Termino de escuchar «Aufheben» (A Records, 2012) y una cosa me queda clara: The Brian Jonestown Massacre no van a hacer nuevos amigos con este disco. Probablemente, de hecho, no tengan la menor intención de hacerlos: da la sensación de que a ellos les va bien quedando con la misma gente para tomar lo que quiera que tomen y (¿sobre todo?) fumar lo que quiera que fumen. Para los no iniciados, BJM (estaré enfermo, pero a mí me sigue pareciendo un acrónimo porno) es en realidad el proyecto personal del californiano Anton Newcombe, el que lleva liderando en compañía de una formación en permanente cambio (en esta ocasión colabora, por ejemplo, un ex bajista de Spacemen 3) desde hace casi veinte años. Lo que quiere decir que si a estas alturas, cerca de cumplir los 45, no le ha dado por pegar un volantazo que abra su propuesta a públicos más amplios como pudieron hacer (por decir algo) unos Primal Scream en su momento screamadélico, nada parece indicar que vaya a hacerlo ahora. Así pues… ¿eres fan? Será uno de tus discos del mes. ¿Te suenan como “los de los títulos de crédito de Boardwalk Empire” y poco más? Quizá rasques algo. ¿No tienes ni flowers y/o te la refanfinfla su propuesta? Seguro que tienes otras cosas que hacer.
Éste es (corríjanme si me equivoco) el decimotercer trabajo de la banda y no hace sino profundizar en las señas de identidad de la casa, al menos desde que abandonaran los flirteos con el indie-rock noventero y shoegazero de sus comienzos. Es decir: psicodelia a tope y a viajar hasta arriba de sustancias. Quizá es algo más orgánico y menos electrónico que otras referencias, quizá haya más sitares y trompetas y menos maquinitas, pero en esencia todos sabemos con quién nos estamos jugando los cuartos aquí. Como mandan los cánones, hay que comenzar con un instrumental (“Panic in Babylon”) para elevarnos del suelo y empezar la travesía. Pedimos también un poco de ayuda a una etérea voz femenina (responde al nombre de Eliza Karmasalo y canta en finés) para empezar a meternos en harina en “Viholliseni Maalla”. Para cuando termina “Gaz Hilarant” ya estamos sedientos y perdidos en medio de un desierto (el que sea). Y así el disco va discurriendo lentamente, sólo destinado a aquéllos que tengan las ganas o el interés de seguir adelante, que vean la inquebrantable homogeneidad del conjunto como una ventaja y no como un obstáculo. De hecho, los pocos indecisos que todavía queden en pie, sin saber si quieren seguir o no, se bajarán del tren al llegar a “Face Down on the Moon”, segundo y extraño instrumental que da paso a una segunda mitad del disco relativamente gemela a la anterior, en la que destacan “Stairway to the Best Party”, quizá la pieza más stoniana de este disco de un grupo con nombre tan stoniano (que hable conmigo el que no piense en “Paint It Black” al escuchar los primeros acordes) y, sobre todo, esa pequeña joyita de siete minutos y curioso nombre que cierra el disco, “Blue Order New Monday”. Todavía tengo que decidir, eso sí, si es bueno o malo que la canción que más desentona dentro del conjunto sea mi favorita del disco. Eso lo dejaremos para el capítulo de contradicciones.
«Aufheben» es una palabra alemana. Ya se sabe que esta gente tiene palabras para todo, pero parece que esta se lleva la palma: significa al mismo tiempo “preservar” y “abolir”. Y, por lo visto (qué haríamos los críticos sin Wikipedia), en filosofía es el término que utilizaba Hegel para explicar el fenómeno que se produce cuando una tesis y su antítesis interactúan. ¿Igual que se entremezclan aquí los elementos orientales y occidentales, por ejemplo? Quién sabe. Lean ustedes alguna entrevista promocional y seguro que el señor Newcombe lo explicará mucho mejor que yo. En todo caso, conceptos densos para un disco denso, que exige un esfuerzo no siempre recompensado, que probablemente dejará fuera a quienes los viajes lisérgicos de esta índole dejen indiferentes y que (aquí supongo que estaremos casi todos de acuerdo) queda lejos de sus mejores trabajos: aquellos que la banda firmó a finales de los 90, cuando eran capaces hasta de sacar tres discos sin desperdicio en un mismo año. En resumen: hay que venir convencido de casa. Si no, no.