Quizás porque “Visiter” (Frenchkiss, 2008) fuera un punto álgido difícil de superar, porque la gente es demasiado exigente o porque “Time to Die” (Frenchkiss, 2009) supo a poco a muchos de sus seguidores, a The Dodos se le colgó el sambenito de ‘crisis creativa’ como si de Extremoduro se tratase. Período de reflexión, punto y seguido y manos a la obra: “No Color” (Frenchkiss / Music as Usual, 2011) es el regreso de los norteamericanos a las grandes ligas, a la concreción (nueve canciones) que llevaron a cabo en “Time to Die” pero acercándose con mayor locuacidad al camino emprendido con “Visiter”, segundo disco de la banda y el más aclamado hasta la fecha y, por supuesto, a las canciones enormes que hilan finísimo entre el folk acelerado, el proto-punk acústico (a lo Jaakko & Jay) y al freak-pop más dinámico. Pura baba.
“No Color”, el regreso del dúo californiano a la escena pop-folk global, supone un lavado de cara a un repertorio que, si bien no tuvo tiempo de caer en la desmejora, necesitaba acentuar sus puntos fuertes, beber de influencias propias y ajenas, mutar (al menos en momentos puntuales) en sapos de otro pozo y registrar unas variaciones creativas que inciden en la estructura desde el minuto uno y que sirven de ejercicio camaleónico y totémico. Esto no quiere decir que The Dodos ahora se transformaron en una especie de alegoría hortera de Andy y Lucas o paliativos similares, sino que la pureza vitamínica que crecía desde el pop barroco hasta el indie rock más (eréctil y) púber ve en “No Color” acentuaciones extremas, equilibrios necesarios y soslayos de buenas maneras, dejando de lado aquel don’t believe the hype que muchos medios se encargaron de categorizar con su anterior placa, y haciéndonos creer con buenos preceptos (canciones) en que no se trataba de un one disc wonder ni mucho menos, sino más bien de un error en comuna mediático sobre la (infra)valoración de uno de los grupos con mayor futuro del panorama juvenil actual.
The Dodos vuelven a currar con John Askew a los mandos (tras el breve impasse con Phil Ek) y regresan al formato dúo (Meric Long y Logan Kroeber) quitándose de en medio a Keaton Snyder al vibráfono para reordenar su carrera y compilar en poco más de cuarenta minutos la sensación de que el dúo americano continúa por la buena senda del señor (o de quién sea). Lejos de experimentos espaciales y de sobrecargar sus canciones de un halo espectral que no los beneficia en lo más mínimo, la banda vuelve a comulgar con un híbrido natural, sin artificios, con un poderío armónico que supera incluso a “Visiter” y dos o tres canciones que, posiblemente, lancen un capote al pop orquestal épico de Arcade Fire o I’m From Barcelona convirtiéndose en las mejores composiciones que han parido hasta la fecha. Cierto es que «No Color» centraliza su fuerza mayor en la primera mitad del minutado, dejando las últimas canciones para experimentos instrumentales con guitarra española (“Companions”), zonas de misterio, teclas, guitarras eléctricas y acústica luchando en un versus que nunca acaba de explotar (“Hunting Season”) o un rock folclórico que une el exceso de fingerpicking (nerviosísimo) con la bucólica sensación de carrera indie (“Don’t Stop”): todas ellas son (muy) buenas, pero no representan, seguramente, el espíritu del cuarto LP de los californianos. Eso se lo dejan a canciones como “Black Night” (un perfecto ensamblaje que resume lo que habían hecho hasta la fecha con uno de sus mejores estribillos y un trabajo de rítmica arcaica excelente) “Going Under” o “Good”, piezas tan épicas y complejas como enérgicas, maniobras que trazan puentes imaginarios tanto entre el country y la americana 2.0 como en la confabulación campestre de la evolución del rock juvenil de extrarradio.
The Dodos se encuentran a gusto entre la vertiente más pureta y clásica del rock de la América profunda como con los coqueteos de armonías pretenciosas de Fanfarlo o el picor anal suave de Grizzly Bear o Port O’Brien. Aún así, es más que probable que la pretensión de The Dodos sea continuar por los parajes que hace años dejaron abandonados músicos como Devendra Banhart (con una carrera en picado), Beirut (aunque menos eclécticos los californianos) o Andrew Bird (aunque más completos estos, menos técnicos sin duda) uniendo tradición y etnicidad, coqueteando con arranques africanistas (“When Will You Go Home”), uso de la base rítmica con folclores propios de Sudamérica (la batería en “Don’t Stop” parece practicada por una especie de bombo legüero moderno), colaboraciones tan icónicas como significativas en la tendencia de su sonido (Neko Case, de The New Pornographers, presta su voz para “Don’t Try and Hide It”, una muestra proto-punk de la pureza campesina) y una ablación del campo americano hacia formas más propias de la vitamina, el popper y las pastis british. La nueva épica pone su motor a rodar.
[Alan Queipo]