Se confirma: los dúos están de moda. Sea con la distribución que sea, nos encontremos ante un género u otro, da la sensación de que la química que despierta una pareja de músicos juntos en el escenario triunfa hoy en día. Y si no, que se lo digan a Beach House (chico guitarrista – chica teclista) o a Japandroids (chico guitarrista-chico batera), dos agrupaciones que seguramente a día de hoy todavía no se crean lo que están viviendo… O, sin irnos tan lejos, nuestros adorados Pegasvs. Ojo, no estamos diciendo que un dúo sea la fórmula del éxito seguro (ahí están The Ting Tings), pero sí que hay algo de cierto en que sus canciones suelen encerrar algo interesante y diferente a lo que nos pueden ofrecer otras formaciones de corte más clásico.
Pues bien, The Hundred in the Hands son una pareja más (esta vez provenientes de ese hervidero musical que es Brooklyn) que estos días lanzan su segundo trabajo: «Red Night» (Warp, 2012). La historia de Everdell y Friedman, comienza, sin embargo hace cuatro años, siguiendo un guión de lo más habitual en este mundillo: chica estudiante de ópera se topa con chico estudiante de escuela de arte, descubren las similitudes de sus gustos musicales y deciden formar un dúo. Estándar. Debutan con un single de título moderno a rabiar («Dressed in Dresden» / «Undressed in Dresden«), y posteriormente graban un EP («This Desert» -Warp, 2010-) y su primer álbum, «The Hunderd in the Hands» (Warp, 2010). Esta corta trayectoria colocaba al dúo neoyorkino en disposición de presentar este «Red Night» con cierta predisposición de la prensa y de los amantes de la electrónica más accesible, ambos ávidos de decidir, reválida en mano, si The Hundred in the Hands será el nuevo bluff o una banda a seguir en el futuro. Ni lo uno ni lo otro: «Red Night» se queda a medio camino entre esos dos extremos que planteábamos, principalmente porque no se aprecia una evolución clara respecto de su predecesor, ya que lo que aquí seguimos encontrando son unas atmósferas post-punk en vertiente electro con tintes de dream pop, creadas, en la mayor parte de las ocasiones, en base a diversos juegos de sintetizadores. Llama la atención, no obstante, el acertado inicio del álbum vía esa notable «Empty Stations» con la que es inevitable hacerse ilusiones de algo que desafortunadamente luego no vuelve a encuentrarse, ya que uno no deja de tener, a medida que avanza la reproducción, la percepción de que pocos cortes rayan al nivel del primero… Quizás «Recognise» o la aparentemente tranquila «Red Night«, puestos a salvar algo.
La sensación que se nos queda tras varias reproducciones es que el dúo de Brooklyn ha dejado pasar la oportunidad de subirse a ese tren de cierto éxito que parece significar este tipo de agrupación a día de hoy. Han presentado un segundo trabajo sin mucha enjundia, sin demasiado cambio con respecto a un debut ya de por sí algo mediocre, y esto puede ser algo que les pase factura a corto-medio plazo, pues no parece estar la industria actualmente como para sostener a bandas que no terminan de convencer. Aunque vaya usted a saber: lo mismo en cinco años los tenemos encabezando festivales por medio mundo y un servidor tendrá que comerse sus palabras. Eso sí, parece improbable.
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