Jamison, alma máter de Teen Daze, se encuentra apostado en el alféizar de una de las ventanas de su casa mientras observa cómo el paisaje canadiense que tiene ante sí empieza a poblarse de hojas amarillentas caídas de algunos árboles, a adquirir un color ocre en cada rincón, a tintarse de tonos rojizos convirtiendo la estampa en la postal ideal que anticipa la llegada del otoño… Nuestro protagonista, además, siente en su cara que el aire que lo envuelve se enfría poco a poco. El verano se ha acabado y sólo permanecen los recuerdos de lo vivido en él: si son lo suficientemente fuertes, superarán las embestidas de la depresión otoñal e incluso los rigores del gélido invierno, punteado por nevados paisajes y susurros que se congelan en cuanto salen de la boca. Jamison sabe que, de un momento a otro, entrará en esa etapa agridulce regada de nostalgia y emociones contradictorias que producen suaves escalofríos. Y buscará calor para paliar no sólo la tiritona externa, sino también los estremecimientos internos, los que no se aprecian a simple vista por el temblor corporal.
Pero ese calor, nada físico, que no se aprehende a través de la piel sino del oído, poco tendrá que ver con aquel que transmitía su primer disco oficial, “All Of Us, Together” (Lefse, 2012), entrañable y reconfortante por su pátina veraniega, a pesar de que sugería que los sueños estivales podían llegar a su fin antes de tiempo… Ni tampoco con la templada candidez de su sucesor, “The Inner Mansions” (Lefse, 2012), que dibujaba el mapa de un viaje introspectivo hacia sentimientos enraizados en el fondo del corazón de su autor. Esa calidez más bien procederá de la tranquilidad atmosférica que emana de los remansos de paz que conforman “Glacier” (Lefse, 2013), un álbum que discurre por espacios blanquísimos en los que el mercurio del termómetro baja progresivamente, la respiración se entrecorta y el tiempo avanza lentamente, tal como reflejan su título y su portada, que se convierten en la perfecta puerta de entrada al panorama ante el que se despliega su contenido.
A pesar de las denominaciones de varios de los cortes (que apelan a lugares como Alaska, la tundra y los bosques que se desperezan al amanecer y a elementos naturales como el hielo y la vegetación que aflora en otoño), este núcleo contrasta con ese ambiente glacial al partir del fuego sensitivo de unas composiciones que logran derretir la capa dura y fría que las circundan. Así pretende Teen Daze -orfebre de la melancolía sintética y la pesadumbre estacional- arrimarse a esa hoguera que le permita acercar sus manos, calentarse y aplacar su intranquilidad, sus pequeñas grandes amarguras y sus inexplicables penurias a base de piezas sedosas de arranque etéreo que desembocan en beats 4×4 melosos (“Alaska”) y con sabor a nuez y aroma a castaño que está a punto de dar su fruto (“Autumnal”); coqueteos con el chill wave entre terrenal y cósmico del que fue santo y seña hace unas temporadas (“Tundra”, “Flora”); y tramos de synth-pop destellante pero translúcido (“Listen”).
Aunque, si por algo se define “Glacier” es, sobre todo, por su anclaje en el ambient y el afán de Jamison -un apasionado admirador de Brian Eno– por introducir al oyente en reductos privados en los que dejar flotar su cuerpo y abrir de par en par su mente y su alma en pos de la calma total: “Ice On The Windowsill” pone la primera piedra guiada por una voz gaseosa y sobre un ritmo reptante que en “Forest At Dawn” y “Walk” se diluye por completo hasta generar sensaciones extáticas como vividas en campos mecidos por suaves vientos del norte y en altas cumbres montañosas cubiertas de nieve. Aquí ya no hay playa, arena, brisa marina ni olor a salitre; ni Teen Daze mira con una mano sobre los ojos hacia el sol que más ilumina y tuesta, sino hacia aquel que brilla con contención y emite agradables rayos lumínicos. El mismo que lucha por abrirse paso entre las nubes otoñales y antes de que la oscuridad del invierno lo oculte. El mismo que admira ahora Jamison apoyado en el alféizar de su ventana.