que este “Wolf’s Law” (Atlantic, 2013) -muy bonita portada, por cierto- no será el disco que vaya a cambiar esto. En este segundo álbum tenemos más de lo mismo, pero mucho más. Me explico: si en su debut ya teníamos guitarrones, aquí los hay pero más; si había sobreproducción rockista, ahora mucho más. Más de todo, pero también más aburrido. Y es que esos tics metálicos no lo ponen nada fácil a la hora de destacar las virtudes del álbum, siendo ejemplos de ello “Bats” o la parcialmente sonrojante “Maw Maw Song” donde, efectivamente, la letra en el estribillo va repitiendo lo de “maw maw” (?) y la melodía parece un homenaje nada velado al “Iron Man” de Black Sabbath. Uno se acaba el disco y la sensación que queda es de preocupante linealidad, de cosa machacona, de déjà vu poco edificante.
No todo es terrible, ojo. The Joy Formidable siguen teniendo la habilidad para encontrar puntualmente el hit, y hay temas en los que el trío británico consigue mantener el pulso de las mejores canciones de “The Big Roar” (o casi; he buscado y no he encontrado un tema que pueda jugarle de tú a tú a “I Don’t Want To See You Like This”): ahí están “This Ladder Is Ours”, que abre el disco, o ese clásico drama-ruptura-epic-guitarrones que es “Tendons”, donde la banda parece acercarse de algún modo a un sonido que puede (o quiere) recordar a Transvision Vamp, y eso es algo que definitivamente apreciamos en esta casa. “Forest Serenade” y “The Leopard And The Lung” (en la que, por fin, el grupo se aparta del monocromatismo sonoro que desluce la mayor parte del disco) son otros temas que destacan por encima de la media. Y es que, permítanme el aforismo, el acierto melódico siempre supondrá el armisticio por mi parte, por mucho que un disco me incomode, me disguste o me irrite.
Miren, no es que sea esencialmente un mal álbum. Aquí tenemos un puñado de canciones disfrutables si aún, apreciados lectores, les emociona la herencia directa de la facción más guitarrera de la primera hornada post-britpop: hablo, por ejemplo, de Placebo y también de los primeros Feeder. A mi quizás este “Wolf’s Law” me pilla mayor y, cómo decirlo, ¿resabiado? Quiero pensar que todavía no he perdido la pasión por los géneros que aquí se tratan (el rock aristado, el guitarrón con ínfulas de emocionar). Pero “Wolf’s Law” me deja frío como los dedos de un paciente con síndrome de Raynaud. Si el problema es mío o del disco, es ahora tarea de ustedes decidirlo, de darme o quitarme la razón.