Hay ocasiones en las que una película puede ser definida con una única palabra… Y hay que reconocer que «The Guest» de Adam Wingard es totalmente «molona».
Diríase que la mejor manera de definir a «The Guest» es, como comentó en su momento nuestro compañero David Martínez De La Haza, con el término «molona«. Y, sí, su homenaje a esos low fi ochenteros (lo de el homenaje a Carpenter ya se ha dicho, pero hay que insistir en ello), su banda sonora, sus colores flúor, incluso la estética tanto de personajes como de créditos y poster… Todo remite a ello.
Las influencias, sí, las influencias pesan, y de qué manera, en la mirada del espectador cinéfilo. No, no es que esta especie de cinta de acción de autor sea terreno vedado para visionados blockbusterianos. Al contrario: ofrece suficientes escenas dignas del mejor Van Damme quiebra-barras-de-bar o tiroteos a la altura de Ruta Suicida. En «The Guest«, sin embargo, hay una profundidad, una sapiencia cinematográfica que se respira en cada poro de cada fotograma, una idea que se traslada de la mente del director, Adam Wingard, se filtra por la cámara para impactar en el imaginario del espectador más perspicaz en las lides referenciales. Porque «The Guest» trata fundalmente de eso, de la apariencia como disfraz, de la verdad ocultada, de ser una película cerebral bajo la apariencia de mero espectáculo retinal.
Más allá de los guiños al cine de acción, aquí hay otras capas, otros aspectos a explorar. Y es que «The Guest«, sin ser strictu senso una película política, sí que podría interpretarse como un reverso neoliberal del «Teorema» pasoliniano. Centrémonos en este efebo rubio, desconocido, que irrumpe en el núcleo de un familia a punto de resquebrajarse. Sí tiene nombre, pero también enigma. Este militar aparecido de la nada puede ejercer de hermano mayor protegiendo al niño víctima del bullying, de colega desahogapenas de un padre laboralmente fracasado, de sueño erótico de jovencitas postadolescentes, de hijo supletorio (y cierto espejo edípico) de una madre desconsolada ante la pérdida de primogénito.
Sin embargo, y al contrario de Terence Stamp, el protagonista de «The Guest» no está ahí para subvertir y destruir el mundo pequeño burgués. Por el contrario, su función es la de ejercer de cola, de pegamento de los valores tradicionales. Su función es la de cohesionar, aunque (y fundamentalmente) sea a través de la muerte. Sí, nada une más que un montón de cadáveres detrás de ti si son un medio para un fin. Arribistas laborales, traficantes de armas y drogas, matones de instituto, todos prescindibles en el objetivo de la pureza de la buena familia americana.
Sólo que…
El neoliberalismo no es un ONG. Y estamos ante un ejecutivo agresivo de dicha filosofía. Y, con ello, la puesta al descubierto de las contradicciones inherentes al sistema. Los valores a defender son grupales, pero siempre a través de una marcada y agresiva individualidad. Cuando esta se ve en peligro, prima la ley de la selva. La identidad comprometida por encima de lo demás.
Y con estos argumentos se construye «The Guest«, presentando a este ser como un héroe mítico fordiano, como un John Wayne de la vida pero que, tras su sonrisa ladeada, esconde la mirada del psycho killer. Una sombra en los ojos que convierte a Dan Stevens en una mezcla de héroe, antihéroe, villano. Todo a la vez y nada de ello. Tan complejo en la apariencia como simple en el fondo. «The Guest» es la historia, recovecada entre enigmas y misterios, de un misil teledirigido. De un ente creado por eso que Eisenhower definió como el complejo industrial-militar. El monstruo de Frankenstein que se escapa de las manos y acaba devorando a sus creadores.
Sí, «The Guest» viene a representar el sueño húmedo de cualquier tertuliano cinéfilo a lo Garci. Te da referentes, te da filosofía, y todo sin renunciar jamás a sus principios estéticos, a su alma de pulp, a su molonidad intrínseca. [Puedes leer otro punto de vista de Alex Pérez Lascort sobre «The Guest» en esta otra reseña en Cine Maldito.]
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