A estas alturas del cuento, ya deberíamos haber aceptado las reglas del juego de The Chemical Brothers: los hermanos químicos no están en esta industria con la mirada puesta en el futuro (de la música, de su propia carrera, de la permanencia de su obra), sino como epítome absoluto de la cultura hedonista actual en la que sólo existe el momento presente. Échenle ustedes las culpas a Robin Williams y a «El Club de los Poetas Muertos» por hacer que hasta el último quillo del polígono sepa lo que significa «carpe diem«, pero es que resulta que al final las cosas son así: gran parte de la música actual está pensada para hacerte sentir el instante, el aquí y ahora, no para elevarte en complejas disquisiciones teóricas ni para hacer evolucionar la música contemporánea a base de revoluciones técnicas.
Tom Rowlands y Ed Simons son unos verdaderos maestros a este respecto. Permitidme que os ponga un ejemplo: en el pasado festival Sónar 2015, una de las actuaciones más esperadas del sábado era precisamente la de The Chemical Brothers. Era a altas horas de la mañana, así que uno llega hasta el escenario como llega. No se nos puede pedir más. En mi caso concreto, tuve la suerte (todavía no sé exactamente ni cómo ni por qué) de estar en primera fila (bueno, entre una de las pantallas laterales y el escenario, para ser exactos) justo en el momento en el que empezó el espectáculo. Al acabar el concierto, todo el mundo empezó a comentar lo alucinante que habían sido los visuales y cómo lo habían flipado cuando las pantallas revelaron robots de verdad detrás de ellas. Yo tuve y tengo que admitir que, literalmente, no vi nada. Ni visuales ni robots ni nada. Simple y llanamente cerré los ojos al principio del concierto y los volví a abrir al final con la sensación de haber pasado una de las mejores noches de mi vida.
Y en eso consisten al fin y al cabo las (buenas) artes de The Chemical Brothers. Puede que haya quien siga pidiéndoles una revolución, que actúen en consecuencia al hecho de que, desde los medios de comunicación, en los años 90 se les colgó el San Benito de ser los salvadores de la música contemporánea por la vía de la electrónica, el big beat o lo que os dé la gana. Pero resulta que Rowlands y Simon nunca han pretendido tal cosa: han pretendido básicamente que perdamos la cabeza cuando los estamos escuchando, ya sea en directo o en estudio, y que sintamos a través de la música todo un corpus de sensaciones y emociones habitualmente ligadas a las drogas: subidones hiper-energéticos de coca, pérdidas del «yo» en noches de MDMA, escapismos psicodélicos a lo TCH… Y, evidentemente, todo ello vuelve a estar presente en su nuevo disco «Born in the Echoes» (Astralwerks, 2015).
A poco que seas alguien habituado a vivir el momento, te vas a quedar atrapado en ese estribillo de «EML Ritual» que repite «I don’t know what to do, I’m gonna loose my mind».
Lo único jodido de escuchar un álbum como este es que alguien podría criticarlo desde el flanco de que, en ocasiones, no suena a paquete homogéneo, sino a continuas concesiones de The Chemical Brothers hacia sus sonidos del pasado. La dureza a lo «Dig Your Own Hole» (Astralwerks, 1997) brilla como hacía años que no escuchábamos en temazos como «Sometimes I Feel So Deserted» o la inconmensurable «EML Ritual«. Los ecos (nunca mejor dicho) de «Hey Boy Hey Girl» resuenan en clásicos instantáneos como «Under Neon Lights«. La psicodelia y el acid house para la era digital circa «Surrender» (Astralwerks, 1999) sigue siendo uno de los corazones que más fuerte laten en el disco gracias a cortes como «I’ll See You There» (aunque esta tiene un punto al burraquismo de «Setting Sun«) o «Reflexion«. Las concesiones al hip-hop de laimprescindible «Galvanize» laten poderosamente en «Go» y en «Born In The Echoes«. E incluso hay momentos para ese pop vocal que en el caso de los hermanos químicos siempre ha servido de bálsamo curativo, en esta ocasión con el dulce cierre de «Wide Open«.
Al fin y al cabo, las haters criticonas siempre van a tener madera con la que quemar a sus objetos de odio… Si quieren pensar que este es un disco hecho a partir de retales de anteriores trabajos de Rowlands y Simons, así lo pensarán. Pero, a poco que seas alguien habituado a vivir el momento, el aquí y el ahora, seguro que te vas a quedar totalmente atrapado en ese estribillo de «EML Ritual» que repite «I don’t know what to do, I’m gonna loose my mind«. Pues eso. ¿Queréis que cague el cierre de este texto añadiendo algo más que esas sabias palabras?