Por muchos sitios tiene que hacer aguas el armazón náutico de un buque literario de esos que solemos llamar «Gran Novela Americana» para obligarnos a declararlo siniestro total. Hablando en plata: cuando nos encontramos ante una gran novela americana que no nos apasiona, solemos negarnos a hablar de un desastre tipo Costa Concordia y preferimos quedar aletargados en el romanticismo de un Titanic. Será porque suelen ser mamotretos que rondan las mil páginas y, la verdad, después de haberle dedicado un esfuerzo tan titánico a cualquier libro a ver quién es el desalmado que se pone a rajar de él. O será más bien porque, con semejante extensión, es difícil no encontrarle puntos positivos a cualquier novela. Sea por lo que sea, las grandes novelas americanas siempre desprenden no sólo un perfume seductor, sino también varios kilos de feromonas literarias de alta cuna ante las que es difícil resistirse, ya sea en versiones formalmente más académicas como las de Richard Ford o en bastardizaciones del formato como las de Jonathan Lethem. Michael Chabon tiene lo mejor de cada casa: de los de la casta del primero toma su obsesión con grandes temas de la novela clásica (familia, amistad, superación, identidad), mientras que a los descastados como el segundo le une su gusto por la subcultura como generador de seres únicos sobre los que resulta delicioso espejar preocupaciones del nuevo siglo.
Y no digo todo esto para justificar un Costa Concordia o para dejarme llevar por el romanticismo de un Titanic, sino más bien para celebrar que la última novela de Chabon, «Telegraph Avenue«, es como esa fardada que prolifera en los últimos años: una goleta de última generación, hipertecnificada en su interior, pero con una apariencia de navío del siglo XVI en su exterior. Está claro que el autor ya practicó de forma insuperable la gran novela americana en «Las Asombrosas Aventuras de Kavalier y Clay«, donde al historia sociopolítica del siglo XX en EEUU se veía ligada de forma puramente emocional a una cuestión subcultural como la historia de los cómics de superhéroes. En este caso, sin embargo, Chabon vuelve a apuntar alto en «Telegraph Avenue» al abordar una nueva historia de bromance literario entre los dos dueños de una tienda de vinilos a punto de ser enterrada bajo los cambios de la industria musical del siglo XXI. Evidentemente, esta acaba siendo también la historia de las periferias de Archy Stalling y Nat Jaffe: sus respectivas mujeres (dos comadronas que también se ven damnificadas por el nuevo siglo al ver cómo su presencia en los hospitales cada vez es más mal vista), sus hijos, el padre de Archy (un antiguo héroe de películas de artes marciales) y los diversos clientes / amigos que pueblan esa Brokeland Records continuamente amenazada por la sombra de Dogpile, un nuevo macroespacio que encarna el imperialismo industrial que parece la única opción para que supervivencia de la música como negocio. Es decir: eliminando el alma, haciendo que prime el bolsillo.
Cualquiera podrá pensar, visto este resumen argumental, que nadie necesita una nueva gran novela americana sobre dos tipos que tienen una tienda porque ya hace casi dos décadas que Nick Hornby publicó aquella gran novela británica titulada «Alta Fidelidad«… Pero nada más lejos de la realidad: mientras que Hornby es un partidario irredento de la escritura transparente y de personajes peterpanescos con buen fondo, Chabon se descubre en «Telegraph Avenue» como un pérfido retratistas de lobos vistiendo piel de cordero. Archy y Nat tienen claro que su amistad es uno de los placeres más importantes de su vida, pero la tensa situación de competencia desalmada contra Dogpile revelará que, ante todo, Archy se ama sí mismo y Nat ama a la música por encima de todas las cosas (y amar a al música, por otra parte, no tiene nada que ver con amar a al gente que compra música, que es algo que Nat no parece alimentar para nada). De esta forma, mientras que «Alta Fidelidad» es un libro que pasó a la historia gracias a su capacidad de convertirse en espejo buenrollista de una generación adicta a la nostalgia, «Telegraph Avenue» debería ser valorado por ser la cara endiablada de la misma moneda: los personajes de Chabon tienen que enfrentarse a una realidad en la que la nostalgia no mantiene negocios abiertos y en la que las amistades a veces necesitan distancia para mantenerse sólidas. Y, sobre todo, los protagonistas de esta novela no se esfuerzan por caer bien al lector gracias a sus ropajes de bohemia, sino que comunmente son tan reales que no puedes evitar odiarles en sus mezquindades, en sus imperfecciones. Las vidas de estos personajes, al fin y al cabo, están igual de jodidas que la tuya y que la mía, tan jodidas que ni la amistad ni la melomanía pueden salvarlas.
Si hay algo que interconecte subterráneamente dos obras tan diferentes como «Alta Fidelidad» y «Telegraph Avenue» es precisamente el amor infinito e incondicional que ambas demuestran a la música en formato vinilo. Chabon, sin embargo, lleva esta adoración melómana a un nivel incluso formal, de tal forma que muchas de las imágenes y metáforas empleadas para dar profundidad y perspectiva a los personajes están extraídas de referencias sibaritas a viejos vinilos, a discos de coleccionista. Se establece así un diálogo íntimo con el lector, a la subcultura musical de la que Chabon apela directamente. Tampoco sorprenderá a nadie esta argucia del autor, que ya hizo exactamente lo mismo con los cómics en «Las Asombrosas Aventuras de Kavalier y Clay» o con el pulp y el noir en «El Sindicato de Policía Yiddish«… En esta ocasión, la pirueta mortal es doble: además de los referentes musicales, el cine de género se despliega en las páginas de «Telegraph Avenue» como el código subcultural que une a las nuevas generaciones: Julie y Titus, hijos de los dueños de Brokeland y obsesos absolutos de las películas de las antiguas películas de artes marciales. En un alarde de maestría narrativa, Chabon va adaptando la voz narrativa a cada personaje sin necesidad de recurrir a la mutiplicidad de la primera persona: con una tercera persona omnisciente, los códigos narrativos que va utilizando el autor van variando y alternándose, a veces de forma sutil y en ocasiones con tanta rotundidad como cuando vemos el mundo a través de los ojos de Julie y la realidad se distorsiona hasta hacernos creer que estemas dentro de una película de Quentin Tarantino (director del que el escritor parece robar varios rasgos de identidad, tal y como la fascinación por la blaxplotation o por esa transvase de códigos de lenguaje negro que algunos blancos adoptan de forma ridícula).
La cuestión subcultural no es la única constante chaboniana que brilla en «Telegraph Avenue«, sino que muchos apuntarán a la relación entre Julie y Titus como una nueva exploración de la cuestión homosexual en la literatura de Michael Chabon. Ya hemos visto cómo, sucesivamente, el escritor ha conseguido alcanzar la absoluta verosimilitud a la hora de ponerse en la piel de personajes con los que explorar diferentes cuestiones: la religión judía le queda cerca a Chabon pero, si a muchos siempre nos ha sorprendido la capacidad que tiene el autor de plasmar la psique homosexual con una coherencia magistral, ahora hay que ponerle una nueva medalla por hacer lo propio con un buen puñado de personajes negros. No voy a aventurarme a decir que el retrato de esta negritud americana es tan verosímil como el de los personajes gays de Chabon porque, básicamente, ni soy negro ni americano. Pero, desde la lejanía, es inevitable «comprar» la propuesta del escritor: el lujo de detalles con el que engalana la psicología y las vidas de sus personajes confiere al conjunto un halo de realidad al que es muy difícil encontrarle fisuras.
Porque, al fin y al cabo, «Telegraph Avenue» viene a ahondar con maestría en la misma conclusión a la que llegan todos los libros de Chabon: da igual que algunos personajes sean gays, otros judíos, otros negros, otros adictos al cómic y algunos aficionados a la música… Y da igual porque la belleza de la gran novela chaboniana (americana o no) es demostrar que la pluralidad de voces tiene su principal validez en el hecho de que todos compartimos el mismo núcleo de humanidad. Una humanidad que, sin embargo, cada vez se muestra más agridulce en la pluma de ese Michael Chabon que, en «Telegraph Avenue«, viene a encarnarse en el loro del señor Cochise (recordando precisamente a aquel otro loro de vital importancia en la trama de «La Solución Final«): un ave que, cuando muere su amo, vuela libre a través de las calles, planeando por encima de las existencias de todos los personajes, observando desde lejos su triste soledad. Este vuelo descorazonador que ocupa el capítulo central de la novela divide el libro en dos, abriendo el segundo tramo con una tristeza que ya acompañará al lector hasta la última página, con la certeza de que no hay un final feliz posible. Como en la vida misma, Chabon borda su rúbrica de verosimilitud absoluta: aquí y allá sólo hay espacio para un final con algunos puntos de felicidad… y otros muchos de tristeza. Pero el camino, señores y señoras, ¡qué jodidamente divertido es el camino!