Hasta ahora, Tennis habían ofrecido la oportunidad perfecta de hablar de su música como de una bonita historia narrativa: su primer disco, «Cape Dory» (Fat Possu, 2011), venía envuelto en un papel de regalo crujiente y pluscuamperfecto que nos hizo hablar de cómo la pareja formada por Alaina Moore y Patrick Riley se hicieron a la mar y se dedicaron a escribir canciones soleadas, luminosas y optimistas; mientras que su segunda entrega, «Young and Old» (Fat Possum, 2012), obligaba a forzar la imaginación y pensar más bien en que los amantes habían dejado aparcado su velero y se habían lanzado a una aventura por carretera a bordo de un coche destartalado, buscando un hogar en el que hacer florecer un amor más adulto y menos apegado a los estereotipos de hedonismo náutico y algo pijo.
Un año después, Tennis lanzan un EP pequeñito de nombre «Small Sound» (Fat Possum, 2013)… y siguen alimentando la posibilidad de escribir crítica musical como si de una novela se tratara. Porque si hasta ahora habíamos seguido un viaje primero por mar y luego por carretera, es inevitable pensar que en «Small Sound» la pareja (acompañada de la batería de James Barone) ya está establecida en una cabaña de madera en medio de las montañas. El otoño empieza a extenderse por el paisaje como una manto de marrones y ocres, y Moore y Riley se dan cuenta de que prefieren pasar más tiempo abrazados mirando el paisaje o explorando sus cuerpos desnudos delante de la chimenea y menos rato escribiendo canciones. Será por eso que esta vez les ha salido un EP. Eso sí, evitemos la broma fácil de recurrir al chascarrillo de que, cuando el aburrimiento llegue a la pareja, seguro que se marcan un álbum triple.
Ni una pizca de aburrimiento se percibe en «Small Sound«. En todo caso, hay mucho arrobamiento, como el de un gato que se ovilla debajo de una manta. Y, sobre todo, hay un salto de calidad y claridad en lo que respecta a sus canciones, algo que habrá que achacar a la producción de un Richard Swift al que no cuesta demasiado imaginar como un invitado / colega que duerme en otra cabaña no demasiado lejos. El EP se abre con «Mean Streets«, una balada preciosa (si alguien me pregunta, una de las baladas del año) que hace pensar en Beach House ciñéndose a una dieta de minimalismo o a una versión de Twin Sister a la que se le ha vaciado por completo de cualquier tipo de histrionismo. Ese improbable casamiento entre Beach House y Twin Sister sigue presente en «Timothy» (con ese órgano tan emo, si es que un organillo puede ser emo), aunque en «Cured of Youth» ganan la partida los segundos o el recuerdo de «Young and Old» (¿será el saxo?). «Dimming Light» hace pensar que, por mucho que muchos creyéramos que el fuerte de Tennis estaba en los pildorazos pop de hipervitamina optimista, puede que el futuro de la banda pase por los medios tiempo que rozan las baladas con la punta de los dedos. Eso sí, el cierre del EP con «100 Lovers» deja claro que el futuro es el futuro y que el presente es el presente: un presente en el que sigue primando el buen rollo aunque se trate de hablar de ex-novios (de Alaina) envolviéndolo todo en una bruma Beach Boys ante la que es imposible no rendirse.
Ahora tendrían que llegar las apuestas… ¿Cuál será el siguiente capítulo de la historia de Tennis? Yo apuesto por la posibilidad de que su tercer larga duración sea una especie de disco repleto de baladas dulcísimas surgidas de un invierno encerrados en la cabaña de madera en medio de las montañas en la que ya han empezado a habitar. Aunque, qué queréis que os diga, también se me pasa la posibilidad por la cabeza de que Moore y Riley le den caña al Tinder y monten una comuna psico-sexual con la que encerrarse en esa misma cabaña a pasar el invierno. Eso sí que sería un twist final digno de Shyamalan (o de un Shyamalan que se pone rollo Cronnenberg).